"Pasar de dos obispos a uno requiere un esfuerzo y yo llego hasta donde puedo"
Con las diferencias que provocó su nombramiento prácticamente desactivadas, Mario Iceta hace balance de doce meses como obispo de Bilbao. Desde su consagración el 11 de octubre en la catedral de Santiago, ha pasado un año sin descansos pero sin sobresaltos
Bilbao. Mario Iceta se enfrenta a malos tiempos para el catolicismo, pero él huye de las estridencias y se ha encargado, en estos 365 días, de tejer una sólida red de colaboradores que le arropen en su labor pastoral y le alejen de las turbulencias. Una tendencia que ya expuso en su época como prelado auxiliar.
¿Qué balance hace de este primer año como obispo? ¿Ha sido una etapa tranquila, continuista...?
Diría ante todo que ha sido un año intenso y positivo. El haber sido obispo auxiliar me ha permitido asumir el ministerio como obispo de Bilbao con un cierto rodaje y conocimiento de la realidad diocesana. La existencia del IV plan diocesano de evangelización ha constituido una ayuda indudable, ya que la hoja de ruta del caminar de la diócesis estaba ya trazado y echado a rodar. En este sentido, mi aportación ha sido impulsar dicho plan. Se han erigido las primeras unidades pastorales y se ha continuado con la remodelación. Asimismo, la renovación y constitución de los nuevos consejos ha sido un elemento sustancial, y el haber llegado al verano con todos los consejos constituidos y en funcionamiento, aunque sea en sesiones constitutivas y, por decirlo de algún modo, primerizas, posibilitan que este año la diócesis adquiera su velocidad de crucero habitual tras las condiciones particulares que supone el nombramiento de un nuevo obispo.
¿Desarrollar la labor episcopal sin obispo auxiliar le está resultando una carga muy pesada?
Gracias a Dios cuento con muy buenos colaboradores. Los vicarios y los delegados o directores de secretariados llevan adelante con dedicación y entrega sus tareas. Ahora bien, pasar de dos obispos a uno requiere por mi parte un esfuerzo de multiplicar mi presencia en lugares y actos en los que era habitual la presencia de uno de los obispos. Por mucho que me multiplique tengo dificultades de asistir a todos los actos a los que soy convocado y a los que, en razón del ministerio, debo cuidar y acudir. Los vicarios me ayudan a suplir esta carencia, pero, a pesar de su ayuda, muchos siguen reclamando la presencia del obispo. Llego hasta donde puedo.
¿Ha tenido ocasión de hablar con alguno de los 700 laicos y religiosos que firmaron un escrito dirigido al Nuncio pidiendo poder participar en la elección de obispo?
He tenido ocasión de hablar con alguno de ellos. La conversación ha sido franca y respetuosa. Me han transmitido que no se trata de juzgar a la persona elegida, sino el procedimiento utilizado.
Ha sido un diálogo en un clima de respeto, escucha y sinceridad. Creo que escucharse mutuamente y aducir razones y dialogar acerca de ellas es importante y siempre fructífero para ambas partes.
¿Qué destacaría de cómo se ha producido el relevo y los diferentes nombramientos de su equipo (la renovación del diocesano, el nombramiento de vicarios generales y territoriales)? Parece que apenas ha habido críticas frente a las que tuvo que afrontar al inicio de su mandato.
Se han seguido los cauces habituales de consulta y participación. Estoy muy contento con el equipo de vicarios. Son personas trabajadoras, con criterio, prudentes, con sentido de la realidad y conocimiento profundo de la diócesis, de hondura espiritual y humana. Es un equipo formado por sacerdotes diocesanos de procedencias diversas y de caracteres personales distintos, y al mismo tiempo bien empastado, lo que ayuda mucho a la hora de tomar decisiones. Las sesiones del consejo episcopal son participativas, donde juntos formamos criterio y se toman decisiones que se estiman oportunas para el bien de la diócesis, tras una cuidada reflexión y deliberación.
Es el primer obispo de la Diócesis que no ha tenido que oficiar funerales por asesinatos de ETA desde 1975 ni preparar pastorales sobre el terrorismo. ¿Cree que ya se han dejado atrás la violencia y el rencor?
