Aunque fueron los chinos quienes comenzaron a podar las raíces y las ramas de los árboles hace más de 2.500 años, los monjes budistas encontraron en estas plantas en miniatura un medio para generar belleza. "Las clases altas se interesaron por los bonsáis y más tarde una delegación comercial japonesa exportaron la afición a su país. En Japón se ha desarrollado una industria impresionante alrededor de estos arbolitos", explica Richard Diego, director de El Bosquecito, un centro de cultivo de bonsáis en la comarca de Enkarterri en el que se imparten cursos.
Diego no es el único que está fomentando esta afición. En los centros comerciales de Euskadi la moda zen regresa tras unos años en los que apenas se oía hablar de bonsáis. Para sus promotores, el peso de algunos prejuicios afecta a esta actividad que muchos consideran elitista o demasiado complicada.
"Las normas son claras y se basan en un principio básico: los bonsáis se parecen a sus hermanos mayores y requieren cuidados similares", resume Diego, que hace año y medio decidió hacer de los bonsáis su forma de vida y que, además de impartir clases, vende todo tipo de herramientas y cuida los árboles cuando sus dueños se van de vacaciones.
"Cuando nieva les tiene que caer la nieve, cuando hace frío les tiene que pegar el frío y cuando hace sol, el sol", continúa. "Los bonsáis no son una especie concreta de árbol sino una técnica para volver miniatura cualquier especie". En sus clases, los alumnos seleccionan árboles con hojas y frutos pequeños para evitar que queden desproporcionados con respecto al tronco y las ramas.
Crear paisajes Una de las falsas creencias con respecto a los bonsáis es que son plantas de interior. En la casa de cultura de Güeñes, los alumnos se esfuerzan por poner alambre para modelar las ramas y conseguir que los árboles adquieran una forma bella. Cuando terminan su trabajo, sacan los tiestos al exterior y dejan que la lluvia los rocíe. "Hay todo un mundo alrededor del bonsái. Hay que elegir el tipo de tiesto adecuado para cada planta según el color de las hojas y según cómo vaya evolucionando ese color...", explica el profesor.
El Bosquecito resguarda alrededor de 350 bonsáis y una veintena de paisajes. "Nuestra idea para un futuro próximo es reproducir paisajes para centros de interpretación de la naturaleza, museos, hoteles o casas rurales", continúa. Aunque Diego no es muy amigo de colocar figuras, las posibilidades son varias, como la de introducir mobiliario urbano auténtico de pequeño tamaño, como un banco de forja o una farola que se vaya oxidando como se oxidaría en un parque real. "Mi intención es poder llegar a recrear escenas de la vida en la antigüedad, cuentos o paisajes ficticios como los que aparecen en El señor de los anillos. Es un proyecto que tengo ya en marcha", afirma. La adhesión de tantos aprendices a la afición por los bonsáis tiene mucho que ver con la filosofía que se desprende de esta práctica que pone a las personas en contacto con la naturaleza. "En el mundo en que vivimos a veces ni nos damos cuenta del cambio de las estaciones en el entorno natural, así que el bonsái te ayuda a descubrir la naturaleza", explica Diego.
Ese contacto exige también tomar conciencia del valor de las plantas y evitar la extracción de especies en el monte. "Nosotros trabajamos con prebonsáis, con árboles de vivero que tienen troncos gruesos. Antes de pringarte y de coger en el monte cualquier árbol importante has tenido que dominar las técnicas muy bien. No te puedes permitirte el lujo ni ser tan inconsciente de estar frente a un árbol de más de cien años y en una mañana matarlo", afirma con rotundidad.
Calma y evasión Los alumnos, que escuchan al profesor con atención, presentan un perfil muy variado. Tienen entre 13 y 70 años. Hay hombres y mujeres. Los motivos para acercarse a El Bosquecito son variados pero todos aluden a esa mezcla entre calma y evasión. En clase apuestan por las especies autóctonas: hayas, robles, encinas, arces campestres, coníferas, abetos,... "A veces elegimos ciruelos ornamentales, camelias y algunas especies de fruto como manzanos, mandarinos o higueras", explica Diego.
Algunos árboles pueden adquirir un significado mágico, legendario. "Los propietarios de la colección más antigua es la familia real nipona que tiene especies heredadas a través de siete generaciones". Existe una leyenda según la cual el bonsái más antiguo que ha existido nunca se encontró en la tumba de una emperatriz japonesa, en el que caía una gotita de agua que hizo sobrevivir a un pino de aproximadamente 1.200 años por cuyo interior discurría la savia.
Hoy pueden verse especies curiosas en centros y museos de todo el mundo. Solo en el Estado pueden encontrarse cuatro centros de referencia, el Museo de Bonsái Les Cloquelles del mas Cornell en Girona, el Museo de Marbella, el Centro Bonsai Colmenar en la Comunidad de Madrid y la exposición del Real Jardín Botánico.
En Euskadi no existen, al menos todavía, colecciones competitivas a este nivel, pero la posibilidad de generar un negocio alrededor de estos árboles y de cubrir una demanda anima a algunos centros a hacer posibles inversiones de futuro. Cuantos más años tiene un bonsái más dinero cuesta; por eso los precios son muy oscilantes.