Las fiestas de Bilbao fueron inventadas, no tienen tradición", pronunció Joxemari cuando entre pote y pote en el Casco Viejo describí mi tema de investigación. Joxemari es navarro y, en tanto tal, comparaba la Aste Nagusia bilbaina con los Sanfermines. (Nótese que he escrito "bilbaino" y no "bilbaíno", como en mis columnas anteriores. Un estimado amigo me ha apuntado que tanto "bilbaino" como "vizcaino" son trisílabos. Y que "eso es así porque es así". Y que el diccionario de la Real Academia es tendencioso, ya que dice ser de la lengua Española, cuando sólo lo es de la Castellana? Retomo.) Aquella conversación con Joxemari no avanzó demasiado pero -como solemos decir en Argentina- su frase "me hizo un poco de ruido". Pensé por unos días que mi tema de tesis doctoral había sido rotundamente deslegitimado. Luego recordé un libro editado por el gran historiador británico Eric Hobsbawm; el título del volumen era, justamente, La invención de la tradición (The invention of tradition).
Hobsbawm señala que muchas de las tradiciones que aparentan datar de tiempos inmemoriales son, en realidad, recientes y deliberadamente "inventadas". Algunas de ellas son diseñadas e institucionalizadas de una manera nítida y rápida, otras emergen gradualmente y el rastreo de su origen es una tarea más complicada. Habiendo surgido de un concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento de Bilbao y patrocinado por El Corte Inglés en 1978, la Aste Nagusia bilbaina se encuentra, claramente, dentro de la primera categoría. Dentro de la segunda, por ejemplo, podríamos ubicar al Olentzero.
Otro aspecto interesante de estas "tradiciones inventadas" es que generalmente surgen en períodos de cambio social intenso y acelerado. Estas transformaciones destruyen los patrones sociales para los cuales habían sido diseñadas las "viejas" tradiciones, y generan una demanda de tradiciones acordes a la nueva situación. No hay dudas de que las postrimerías del régimen franquista, y los inicios de la construcción autonómica del País Vasco y de lo que uno de mis entrevistados denominó la Transacción (Española), fueron años de profunda transformación. Curiosamente, tanto el nacimiento de Aste Nagusia como la difusión (y re-significación) de la tradición del Olentzero se producen en ese período.
Es necesario recalcar, también, que estas tradiciones se diseñan siempre en referencia al pasado, estableciendo con él una relación de ruptura, o de continuidad. Las fiestas de Bilbo son, en este aspecto, un fascinante híbrido. Una clara muestra del deseo de quiebre con una época anterior es su nombre nuevo, y en euskera. Un indicador de continuidad, en cambio, puede hallarse en la conservación de las corridas, hasta entonces el núcleo de las fiestas de la villa junto al teatro y las romerías. (Sí, aunque mucha gente crea lo contrario, Bilbao ya tenía fiestas antes de 1978.) Hubo, también, elementos festivos creados ex profeso: la Mari Jaia y el pañuelo de fiestas. Y otros "recuperados": la sokamuturra, y los gigantes y el Gargantúa -cedidos temporariamente por el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz hasta que se reparasen los de Bilbo-. (La "receta" de Aste Nagusia parece haber incluido los mismos "ingredientes" que el atuendo para la buena suerte de las novias argentinas: algo nuevo, algo usado, algo azul, y algo prestado.) En el caso de la tradición del Olentzero, en cambio, se ha producido una especie de sincretismo: el carbonero se parece hoy a un tierno y sonriente Santa Claus, y poco queda ya de aquella persona desagradable, en ocasiones monstruosa, de la cual huían los niños.
La historia de la Aste Nagusia bilbaina y del Olentzero dan cuenta de que el término "tradición inventada" no es un oxímoron. Eso debería haberle respondido a Joxemari en aquella ocasión.