J. V.: Para ser un jeta hay que valer. Empecemos reconociendo eso. Algunos son unos artistas...

I. Q.: Para todo hay que valer, pero en algunos casos más que en otros y en el caso de los jetas, como bien les llamas, valen al 50% los que se aprovechan y el otro 50% los que se dejan aprovechar. En demasiadas ocasiones se deja hacer a esta gente impunemente por aquello de que por la paz, un avemaría y al final se suelen rezar todos los rosarios conocidos, los gozosos, los gloriosos y los dolorosos.

J. V.: Es sorprendente la naturalidad con que actúan. Allá donde el común de los mortales se lo pensaría mil veces, ellos saltan al ruedo.

I. Q.: Sí, pero no siempre por habilidad propia, sino porque mucha gente mira para otro lado. Como siempre en estos casos, al final aquellas personas a las que se les deja mentir de forma reiterada terminan por creerse sus mentiras y maniobrando con soltura hasta que les paran los pies. En ese momento suelen tirar de manual y adoptan el papel del agraviado, víctima de la envidia de las personas que sufren por no conseguir todo aquello que consiguen.

J. V.: No parece tampoco que las consecuencias de sus actos les preocupen mucho. Si causan daños a terceros, allá películas.

I. Q.: Sí, pero suelen decir ¿Daño yo? con unos ojos muy abiertos. Y es que quien abusa normalmente suele mentir más de lo que habla y sobrevive de esto, de engañar a personas generalmente insatisfechas que buscan líderes malvados.

J. V.: Lo curioso es que a veces son capaces de convencernos de que actúan sin malicia... Y a lo mejor hay casos en los que es así.

I. Q.: Perdona que me ría... Ni hablar. Estas personas desconocen lo que es la buena fe y obran siempre con mala fe. Si en alguna ocasión te prestan algo, te sacarán el mil por ciento en intereses. Si no se les conoce, aún te pueden engañar, pero cuando son personas conocidas, no engañan ya a nadie. La realidad es que los engañados son ellos porque ignoran que la mayoría de las personas que les observan los conocen y los desprecian.

J. V.: Tienen tal habilidad para dar la vuelta a las situaciones, que resulta difícil hacerles frente. Los hay que literalmente piden como si estuvieran dando.

I. Q.: Ya te digo que si son nuevos, vale, pero si son conocidos, ya no tanto porque se aprende cuál es su fuelle, cuáles sus herramientas y sobre todo se descubre que son cobardes, que no saben mirar a la cara y que cuando no pueden usar el victimismo, tienen muy poco recorrido. No aguantan el cuerpo a cuerpo ni medio asalto. Suelen decir que todo era una broma cuando se les pone la punta de la nariz en la cara y se les pregunta qué es lo que quieren decir.

J. V.: Supongo que también se aprovechan de que el resto de las personas, o por lo menos, sus víctimas, no son como ellos. La mayoría prefiere tragar por no montar un numerito. Y si es en público, ni te cuento.

I. Q.: Se suele decir que dos no discuten si uno no quiere, pero en este caso yo añadiría sin opción a discusión, que el que no va a querer es el que tenemos enfrente. Que trague el que quiera porque a estas personas se les gana a costa de aburrirles más que ellas a ti. Ante la insistencia con la que suelen obrar hay que oponer una beligerancia contundente.

J. V.: No parece que padezcan una gran sanción social. Los hay que hasta pasan por simpáticos y dicharacheros.

I. Q.: Hombre, según en qué nivel te muevas, puede que no la padezcan, pero la mayoría son mal considerados personal y profesionalmente. Aquí como en todo, solo si alcanzan cotas de poder o se colocan a la sombra de un poderoso con necesidad de tener un lacayo servil, pueden ser muy peligrosos. Y de simpatía y gracia, más bien poca.

J. V.: Y estos tampoco son de los que cambian, claro.

I. Q.: Bueno, si resistes y les enseñas que una vez tras otra los vas a cuestionar, les vas a delatar y no vas a transigir con ellos, suelen ser como los animales, que huelen el enfado y el miedo, se alejan del primero y se ensañan con el segundo. Cambian al menos de destinatario o si lo prefieres, de víctima. La frase que dice que más vale ponerse colorados un día que vivir cien amarillos está hecha a medida de esta gente.

J. V.: En el otro extremo se encuentran los que se dejan comer una y otra vez la tostada porque les da terror hasta a ir a cambiar una camisa. ¿Hay ocasiones en las que sí debemos echarle morro a la vida?

I. Q.: Hombre, depende a qué se le llame morro. Muchas veces consideramos echarle morro a un simple pedir y esto se cura cuando se hace la primera vez, con decisión, con buenas maneras y con transparencia. La respuesta de las personas a las que nos dirijamos de esta manera normalmente será buena porque las tres premisas que he mencionado creo que son las que buscamos y hasta necesitamos todos, en nuestras relaciones con nuestros semejantes. Compartir es algo necesario y creo que la mayoría de nosotros lo hacemos gustosos en un clima cordial y sin trampas.