Plan (huesca)
MAXI no tuvo que desafiar a indios y cuatreros, como en la peli de William Wellman, pero tuvo que hacer frente a una sociedad acomplejada y llena de tabúes. José formaba parte de los pioneros, esos tíones aragoneses, que parecían condenados a la desdicha de la soledad obligada. Pero gracias a la caravana de Plan, ambos lograron combatir sus propios miedos y hoy forman una pareja feliz que afronta la vida desde la complicidad de la compañía. Maxi Matías y José Serveto contribuyeron con el objetivo demográfico ya que de su unión nacieron dos hijos: José, de 23 años y Esther, de veinte; niños que llenaron aquella escuela sentenciada a desaparecer.
Maxi, original de Durango, pero vecina de Valencia era, definitivamente, una adelantada a su tiempo. Mujer de decisiones firmes, llegó en la primera caravana en el autobús procedente de Zaragoza, donde había recalado desde Valencia en tren. Rubia, guapa y bien plantada, argumenta la razón de su soltería inexplicable. "No tenía tiempo para novios. Perdí a mi madre muy joven y tuve que cuidar a los hermanos. Había mucha tarea con la casa. Así hasta que crecieron y ya entonces me pude marchar", aduce, con la resignación de quien ha experimentado que la vida no lo pone fácil.
Maxi y José se vieron aquel fin de semana de marzo y casi, casi pasan de largo. "Al principio sólo nos saludamos. No empezamos a salir hasta el último día". El flechazo fue inmediato. "Aquel domingo fuimos a todos los sitios juntos, a comer, a bailar, a cenar. Y cuando me marchaba quedamos en que nos llamaríamos y nos escribiríamos". Era la crónica de una boda anunciada porque seis meses después, Maxi, de 55 años, regresaba definitivamente a Plan y en septiembre se casaba en la iglesia de San Esteban. Pero la relación tenía truco. "Siempre he dicho que venía con ventaja. Yo ya conocía Plan porque cuando era más joven había vivido con mis padres aquí tres años". Fue la primera pareja en estrenar la actual Casa Ruché, el centro de celebraciones local.
José cabecea y corrobora lo dicho. Acaba de atender en la cuadra una veintena de vacas que, de junio a noviembre, saca al monte pero que ahora permanecen a resguardo de un frío que congela el ambiente. Sus 67 años le han deparado alegrías pero ninguna comparable a la de tener a Maxi a su lado. "Hace cincuenta años, cuando era joven, en el pueblo no había ni un solo mozo que tuviera coche y 25 años después, tampoco había muchos vehículos para poder salir de aquí. Íbamos a los bailes cercanos y de mozas, poca cosa", sentencia, obligado a explicar por qué eran otros tiempos.
Ni un solo día a lo largo de 25 años, la caravana ha servido de pretexto para una discusión. "Nunca nos hemos reprochado eso. Las peleas han sido como las de todos los matrimonios, por los hijos, porque Maxi es más blanda con ellos que yo", comenta este hombre endurecido por el tiempo y el termómetro. En la cocina familiar, construida por el abuelo de José, desmenuzan una relación como otra cualquiera, si no fuera porque a menudo fisgamos en ella algunos periodistas. "No nos da ningún apuro contarlo. Ya han venido muchos periodistas y les hemos recibido siempre bien. A nuestros hijos tampoco les importa, ellos lo han vivido siempre así", afirman, como si hablaran de hijos de famosos.