E costaba asumir que la política era fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos. Y, aunque sería injusto que se nos atribuyeran individualmente los numerosos desmanes con los que nos amargan la vida ciertos personajillos, corremos el riesgo de normalizar tanto los comportamientos indecorosos que finalmente pueda achacársenos una parte de responsabilidad por no intentar atajarlos.

Sé que la mayoría de políticas y políticos no tiene la culpa del cúmulo de despropósitos que día a día nos transmiten unos medios de comunicación más interesados en el desastre que en lo positivo. Pero, cuando se generalizan la corrupción, la incoherencia ideológica y el cortoplacismo en la acción política, el panorama se vuelve desalentador. Es lo que está ocurriendo en este momento.

Probablemente todas las generaciones han vivido esta sensación de impotencia frente al poder y sus desmanes. Pero ahora tiene el agravante de que la información es global y su incidencia, por tanto, total. El desánimo y la desafección son la consecuencia de que la mayoría ciudadana no se crea prácticamente nada de lo que le cuentan. De todo esto no le podemos echar la culpa al covid, aunque sí parece que ha acelerado los ritmos de animadversión y la aparición de peligrosos populismos que pueden romper un sistema debilitado y con cada vez menos apoyos.

Esfuérzate por mantener viva en tu pecho esa chispa de fuego celestial que se llama conciencia, escribió George Washington. Sin querer dar lecciones a nadie, hoy este aforismo parece venir a cuento en un momento en el que la trampa y el delito se aceptan como si nada.

Esa máxima es la última (número 110) del libro Normas de cortesía y comportamiento decoroso que recogió el comandante del ejército revolucionario por la independencia y primer presidente de los Estados Unidos de América (1789 - 1797). Algunas de ellas nos pueden parecer pasadas de moda hoy, pero sería bueno recordar las pautas de urbanidad básicas y, por supuesto, aquellas que tienen que ver con la decencia en lo público y en lo político.

¿Qué esconde la salida de la cárcel del comisario Villarejo cuando el Ministerio fiscal y el juez reconocen el alto riesgo de fuga y de reincidencia criminal? ¿Qué intereses hay para no haberlo juzgado en casi cuatro años? ¿A qué vienen las reuniones de tapadillo de la fiscal general del Estado con el entorno mediático de Villarejo? La judicatura, una vez más, queda en entredicho.

¿Cómo es posible que un condenado por prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude a la Administración y delitos fiscales esté ya fuera de la cárcel y trabajando en un bufete de abogados que se dedica al asesoramiento a empresas? De eso sabe, claro.

¿Para cuándo un compromiso serio del PSOE y Podemos con ese republicanismo que dicen defender pero no practican? La familia Borbón es especialista en abusos y no les pasa nada, aunque engañen a Hacienda o se vacunen a cuenta del gasto público (parece que sus vacunas no las hemos pagado, pero sí los altos gastos de protección y seguridad de esas señoritas consentidas cuando van a ver al defraudador de su padre).

Aunque con restricciones a la libertad de expresión, hoy se puede hablar de esa monarquía totalmente desprestigiada. Y queda más en evidencia el republicanismo de pacotilla que se niega a cargarse una institución discriminatoria y fundamentada en la desigualdad. Lo acabamos de ver en el Congreso cuando PSOE y Podemos han sido incapaces de apoyar la propuesta del resto para que se investigue al emérito. Siguen permitiendo, por lo tanto, la impunidad de los herederos del franquismo. ¡Por favor, que no se les mantenga con mi parte del 6,24 % del Cupo!