Una mujer que hizo la vida exquisita a quien transitó ante ella
Durango. La buena de Conchi logró hacer la vida más dulce a todos los convecinos de Durango, así como a los foráneos que arribaban a la villa deseosos de un capricho goloso que hiciera más feliz a sus paladares y, por extensión, a sus corazones. Dio el paso hacia la eternidad en la que creía el pasado día 11, lunes.
La hija de Juli Areitioaurtena, de Olaeta (Aramaio), y de Patxi Goicolea, de Durango, fue la regenta de La Exquisita durante más de medio siglo, pastelería con solera de la calle Andra Mari, en el casco viejo del poblado medieval vizcaino.
"¡Es una niña!", exclamarían. El bebé nació en su localidad paterna el 8 de diciembre de 1919, día de la Inmaculada Concepción en el santoral cristiano, Virgen de la que heredaría su nombre y que le distinguiría durante un total de 93 años. Su paradójico primer llanto desbordó de alegría a su familia. Aconteció en un hogar cimentado sobre un restaurante y más tarde café que hizo historia en la localidad del sureste vizcaino, el famoso Siglo XX aún en la memoria colectiva local.
La alegría se tornó pena cuando de joven falleció su madre, Juli. Entonces trasladaron a la pequeña junto con sus hermanos a vivir con su abuela en la más pura naturaleza, en Olaeta. En el especial barrio circunscripción de Aramaio pasó varios años de su vida.
El destino le volvería a mudar a su Durango natal, donde trabajó en el Siglo XX, negocio administrado por su padre. Conchi sirvió las mesas de la recordada y nostálgica parra del café de Ezkurdi, inmueble a día de hoy remozado y anexo al moderno Palacio de Justicia. El estallido de la Guerra Civil condujo a la familia a la denominada inmigración interna, en este caso, a Gordexola y sus cercanías. Tal vez Conchi sobrevivió a los bombardeos de Durango del 31 de marzo de 1937 y días posteriores, pero el de la Guerra Civil era un episodio de su vida del que como a muchas otras personas mayores no le gustaba recordar. Prefería pasar página y rendir elogio al presente.
boda en urkiola Corrían los meses de batalla irracional, de llegada del totalitarismo franquista, pero también surgían entre lo gris días alegres y emotivas noticias. En 1943, Conchi contrajo matrimonio en el alto de Urkiola . La joven sumaba 23 otoños y acudía al Santuario de los Santos Antonios a desposarse con todo un hombre popular de la época. Los anillos unirían para siempre su destino con el de Patxi Garate, laureado futbolista del Athletic de la época. Dos años después, llegó al mundo la primera hija de la pareja, Inma. Ese día, quizás mejor dicho, esa jornada, Garate se encontraba disputando un partido de fútbol en la ciudad andaluza de Sevilla.
Patxi Garate Bergareche (Durango, 1916-1986) militó como interior zurdo en las filas de su venerado Athletic entre 1934 y 1946. Un hermano suyo, Ignacio, también vistió la zamarra bilbaina. Patxi jugó un total de 134 encuentros, aportó tesón para ganar dos Ligas y tres Copas. Contribuyó a las estadísticas del histórico club rojiblanco con 54 goles. En los terrenos de juego, el durangués formó once junto a grandes leyendas del Athletic como fueron los Zarra, Iriondo, Panizo o Gainza. Tras colgar las botas, continuó toda su vida vinculado a la entidad con la que conoció la gloria deportiva y en la que fue segundo entrenador, delegado del campo de San Mamés, y ojeador. Los suyos pueden estar orgullosos de él porque en la disciplina del Athletic debutaron grandes e históricos jugadores que él reclutó. La leyenda dice que Garate no salía un lunes a la calle si la jornada anterior había perdido el partido con su equipo. Lo hacía por sentirse apesadumbrado por todo lo que sudaba la camiseta, porque se desvivía por los colores de Athletic, por los que se tenía un mayor respeto que, según algunas voces, los de la actualidad. Para él, la institución del balompié de Bilbao constituida en 1898 era una religión.
pastelería Cuando Patxi enfermó y tuvo que abandonar el mundo del fútbol, Conchi comenzó a trabajar como empleada en la pastelería La Exquisita (comercio dependiente de la firma de igual nombre de Bilbao, capital de la que le suministraban el género), situada en Durango junto al conocido popularmente como pórtico pequeño o de Las Palomas de la hoy basílica Santa María de Uribarri. Calendarios más tarde, Goicolea acabó haciéndose cargo de este histórico negocio, donde ha trabajado, sin descanso, toda su vida; solo algunos días de agosto disfrutaba de tiempo libre como a ella le gustaba en Getaria o La Rioja. Estuvo tras el tentador mostrador más de 60 años.
El matrimonio surgido entre la pastelera y el león de San Mamés dio al mundo la suerte de cuatro hijas: Inma, Merche, Eli y Ana. La descendencia continúa con siete nietos y, recientemente, un total de nueve bisnietos.
Conchi era una mujer "muy trabajadora y de mucho carácter", le reconoce la familia. Al mismo tiempo, era muy querida, entre sus amigos y amigas de toda la vida y la ciudadadanía de Durango. "Le gustaba recordar cómo cuando era niña iban desde Olaeta a por nieve para el caserío a la zona del monte Gorbea; también el gran ambiente que se reunía el día de San Antonio (13 de junio) en el Café Siglo XX y cómo de joven solía subir a caballo para bailar la romería de San Cristóbal, en el monte Oiz", resume su familia que prosigue con la pastelería abierta, haciendo la vida más dulce o la boca agua a quien transita por delante de su cristalera. "Era una mujer muy familiar", destacan quienes más le han querido, quienes más le quieren y quienes siguen endulzando sus paladares y corazones con las trufas, las palmeras, los caramelos, pasteles… de la exquisita Exquisita.
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