Sunitha tiene una llavecita de metal colgada al cuello. Es la llave que abre su caja. Todas sus compañeras tienen una caja. Y una llave que la abre. De hecho, es lo único que tienen. Pero Sunitha y sus amigas no se quejan de que todas sus pertenencias quepan en un cofrecito azul de metal. Son chicas con suerte. Son alumnas de la Escuela Puente de Kalavapalli. Eso es bueno. Muy bueno. Significa que tienen una segunda oportunidad para retomar su educación. Y las segundas oportunidades no son algo que abunde en la India de las sequías y de la vida campesina.

Las escuelas puente son centros en régimen de internado que se crearon con el objetivo de recuperar a todas esas niñas que en algún momento de su vida se han visto obligadas a dejar los estudios. En estos colegios reciben una formación intensiva que les posibilita reengancharse al sistema educativo. La escuela puente en la que estudia Sunitha cuenta ahora con cerca de 200 alumnas que duermen, estudian, comen y juegan juntas bajo la tejavana del color de la esperanza que cubre el patio de recreo. Son escuelas del Gobierno indio, pero éste delegó su gestión en la Fundación Vicente Ferrer (FVF). Esta organización también contribuye económicamente ya que los fondos institucionales no son suficientes. "El Gobierno nos dio esta responsabilidad porque la Fundación lleva 40 años trabajando en esta zona y las gentes tienen mucha fe en nosotros", explica Samuel, responsable de la escuela puente de Kalavapalli. "Nuestros equipos de trabajo viven en las aldeas y así es fácil identificar a las niñas que dejan los estudios y convencer a sus familias. Ésa es una labor a la que el Gobierno no llega", añade.

"Llevo aquí desde el 10 de agosto y estoy muy contenta", explica Sunitha, de trece años. Tiene tres hermanas y una de ellas tuvo un hijo hace poco más de un año. En India es habitual que las chicas den a luz en casa de sus padres y se recuperen allí. Como la madre de Sunitha tenía que ir al campo a trabajar, decidieron que la niña dejara el colegio para ocuparse de su hermana y su nuevo sobrino. Ahora, un año después, Sunitha ha vuelto a coger los libros.

El caso de esta adolescente es habitual en la India rural, donde las niñas son una ayuda importante en las duras tareas cotidianas de la vida del campo, especialmente cuando nace un bebé en la casa o la madre enferma. Los padres ven absurdo invertir dinero en una niña que en cuanto se case se irá a vivir a casa de sus suegros. Además, una hija con mucha formación no conviene: si la chica tiene una buena educación, se hace obligatorio buscar un marido que tenga un buen nivel de estudios y un buen puesto de trabajo, lo cual aumenta el montante de la dote. También suele ocurrir que los padres tienen miedo de lo que les pueda ocurrir a sus hijas en el camino cuando éstas tienen que desplazarse de un pueblo a otro para acudir a una escuela secundaria, especialmente una vez que las niñas tienen su primera regla.

En este centro no se respira el frío ambiente de un internado. El objetivo es que las alumnas se sientan en su hogar. "Cuando llegan las vacaciones o el momento de dejar el centro, muchas niñas lloran porque quieren quedarse", explica Samuel. Las diez profesoras que trabajan en la escuela de Kalavapalli son jóvenes solteras que viven también en el centro y se van turnando para irse a sus hogares los domingos. Se ocupan de la educación de las chiquillas en las aulas, pero también duermen junto a ellas, son sus confidentes, les susurran al oído cuando los malos sueños les alteran en la madrugada y se visten de hermanas mayores para apoyarles en el difícil camino de forjarse un futuro. Por su parte, Samuel, el director del centro, es un hombre maduro, ya jubilado. Siempre se eligen hombres mayores para ocupar este puesto en las escuelas puente, ya que los padres sienten miedo y se niegan a enviar a sus hijas si hay maestros jóvenes.

Las alumnas de estos centros deben recuperar el tiempo perdido. Tienen que trabajar en firme. Por eso no disfrutan de demasiadas vacaciones, sólo en las fiestas muy destacadas. Los domingos reciben la visita de sus familiares y los sábados por la noche se divierten delante de la tele viendo películas, las noticas y programas infantiles.

Una vez que las niñas han terminado el curso en las escuelas puente, acuden a los internados del Gobierno para continuar los estudios, proceso que vigilan muy de cerca desde la Fundación, ya que si no tienen un seguimiento, se corre el peligro de que regresen a casa en lugar de continuar su formación.

el poder de la autogestión

Escuelas complementarias

Cuando a Theja le preguntan qué quiere ser de mayor se lo piensa mucho. Mira hacia el techo. Guarda silencio. Pasan unos segundos y al final dice tímidamente: "Doctora..." Quién sabe. A lo mejor los niños de Anantapur aún sienten recelo a la hora de expresar sus sueños. Es comprensible. Las generaciones anteriores a ellos no han tenido demasiadas oportunidades. Pero eso está cambiando desde hace unos años. Hace tres décadas, cuando la Fundación Vicente Ferrer empezó a trabajar en Anantapur, sólo el 10% de los niños estaban escolarizados. Hoy, prácticamente el 100% de los chavales va a la escuela y el 80% concluye la educación secundaria.

La Fundación inició su programa educativo en 1978 con una labor de concienciación entre las familias de la importancia de incorporar a sus hijos e hijas al sistema escolar. Con el fin de evitar los problemas de adaptación y la diferencia de preparación previa de los chavales intocables respecto a los de otras castas, la FVF estableció una red de escuelitas complementarias en las aldeas. Los niños y niñas acuden a ellas una hora y media por la mañana y dos horas por la tarde, justo antes y después de sus clases en las escuelas del Gobierno.

El pueblecito de Theja, Konampalli, tiene su propia escuela complementaria, que al igual que el resto es gestionada por la comunidad. La Fundación proporcionó a los niños y niñas el material escolar, el uniforme y una cartillas de ahorro, pero es la propia aldea la que gestiona la escuela y la que eligió a Benkhatesh como maestro. Éste posteriormente fue formado por la Fundación. Los propios vecinos del pueblo contribuyen con un dinero para pagarle el sueldo al maestro, que asciende a 1.500 rupias al mes (unos 23 euros). Y la misma potestad que tuvo la aldea para escoger a Benkhatesh para nombrarle educador de sus hijos, la tendrán para quitarle ese puesto si consideran que no enseña bien a los niños.

"Ahora estamos trabajando para lograr más calidad en los estudios porque las escuelas del Gobierno están bajando el nivel", explica Chandra, director de Educación de la FVF. Y recuerda aquella ocasión en que el colegio del Gobierno comunicó al pueblo de Theja que las clases terminarían a diario a las 15.00 h. en lugar de la a las 16.00 h. para que el profesor pudiera irse a casa antes, ya que vivía lejos. Los habitantes de Konampalli no lo consintieron. Todos a una exigieron que sus hijos tuvieran esos sesenta minutos más de clase.

Poco a poco y con gestos como éste, se logrará que niñas como Tejha puedan anunciar alto, claro y con fe eso de "¡Quiero ser doctora!"