siempre ha vivido de cara a la mar. Los océanos por los que han navegado sus vecinos -ya sean cercanos, como el Atlántico, o lejanos, como el Índico- han sido sustento económico del pueblo durante décadas. En contrapartida, la pesca también ha pasado factura en forma de tragedias. Son muy conscientes de ello en Bermeo, más aún, si cabe, si se pregunta por el secuestro del Alakrana, el atunero congelador que hace cinco años mantuvo en vilo a la sociedad vasca, aunque especialmente a un municipio marinero que no ha olvidado aquellos días. “Es imposible no acordarnos”, apunta una pareja que pasea a pie por el Artza sobre los hechos acaecidos del 2 de octubre al 17 de noviembre de 2009 en las costas de Somalia. “Hace mucho tiempo de ello, pero aquí no lo olvidamos”, puntualizan.

“En Bermeo casi todos tenemos algún familiar o conocido en la mar”, indica Mari Castro, sentada en la Lamera mientras cuida de su nieta. Es de familia marinera, tanto que un hijo faena en un buque atunero. Y aunque no lo hace en aguas tan peligrosas, “sí tiene experiencia en el Índico. Sé lo que es vivir con esa angustia de pensar qué les puede pasar”, afirma rotunda. Del Alakrana se acuerda “perfectamente. Sobre todo, de la solidaridad que hubo en un pueblo que trataba de ayudar a las familias”, espeta sin dejar de vigilar a una niña que, tal y como relata, “muchas veces me dice que prefiere que su aita sea oficinista a que trabaje en la mar”. La pesca “ha dado mucho, aunque también ha quitado”, concluye.

A pocos metros del parque comienzan los muelles, esos en los que la flota de bajura -con pequeños barcos frente a los 104 metros de eslora del Alakrana- descargan pescado. Amaia Dúo pasea por allí, como muchos bermeotarras, y recuerda los “días angustiosos” del suceso, sobre todo “por no saber qué pasaba con los arrantzales” o “si nos contaban toda la verdad”.

En muchos sitios de Bermeo se pueden encontrar arrantzales que han cambiado la mar por la tierra. Y subido a un pesquero de bajura realizando labores de mantenimiento, Joseba Unanue sabe de lo que habla. Su experiencia le avala: 16 años en atuneros en el Índico, “si bien lo dejé antes de que pasara”. Previo al secuestro del Alakrana “hubo otros casos, algunos conocidos y otros no tanto”, apunta. Es el caso del Playa de Bakio en 2008. “¿Que si es duro trabajar allí? Sí, porque se vivía con inseguridad, con gente armada a bordo que vete a saber quiénes eran o en qué guerras participaron”, elucubra. Y aunque ese aspecto haya mejorado, creo que se puede volver a repetir un caso así”, afirma un hombre que ha trabajado, codo con codo, con algunos de los tripulantes del barco secuestrado hace ahora un lustro.

“Las heridas se han curado, Bermeo ha pasado página”, cita. “Pero las familias y los marineros que lo sufrieron no lo habrán olvidado”, afirma Unanue, que cuestiona que a pesar de que se hicieron películas sobre el suceso, la historia “no se ha contado del todo”. Ahora empieza, además, la época propicia, “hasta diciembre o enero, para que puedan darse secuestros de barcos. Esperemos que no pase nada”, advierte uno de sus ayudantes.

“Los peores momentos de mi legislatura fueron aquellos días”, reconoce sin tapujos el que entonces fuera alcalde bermeotarra, Xabier Legarreta. Desde una posición diferente al resto de sus vecinos, se acuerda de lo acontecido aquellas “duros días”. El principal cometido fue “arropar a las familias y a la empresa, que estaba pasando por un duro trance”, pero “también nos tocó asumir un papel que no esperábamos”. Fue el de ejercer toda la presión que pudieran ante un Gobierno español “que actuaba por impulsos” y un Ejecutivo vasco “sumiso a Madrid”.

A los 22 días del secuestro se organizó una primera manifestación, tras la que se colgó una pancarta con el lema Gure arrantzaleak askatu y un contador de días, que “llegó a 47 jornadas”, rememora. Una segunda convocatoria tras el llamamiento de cinco Ayuntamientos que tenían vecinos en el buque -Bermeo, Mundaka, Santurtzi, Ondarroa y Erandio-, fue masiva. “El pueblo respondió y ejerció presión”, se felicita ahora un alcalde cuyo mejor momento en su mandato de entre 2007 y 2011 fue descolgar ambos carteles. “Siempre recordaré la fuerza y entereza que demostraron las familias”.