J. V.: No estamos hablando de la cualidad humana más extendida, me temo. Incluso diría que cada vez es menos frecuente.
I. Q.: Hombre, eso depende del entorno en el que nos movamos. Conozco muchas personas que son extremadamente sinceras y no creo que nos deba cegar el hecho de que gran parte de la vida pública actual solo pueda presumir de falta de sinceridad y de aquello de que "no es nada personal, son sólo negocios" que un buen amigo mío periodista reproducía del original de la película El Padrino en su columna diaria hace pocas fechas. La sinceridad sigue siendo moneda de cambio y creo que aquellos que quieran mantener crédito (dichosa palabra) en estos tiempos, tendrán que aprender. Lo que percibo es que la población tiene hambre de escuchar a personas que no mienten. Creo que el liderazgo debe ir asociado con la sinceridad y con la verdad. Si no, es un liderazgo efímero que se vuelve en contra de quien lo ejerce de esa manera, generando frustración y una pérdida de fe en los valores.
J. V.: ¿Qué nos mueve a no ser sinceros? Obviamente, no hay un solo motivo...
I. Q.: Muchas cosas. La más importante, la falta de valor, escrúpulos y transparencia. Se miente inicialmente por eso y luego por costumbre. La mentira no se basa en un solo factor, sino en varios. Otro muy importante es el interés. Hay gente que por intereses es capaz de embarcar a buenas personas en viajes peligrosos.
J. V.: La primera mentira suele llamar a la segunda, la segunda a la tercera... y así hasta infinito.
I. Q: Sí. En todo, lo más difícil es la primera vez. Luego, repetir es coser y cantar. Al final, el mentiroso compulsivo se termina creyendo sus propias mentiras y en un intento de dotar, con falsa energía su discurso, es capaz de escenificar un drama si alguien le contesta. Lo que consigue con ello no es más que un ejercicio de desvergonzura.
J. V.: A veces, sabemos que nos están mintiendo... y no decimos nada. Sonreímos y lo dejamos pasar. ¿Mal hecho?
I. Q.: Depende, que diría el gallego. No vale la pena ir descubriendo a todos los mentirosos del mundo porque son muchos. Creo que hay que desenmascarar a los que se mueven en tu entorno más próximo, que es donde opino que nos debemos mover con más energía y determinación porque es donde influimos. Cuando lo hagamos, debemos tener siempre en cuenta que estamos haciendo una inversión y que vale la pena pasar un mal rato para no dar terreno a gente que no es de bien.
J. V.: ¿Podemos llegar a mentirnos a nosotros mismos? ¿Y a creer nuestras propias mentiras?
I. Q: Sí. La mayoría de las veces que entablamos una discusión de esas eternas, en las que nos olvidamos de que el lenguaje y la inteligencia son unos instrumentos que contribuyen a que nos entendamos y en las que lo que buscamos es tener razón, nos mentimos muchas veces y nos perdemos el respeto, especialmente a nosotros mismos.
J. V.: Esto recuerdo habértelo preguntado más de una vez, pero insisto: ¿soportamos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
I. Q.: El ser humano soporta absolutamente todo lo que le pongan delante. Somos unos artistas de la adaptación, porque si no lo fuéramos no habríamos sobrevivido como lo hemos hecho. Y mal que nos pese, la verdad es imprescindible para adaptarnos.
J. V.: En relación con la anterior pregunta, hay quien presume de ser brutalmente sincero. Tampoco hay que pasarse y herir con algo, por muy verdad que sea, ¿no?
I. Q.: Estoy de acuerdo. Al final todos queremos saber la verdad, lo que ocurre es cada uno la necesita de una manera diferente. Como médico defiendo que hay que decir la verdad siempre, salvo que el interesado no lo quiera, y hay que presentar esa verdad de manera que se haga soportable. Suelo decir que una buena manera -ni la mejor ni la única- de acercar a un paciente a la verdad es preguntándole lo que quiere saber. Así te da las pistas de lo que él ya sabe, lo que intuye, lo que le preocupa y el camino que ya lleva caminado.
J. V.: Dicen que una verdad a medias es peor que una mentira. ¿Lo compartes?
I. Q.: Una verdad a medias, una mentira a medias, tanto monta monta tanto. Creo que ambas son muy malas. Tanto como la mentira absoluta.
J. V.: Pese a lo que decimos, alguna mentirijilla ya se nos ha escapado a todos... y más de una vez.
I. Q.: Claro. Es inevitable. Lo bueno es reconocerlas, admitirlas ante los que las hemos presentado, muchas veces, explicando las razones por las que en un momento determinado, sin mala intención y con voluntad de aclarar las cosas hemos obrado de esa manera. En otras ocasiones se miente sin que se te escape nada, porque es el lenguaje de quien tenemos delante y no es cuestión de darle ventaja a un avispado.