Bilbao. Hayedos, robledales, pinares y extensos prados descubren todos los otoños, de norte a sur y de este a oeste, un auténtico edén vasco donde florecen innumerables especies de setas y hongos, preciados manjares para cualquier fogón (ya sea casero o de pago) que se precie de recompensar a sus comensales con productos naturales y de temporada.

A la plancha, en revuelto, salteadas,... el caso es tener una excusa para poder echarse al monte y exprimir al máximo las donaciones con que la Naturaleza gratifica metódicamente a los seteros, ya sean expertos o legos en el excitante mundillo de la micología. Dicen los duchos en esta materia que la temporada otoñal no será buena debido a los calores extremos registrados en fechas recientes. "Tiene que llover mucho más", resumía Plácido Iglesias, presidente de Errotari Mikologi Taldea, de Durango.

Y en la misma línea pesimista se expresaba su homólogo de la santutxuarra Cantharellus Elkartea, Iñaki Rubio, quien despotrica sobre el viento sur que las pasadas semanas ha barrido los bosques vascos y que empañaba, hasta hace un par de jornadas, cualquier atisbo de recolección. "Estábamos esperando esta lluvia para que haya humedad y que la temperatura se mantenga en torno a los quince grados", ilustra.

El panorama, por el contrario, es completamente distinto en territorios cercanos como Cantabria y Palencia por ejemplo, donde las primeras vendimias de setas y hongos de esta temporada están siendo un éxito. De hecho, este jueves, un grupo de aficionados a la micología de la sociedad Cantharellus llenaron sus cestas en una salida micológica a estas tierras, tal y como indica en declaraciones a este periódico el presidente de la misma.

"Esperemos que siga la lluvia durante los próximos días para que el agua penetre bien en la tierra y entonces, dentro de quince días" será posible escrutar los pinares, hayedos, robledales y encinares en busca de estos deliciosos frutos terrenales que única y exclusivamente florecen en unas condiciones climatológicas determinadas. "De momento, esta temporada está siendo mala", recapitulaba Plácido Iglesias, de Errotari Mikologi Taldea.

Y es que, a pesar de que la frondosidad de los paisajes de Hegoalde ocultan auténticos tesoros que esperan a ser desenterrados, no siempre es momento de escaparse hasta uno u otro monte en su búsqueda. La paciencia, la experiencia y la sabiduría son herramientas básicas para todo setero que se precie. En cualquier caso, las generosas zonas que se deslizan sobre Urkiola, el Gorbeia y la comarca de Enkarterri en Bizkaia; Sierra Salvada y Elgea o los bosques de Izki en Araba; Aizkorri, Pagoeta o el valle de Leitzaran en Gipuzkoa; y Tierra Estella, Ultzama, el Baztán o el Roncal en Nafarroa asistirán al peregrinaje micológico en los próximos días.

Esos son sólo algunos de los paraísos funghi que cada año elevan hasta el nirvana a miles y miles de personas de aquí o acullá, incluidos a todos los que cada invierno se dejan caer por las sierras navarras de Lokiz y Codes rastreando la tan preciada trufa de forma regulada. Una modalidad, la del coto y la de poner un límite de peso a la canastilla, que cada vez está acaparando mayor interés entre las administraciones que deciden reglamentar esta actividad tan popular.

Bizkaia, sin normativa De hecho, el único territorio de Hegoalde que aún no ha legislado sobre este asunto es el vizcaino. El resto han creado en los últimos tiempos una serie de medidas para tratar de mantener los ricos y fértiles hábitats donde nacen y mueren estos organismos. Así, por ejemplo, en el Parque Natural navarro de Ultzama es necesario pagar cinco euros (cincuenta si se opta por la modalidad de temporada completa) para poder obtener una licencia que permite recoger una cantidad máxima de ocho kilogramos de hongos. El año pasado, a lo largo del mes de octubre, los responsables de estas instalaciones concedieron alrededor de mil trescientos pases de recolección.

Por la misma vereda caminan las instituciones competentes en la materia en Araba y Gipuzkoa. En la primera, el límite está establecido en dos kilogramos por persona y por día, y sanciones que pueden ir desde los 25 hasta los 250 euros en el caso de saltarse a la torera esta normativa. En Gipuzkoa, un territorio donde existe una gran afición por la micología porque el clima contribuye a la proliferación de setas durante gran parte del año, están sondeando la posibilidad de apuntarse a esta fórmula, con cantidades máximas de tres a cinco kilogramos por persona y jornada de acopio, según apuntaron.

Sin embargo, esta receta no es del gusto de todos los entusiastas de la micología. No al menos, el modelo escogido por las administraciones en el que se tiene en cuenta el peso y no la cantidad. Como razona Plácido Iglesias, de la sociedad Errotari de Durango, "no es lo mismo coger cuatro hongos, que ya te pueden pesar esos dos kilos, a llevarte centenares de otras setas, que eso sí que es lo que perjudica a los montes. La legislación es un bodrio porque trata a todas las especies por igual", concluía.

Por todo ello, Iglesias echa de menos que las instituciones no hayan consultado previamente a las numerosas sociedades micológicas y científicas existentes en suelo vasco antes de decretar estas normas. "Las leyes se han hecho aprisa y sin consultarnos y digo yo que algo tendríamos que decir nosotros ¿no?", zanja el presidente de este colectivo durangarra.

No obstante, en el Parque Natural de Ultzama, la visión que ofrecen de la normativa que desde hace años deben respetar todas las personas que quieran ir a coger hongos es bien distinta. Están contentos con su aplicación y estiman que es apropiada ya que, de este modo, evitan la presencia de depredadores que en tiempos pretéritos no dudaban en esquilmar las reservas naturales que brindan las zonas boscosas vascas, cuyos ecosistemas y vegetación han sufrido modificaciones trascendentales a consecuencia de la progresiva desaparición del arbolado autóctono como robledales, hayedos o castaños.

En Bizkaia, por ejemplo, la masa forestal está compuesta fundamentalmente por miles de ejemplares de pino Monterrey (pinus radiata) a cuyos pies es posible encontrar níscalos-robellones (Lactarius deliciosus) en esta época, una seta no especialmente buscada por los seteros vascos en comparación con otras comunidades.