Si las navidades consisten en comer y beber con amigos y familia hay otra buena noticia: seguramente podremos hacerlo con mucha mayor libertad en torno al equinoccio de primavera o al solsticio de verano, cuando probablemente la mayor parte de los grupos de riesgo y de los profesionales más expuestos (sanitarios, cuidadores, etc.) estén vacunados.

Si lo que te importa es compartir tiempo con tus mayores o convivir con tus nietos, la buena noticia es que eso se puede hacer a lo largo del año, con prudencia, con medidas, pero cada día.

Si la Navidad es ocasión de repartir buenos deseos, la noticia es mejor aún: este año tenemos una forma distinta, original pero poderosa, de demostrar esos buenos deseos. Queremos que los hosteleros no cierren, que la economía no pierda otro porcentaje de riqueza y de empleo, que los teatros y las actividades culturales - y quienes de ello viven y hayan aguantado hasta la fecha- puedan ir poco a poco normalizándose, que los centros escolares sigan abiertos, que los hospitales no colapsen y puedan atender con normalidad a todo el que lo necesite. Todo ello no depende de los reyes magos, ni de la cantidad de mensajes de felicitación que compartamos, sino de cosas más sencillas y silenciosas: de que usemos bien la mascarilla, de que respetemos las distancias o de que nos limpiemos las manos con frecuencia.

Desearse felices navidades este año no es abrazarse o besarse o darse la mano, es lavárselas y saludarse a distancia y con la mascarilla puesta. Como tantas veces en la vida, lo verdaderamente heroico es paradójicamente sencillo, cotidiano, discreto, pero sostenido y bien hecho.

Esta semana he leído un librito que se titula Para peregrinar con san Francisco Javier. El autor, José María Guibert, nos propone la lectura de algunos textos originales, previamente comentados, haciendo el ejercicio de escuchar profunda y atentamente a un navarro del siglo XVI que está en la India. Tratar de entender desde nuestra cultura actual sus inquietudes, sus certezas y su espiritualidad es un ejercicio fascinante, me parece.

Él sabía lo que era pasar las navidades lejos de los suyos. Él sabía lo que era despedirse de su familia primero y de sus amigos después para muchos años, sin saber si los vería de nuevo (de hecho no regresó de su periplo y para cuando su jefe, un tipo de Loyola, le escribió pidiéndole que volviera, el de Javier ya había muerto).

El libro cuenta una anécdota: Francisco Javier recortó de las cartas de sus amigos los trocitos de papel en que aquellos firmaban. Guardaba los recortes en una bolsita, en ocasiones incluso colgada del cuello, sobre el pecho. Estas navidades nos toca a cada uno la preciosa tarea de inventar nuevas formas de sentir y mostrar cariño sin besos, ni abrazos, ni cantos a boca destapada. Podemos hacerlo. Y, por cierto, gabon zoriontsuak!