Creo que la evolución de nuestra sociedad ha sido positiva. El rechazo de cualquier acción terrorista o violenta es firme. Se percibe la necesidad de trabajar juntos, en los diversos ámbitos institucionales, políticos y sociales para la erradicación definitiva del terrorismo y la violencia y educar y cuidar la convivencia en el respeto, paz y libertad. Me parece que la sociedad anhela y percibe más nítidamente esta esperanza de un fin definitivo de toda forma de terrorismo y violencia. Pero las heridas, tan grandes, personales y sociales, que el terrorismo ha generado necesitan tiempo, acompañamiento, paciencia, pedagogía y dedicación para que puedan ir sanando. Es una tarea ardua, pero necesaria, que la Iglesia está dispuesta a acompañar y ofrecer lo mejor de sí misma para esa sanación personal y social.
La secularización va en aumento y, sin embargo, acude el Papa a la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid y asisten millones de personas. ¿No es una incongruencia?
Creo que ambas realidades no son excluyentes. Ahí tenemos los datos fríos, pero reales, que indican la tendencia: baja el número de bautismos, matrimonios canónicos, asistencia dominical a la Eucaristía… También es verdad que la fe y el seguimiento de Jesucristo no se mide por cifras. En las visitas que realizo a las diversas realidades diocesanas también veo personas y grupos de fieles de profunda fe, comprometidas en los campos de la evangelización, de la atención a las diversas pobrezas, enfermos, inmigrantes, sin techo…, de responsabilidad en tareas eclesiales muy variadas.
¿Cómo se explica?
Es cierto que el número de creyentes y practicantes ha disminuido con respecto a otras épocas, pero creo que la calidad, el testimonio y compromiso de quienes siguen las huellas del Señor es entregado y firme y a mí, personalmente, me conmueve. Hay muchos jóvenes que siguen las huellas de Jesús en los ámbitos donde viven, aunque su trabajo no se perciba o no les dediquen titulares en los medios de comunicación. Son como los fundamentos de una casa: no se ven, pero están ahí y gracias a ellos la casa no se hunde. Los jóvenes están presentes, al pie del cañón y son una semilla prometedora y constituyen una esperanza cierta.
¿Considera que la crisis pastoral y de vocaciones es coyuntural o un fenómeno que ha llegado para quedarse?
Suelo decir que cada tiempo es una ocasión de gracia y el presente es el tiempo que nos toca vivir y en el que estamos convocados a entregarnos. La crisis vocacional hace tiempo que nos acompaña. No sé si se queda o se va. Pero estoy convencido de que en estas circunstancias debemos trabajar. La misión de todo cristiano, con independencia de su estado, laico, clérigo o religioso, es siempre apasionante: vivir como discípulo del Señor en las circunstancias en las que se encuentra, ser testigo de la vida y amor de Dios en medio de la sociedad y sentirse enviado a llevar la luz y esperanza del Evangelio a todos los rincones. No se trata de muchos o pocos. Se trata de intensidad y radicalidad evangélica. Esa es nuestra tarea, ciertamente impresionante, que nos supera, pero que en el fondo otro la sostiene y lleva adelante. Los frutos los da el Señor. Un sacerdote dijo "lo nuestro es sembrar y con paciencia saber esperar".
El Señor no nos envía a tener éxito, sino a dejarnos transformar por Él y llevar su vida y esperanza a todas las personas, con sencillez y humildad, con convicción, de modo particular a los pobres y necesitados.
¿Qué le preocupa más, el déficit de sacerdotes o el descenso del número de feligreses?
Lo único que me preocupa es la autenticidad de nuestra vida cristiana. Si los cristianos vivimos con radicalidad evangélica, seremos sal, luz y levadura. Curiosamente, el Evangelio habla siempre de cantidades humildes: levadura de la masa, sal de la tierra, lámpara en el candelero. Lo que importa creo que es nuestra veracidad y coherencia de vida. Cuando vivimos así, la Iglesia vive su vocación de ser signo, sacramento y presencia de salvación en medio del mundo, como afirma el Concilio Vaticano II. Y el Señor procurará los diversos ministerios y carismas suficientes para el servicio de la Iglesia. Con esa autenticidad, no faltan las vocaciones necesarias. Lo del número es siempre relativo.
¿Con el nuevo curso se ha resuelto el contencioso de las clases de religión con Educación?
Es un tema que aún no se ha resuelto. Al margen de otros asuntos, la cuestión fundamental es el derecho de los padres a elegir la formación y educación de sus hijos conforme a sus principios, valores y creencias. La función de las instituciones, y del sistema educativo, es ayudar a los padres a cumplir este fin. La dimensión espiritual y trascendente es inherente y sustancial a una formación integral. Estamos abiertos a colaborar con la escuela pública en la medida de nuestras posibilidades.
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