Bilbao - Promotor de la creación de servicios psiquiátricos en los hospitales, inspirador de los hospitales de día, el catedrático emérito de la UPV/EHU, experto de la OMS diez años y profesor honorario de la Universidad de Ginebra, es una autoridad reconocida en el mundo.
Cuando usted empezó a trabajar había tres psiquiatras en Bizkaia.
-Si, ahora hay muchísimos, personal muy preparado. La asistencia psiquiátrica ha mejorado notablemente. Y Bizkaia siempre ha tenido una larga tradición en psiquiatría, siendo un territorio pionero. Aunque en épocas de crisis, este campo también se ve afectado por los recortes.
Esta semana trascendía el dato de que Osakidetza atendió en 2013 a 84.200 pacientes mentales. ¿Esa cifra denota que la salud mental de los vascos está tocada?
-No, para nada. No es un número alto. Además hoy en día si se ingresa a alguien en un psiquiátrico, al día siguiente pasa un juez para verificar si ese ingreso está razonado. También las estancias de los enfermos en los hospitales de día son cortas. Son servicios pequeños de 20, 25 camas, muy bien dotados. Con personal estupendo, con la puerta cerrada pero sin medidas de sujeción...
Sin las camisas de fuerza que vemos en las películas.
-Hay mucha literatura sobre eso. Pero ¡ojo! que también pueden ser necesarias en caso de que intenten hacerse daño, suicidarse o agredir a los demás. Y también hay camisas de sujeción farmacológicas que son aún peores para la salud. Además las estancias suelen ser breves y perfectamente controladas. Creo que la media en Cruces gira en torno a los doce días, en Basurto, catorce...
Parece muy poco tiempo.
-Es muy poco porque un antidepresivo tarda un mes en hacer efecto y si sacas antes al paciente, puede recaer. Por eso insisto en que hay que proteger a los cuidadores y los trabajadores de salud mental. De hecho, el otro día en Palencia falleció una psicóloga tras la agresión de una interna. Los enfermos no tienen la culpa, pero hay una contradicción ética entre la libertad y la protección. Si das libertad pones en riesgo a la gente, y si por protección, pones muchas medidas precautorias, quitas libertad. También hay inyecciones para tranquilizarles que son brutales porque les castras, y les privas de funciones cognitivas.
Vivimos en una sociedad donde aumentan la depresión y la ansiedad. ¿Es solo efecto de la crisis?
-Un 4% de la población tiene enfermedades psiquiátricas que invalidan mucho porque deben ser tratadas con medicación y muchas veces con ingreso. Me refiero al 1% de psicosis o esquizofrenias y otro 3% que tienen depresiones graves derivadas de trastornos genéticos hereditarios. Sin embargo, más del 45% de la población tiene alguna vez una depresión o episodios de ansiedad y en éstos sí influyen mucho los factores psicosociales. Problemas económicos, separaciones matrimoniales, situaciones personales de fracaso, dificultad de encontrar un modo de vida... Eso deriva en drogas, infelicidad, y también en el suicidio.
¿La tasa de suicidios ha crecido?
-Ha aumentado el porcentaje de suicidio pero no de forma escandalosa. Algunos autores mantienen que con la disminución del 1% del nivel de vida aumenta otro 1% la tasa de suicidios. Cada diez suicidios, ocho están acompañados de trastornos psiquiátricos diagnosticados. Es una causa ya de muerte relativamente frecuente entre adolescentes y ancianos. Sin embargo, como decía mi maestro Julián de Ajuriaguerra, las estadísticas son como el biquini, enseñan mucho pero tapan lo más importante.
Parece que la gente ya no tolera el sufrimiento, todos queremos la pastilla de la felicidad.
-Me parece normal que la gente no quiera sufrir. Además el nivel de tolerancia al sufrimiento depende de la zona donde se viva, no es igual en Bilbao que en Afganistán.
Hablando de resistir las dificultades, usted acaba de asistir a la investidura de Rojas Marcos como Honoris Causa de la UPV/EHU, todo un experto en resiliencia.
-Sí, él ha estudiado la resiliencia, es un experto sobre la capacidad de resistir a las dificultades y de enfrentarse a la adversidad. Además somos amigos, estuvimos juntos en Estados Unidos, apadriné su tesis...
