Bilbao. Un suceso dramático ocurrido en 1992 empujó al averno a Radomir Simunek (Pilzen 1962-2010), el mejor ciclista checo del siglo XX. Fue en la carretera que une Praga con su localidad natal. Cerca del pueblo de Cerhovice, Simunek perdió el control de su vehículo, se salió de la calzada y arrolló a tres personas, a las que causó la muerte. Fue una tragedia. El ciclista fue condenado a 18 meses de prisión, pero sólo cumplió cuatro porque su condición de héroe nacional le otorgó el indulto del presidente Václav Havel. Aquel accidente, sin embargo, transformó a Simunek. Entre la persona que entró en prisión y la que salió distaba un mundo. "Nunca viviré un momento peor. Siempre llevaré dentro esta tragedia", dijo al salir de la sombra. Y, ciertamente, aquella tragedia le acompañó siempre, fue tan odiada la persona como aclamado el campeón, hasta el martes, cuando cedió en su lucha contra una cirrosis hepática que le había carcomido las entrañas.
Desde aquel accidente Simunek no volvió a ser el mismo. Quedó el talento inherente a los grandes campeones, pero perdió la mirada determinada. Era un campeón de alma errante. Ni la sombra del ciclista que inicio en Wetzikon en 1980 la mayor hazaña ciclocrossista de la historia. Allí se proclamó por primera vez campeón del mundo apartando a Jokin Mujika del arco iris en la prueba junior, repitió en aficionados en 1983 y 1984 y cerró el círculo en 1991 ganando el Mundial profesional. Nadie ha logrado algo similar.
"En su época, Simunek fue el mejor. En Bélgica siguen considerándolo como uno de los mejores ciclistas de toda la historia. Fue un talento extraordinario", dice Petr Kloucek, ex seleccionador checo, quien asegura que pese a que Simunek logró muchas victorias pudo haber conseguido más. Una de tantas, fue en Euskadi, en el ciclo-cross de Zarautz, donde era un habitual. Lo siguió siendo después incluso de retirarse, pues en los últimos años, siguiendo a su hijo Radomir Simunek Jr., de brillante porvenir, paseó su figura errante, dicen que ahogada en alcohol, los pómulos enrojecidos, la mirada triste, por Igorre.