dICEN que es como sumergirse en las agitadas aguas de un tsunami, a merced de olas que sacuden a su antojo. Una sensación de irrealidad tremenda e incomprensión a raudales. ¿Cómo encajarlo? ¿Cómo asimilar que quien apenas ha comenzado a vivir se vaya antes que los aitas? No hay palabras para describir tanto desgarro, algo que solo conoce quien ha vivido semejante trance. En apenas unos días han ocurrido dos accidentes mortales. Un hondarribitarra de cuatro años de edad moría el pasado 6 de julio tras caerle una puerta corredera de cristal de un restaurante. Los clientes prácticamente estaban en la sobremesa cuando ocurrió la tragedia. Las heridas le provocaron la muerte al pequeño de inmediato. Similar suceso sacudía la tranquilidad del municipio navarro de Arantza unos días después, el 15 de julio, cuando una joven de 18 años murió tras caerle encima la puerta de un garaje. La víctima recibió el impacto mortal cuando preparaba una cena con varios amigos.

Llega la noticia a casa. Los padres no dan crédito. ¿Cómo seguir viviendo? Los apoyos, las palabras de ánimo y los abrazos son una constante durante las primeras semanas pero, al cabo, esa cercanía parece diluirse porque, al fin y al cabo, la vida continúa para el resto del mundo aunque la de los afectados se haya quedado congelada en el tiempo.

Es Izaskun Andonegi la que describe todo aquello que rodea al duelo. Situaciones que, afortunadamente, no son habituales aunque para ella formen parte de su quehacer diario. Enfermera psicosocial y máster en Cuidados Paliativos, Andonegi atiende semanalmente a unas 35 personas a las que les cuesta seguir viviendo porque acaban de perder a un ser querido, o le están acompañado en el doloroso camino de la enfermedad avanzada.

“No hay casos iguales”

El encuentro tiene lugar en una recoleta sala cedida por la iglesia de Iesu, el templo católico diseñado por Rafael Moneo en la avenida de Barcelona del barrio de Riberas de Loiola de Donostia. Es aquí donde donde tiene su sede la asociación Bidegin (haciendo el camino), un servicio de apoyo al duelo y la enfermedad avanzada. La agrupación nació hace tres años y se ha convertido en una referencia en Gipuzkoa. “No hay dos casos iguales. Lo que realmente le va ayudar a la persona a superar una pérdida tan traumática es compartir lo que está viviendo”, asegura la experta.

Andonegi se muestra prudente a la hora de hablar de las dos desgraciadas pérdidas ocurridas estos días. “Por mi experiencia, sé que hacerlo supone un dolor añadido”, señala. Además explica que la trascendencia mediática conlleva un “dolor social” que la víctima se ve obligada a afrontar, por el que puede sentirse juzgada o no entendida. “Es como si a nivel social tuviera que dolerte más la muerte de un hijo”, expresa.

Ella dice que no, que siempre es algo subjetivo. “Lo veo aquí cada día. Al fin y al cabo, tu madre también puede acabar siendo como una hija para ti en la medida que le has tenido que cuidar hasta el final con unos grados de dependencia muy grandes. También puede ocurrir lo mismo con un hermano...”.

Sea como fuere, asegura la enfermera que cuando fallece un familiar no solo lloramos por la falta de la persona, sino por la relación perdida. “Cuando pierdes a un ser querido, surge una necesidad física tremenda de tenerle cerca, de escuchar su voz, sentirle y acunarle... Es algo muy importante al elaborar el duelo pero, según discurre el tiempo, lo que nos duele por encima de todo es el peso de la ausencia”. Es esa falta de un hijo o una hija, cuyos padres tanto añoran porque estaban destinados a compartir millones de experiencias. “Un duelo significa dolerse, un proceso que implica todas esas sensaciones”. Al hablar, la experta parece acariciar las palabras, que brotan en una especie de susurro que tanto agradecen las personas a quienes atiende.

Dicen que después del trauma se ponen en juego muchos mecanismos de defensa para evitar tanto dolor. “Hasta que llega un momento en el que hay que elegir entre vivir o morir en vida. Hay quienes se enganchan al dolor, se mueren en vida, y piensan que llorando al ser querido lo van a seguir teniendo. Puede ser una distorsión del duelo. Se produce sobre todo entre personas más victimistas, o con un manejo del dolor más debilitado”, sostiene.

Revivir emociones

La teoría dice que, de alguna manera, el periodo necesario para comenzar a retomar el vuelo es de unos dos años. Pero no es más que una teoría. “El proceso es tan distinto como lo son las diferentes personas. Es cierto que hay que pasar por un calendario, con sus primaveras, sus otoños y sus inviernos. Esas fechas de aniversario, el día que nació el pequeño, el día que sus padres le llevaron a la escuela... Son muchísimas fechas señaladas que están impregnadas de un sentimiento que nos hace que duela más”, describe.

Atravesar, hay que atravesar todo ello, pero más que el tiempo que se necesite para salir adelante, lo importante es el trabajo que se haga durante ese periodo de tiempo. “Una madre va a querer hablar de su hijo perdido toda su vida, es lógico. El objetivo del duelo es soltar tanto dolor, pero nunca olvidar. La esperanza del duelo es llegar a recordar al hijo querido pero sin sufrir. Recordar lo que ha sido en tu vida, y lo que tú has supuesto para él o ella. Pasar, en definitiva, de sobrevivir a vivir de nuevo”.

La experta cree profundamente en la capacidad de superación del ser humano para salir adelante y, en ese sentido, asegura que lo que realmente ayuda es compartir su experiencia. “Es en el dolor compartido donde la persona va a encontrar cierto sentido, hasta que al final del duelo se produce incluso un cambio en la persona. “Llega un momento, más transformador, en el que comienzas a preguntarte quién eres tú en el mundo sin la persona que ha fallecido. Son preguntas que te planteas y elaboras cuando has sido capaz de enfrentarte al trauma y al impacto de la muerte del ser querido”, detalla.

Hasta entonces, es habitual poner en marcha mecanismos para drenar tanto dolor. Así, hay quien deja de pasar por el colegio del chaval -aunque siga escolarizada su hermana- porque no quiere ver a familias con otros niños, o por temor a que le pregunten cómo lo lleva.

En ocasiones, la gente con toda su buena intención, llega a decir a ese padre o madre que les encuentra muy bien, cuando en el fondo están rotos por dentro. “Siempre buscamos mecanismos para lidiar ese dolor, son protecciones, la necesidad de graduar el impacto tan grande que estamos viviendo”, concluye Izaskun Andonegi.