De su discurso trascendió una frase controvertida; las mujeres viven más porque hablan más.
-Es que no es ninguna tontería. Y no se refiere al cotilleo, se refiere a que tienen una red de soporte social mayor. La mujer se comunica, la madre habla con la hija varias veces aunque viva fuera, con las amigas... es una auténtica simbiosis. Mientras que los hombres estamos viendo el fútbol o tomando blancos, las mujeres hacen una terapia de solidaridad. Yo temo cuando mi mujer me dice sentémonos a hablar. Es broma (ríe).
¿Usted comparte que el pensamiento positivo y la autoestima, nos hacen más fuertes?
-O bobos. Tampoco podemos ir todo el día creyendo que vamos a estar estupendamente y qué fenomenal es todo y diciendo qué bien, qué bien. Porque qué es pensamiento positivo ¿el de Rajoy? ¿el de estar todo el día viendo la luz al final del túnel?
Pero ponerse siempre en el peor de los escenarios... tampoco ¿no?
-Yo no defiendo el pensamiento positivo pero tampoco, por supuesto, ser un cenizo.
En su último libro presenta una sugestiva propuesta sobre las consecuencias psicológicas de la violencia y reflexiona sobre el olvido y el perdón ¿Se puede olvidar?
-Se olvidan las tonterías. Pero no se olvida un hecho traumático, un daño recibido, un crimen. No existe un procedimiento para olvidar. Existen unas sustancias químicas para borrar los malos recuerdos. Eso éticamente también es reprobable porque uno es lo que es gracias a los recuerdos que mantiene, sino sería un gato o una vaca. Un hecho traumático, violento, nunca se olvida pero se puede dulcificar y ponerlo en su justo lugar.
¿En qué consiste esto?
-Es que el recuerdo que uno tiene no es el recuerdo real. De un suceso determinado, distintas personas recuerdan, al cabo de los años, cosas diferentes. El conocer la historia y los relatos de lo ocurrido y discutirlo, ayuda a centrar el suceso en su justa medida. Y eso puede ser muy útil. No lo olvidas, lo recontextualizas. Y en esa medida, puedes estar más inclinado a perdonar.
¿O sea que se puede perdonar a un agresor o a un asesino?
-El perdón es algo personal, subjetivo. No se puede perdonar por obligación. Con las experiencias que se hacen en el programa de testimonios de víctimas en las aulas, ha habido reacciones de todo tipo. Unos escuchan y se van, otros dicen te perdono, y otros han terminado abrazando al verdugo.
En el caso de la memoria histórica, usted aboga por una reparación simbólica.
-Es que el gobierno tiene que reconocer públicamente que fue una barbaridad. Luego debe proceder a restaurar el prestigio del ofendido, tiene que devolverles la dignidad con monumentos públicos o lo que sea. Y eventualmente, si se puede, también debe existir una restauración económica.
Eso se refiere a la violencia que ejerce el Estado, pero ¿qué pasa por ejemplo con los agresores particulares, con la violencia y abuso contra las mujeres?
-Detrás de los agresores hay frecuentemente problemas de toxicomanías, alcoholismo... son personas asociales y que tienen dificultades para controlar sus impulsos. Sin embargo, hay una cosa que nunca dice nadie y es que, siendo un problema importantísimo, España está a la cola en muertes de mujeres. Hay más en el norte. Me refiero a las estadísticas de países con más feminicidios. Nos hacen ver en los medios de comunicación que somos los líderes. Otro crimen machista, dicen, sí, pero menos que en Suecia, Francia o Inglaterra.
¿Se pueden evitar los estrés postraumáticos tras catástrofes como el 11-M o el 11-S?
-¿Tras o antes?
¿Cómo dice?
-Es que antes también se puede. De hecho, funciona como una vacuna. A los ejércitos que van a entrar en combate les proporcionan sustancias químicas para que el futuro bombardeo real no les afecte.
Se puede vacunar a un soldado pero no a una víctima del 11-M que iba en el tren de Atocha.
-En este tipo de catástrofes se trabaja en lo que se llama disminución de la ansiedad primera y se trata con ansiolíticos o antidepresivos. En combates se aborda con flashback volviendo a revivir las secuencias traumáticas. Luego hay un problema añadido, cuanto más atención pone el entorno, más afecta y más problemas psicológicos causa.