bilbao. Acaban de comunicarme la muerte de Juan Churruca. No por esperada resulta menos sentida.
Puedo decir con orgullo que he vivido y he disfrutado de su amistad. Le conocí de rector de la Universidad de Deusto, profesor de Derecho Romano y de colaborador en su seminario. Siempre aprecié su honestidad, su sensatez, su equilibrio, su prudencia y una virtud que hoy no cotiza en sociedad: su humildad.
Mi admiración por Juan me llevó al atrevimiento de pedirle que me acompañara en aquella aventura heroica de formar parte de aquel mi primer Gobierno de 1985 a 1987, para hacerse cargo de la cartera de Educación, Universidades e Investigación. Cuánta comprensión y sufrimiento para él y su equipo, cuando lo cómodo hubiera sido permanecer en su universidad, respetado y querido por todos y todas.
Conocí a Marita, su mujer, la compañera que dio gracia, alegría y una hija a aquel matrimonio que compartía en una simbiosis perfecta la afición por el estudio del siglo II dC con la pintura y el arte actual.
Marita se fue demasiado pronto y Juan empezó a seguirla. En sus periódicas visitas a mi despacho de Euskaltel, observaba con pena su declive y cuando nos vimos por última vez me decía: "Lehendakari, me estoy convirtiendo en un zángano, no sirvo", mientras me entregaba su último libro, Cristianismo y mundo romano.
Juan, vuelve con Marita, descubre todo lo que aquí no te dio tiempo del siglo II y, un poco antes o después... nos volveremos a ver. Besarkada handi bat.