EDRO Sánchez va camino de la gloria. Nadie (la oposición) le tose, sino que le ayuda (moción de censura de Vox) y el resto (PP) maldice su mal fario. Nada (inquietante rebrote de la covid-19, paro desbordado, PIB destrozado) le asusta porque tiene 140.000 millones en el cajón para enjuagar las lágrimas en los próximos seis años y la culpa es del virus, que no suya. Representa la viva imagen del exultante triunfador, aclamado por los suyos, incluso contraviniendo todas las normas sanitarias en medio de un desbordante estado de euforia, arremolinados y embelesados en torno al César en los apretujados escaños del Congreso. Enfrente, la depauperada imagen de una doliente escuadra del PP que se lame las heridas un día y otro también. Por el medio, la estrambótica reivindicación de Santiago Abascal de cuestionar al actual Gobierno sin ningún afán constructivo, pero que coge con el pie cambiado a Pablo Casado y, de paso, conforta las expectativas de supervivencia de la coalición de izquierdas siquiera hasta el final de la legislatura. Hay Gobierno sanchista, solo o en compañía de, para rato.

En una semana desbordante solo le quedaba quitarse la incómoda piedra del zapato de Iñigo Urkullu en la Conferencia de Presidentes de San Millán de la Cogolla. También lo hizo posible en el último minuto a cambio de doblar el espinazo por encima de su soberbia política. Sánchez no está acostumbrado a los pulsos en estos tiempos de turbulencia interminable porque sigue creyendo que le avala la autoritas de su responsabilidad. Se había acostumbrado mal durante las maniqueas conferencias dominicales a las que acudía con el mensaje televisado de la noche anterior. Hasta que el lehendakari puso pie en pared jugándose en la maniobra de resistencia de la convocatoria de la Comisión Mixta del Concierto el riesgo de un deterioro de su centrada figura política. Más allá de Orduña su ausencia de la cita autonómica presidida por Felipe VI iba a ser interpretada vacuamente como un simple gesto de soberbia identitaria solo comparable con el desprecio exhibido por Torra en su desafecto habitual. En vísperas de la negociación de los Presupuestos de la pandemia y de la más cercana formación de nuevo Gobierno vasco, el presidente socialista no quiso jugar con fuego ni enfangar las relaciones entre socios bien avenidos. Por lo tanto, el consejero Pedro Azpiazu ya sabe el límite de su capacidad de déficit y de deuda pública.

Nada más desalentador que pelear contra las ruedas de molinos como insiste el PP. La histórica conquista de la incontable ayuda económica desde Europa es un éxito incuestionable del presidente español y de su acreditada persuasión ante posiciones hostiles. Pero Pablo Casado busca una aguja en el pajar. El líder popular prefiere dolerse, y con cierta razón amarga, de los escasos motivos que justifican la algarabía de los diputados socialistas porque su exaltación coincide con el millón de nuevos empleos perdidos, las escalofriantes previsiones de bancos y empresas de referencia y la previsible segunda ola de contagios que asoma. Por eso, la derecha busca su cobijo, con bastante razón, en advertir de la letra pequeña de un acuerdo que ahora pasarán a limpio las comunidades autónomas y de la incapacidad demostrada del sector productivo español para adecuar una imprescindible apuesta por la innovación como vía de escape a la actual catástrofe socioeconómica.

Sánchez no tiene rival. Ni siquiera la catástrofe económica que va cogiendo fuerza bajo parámetros tenebrosos, o la mentira deplorable de una inexistente comisión de expertos durante todo el confinamiento, o la inconexa actuación justo ahora que los rebrotes acribillan al turismo y a la seguridad de una población temerosa de su suerte sonrojan a un mandatario autosuficiente. Se recrea en su gestión. Se gusta explicando en medio de una cla entregada cómo hizo posible el pan y los peces ante los frugales. Recordando una vez más que se crece ante la dificultad y que acaba ganando. Advirtiendo a los populares que nada peor que echarse al monte en lugar de acordar entre diferentes, como se estila en Bruselas. Casado no sabe dónde meterse en medio de un torbellino que le engulle. El PSOE acribilla al PP en las encuestas de la nueva normalidad. Además, Vox se inventa una disparatada moción de censura sin ninguna aportación para la recuperación que retratará las cuchilladas entre los dos partidos que Aznar quiere unificar y, en cambio, ensalzará la figura de Sánchez frente a semejante catarata de despropósitos. Otra ocasión para gustarse.