testimonios inéditos sobre el bombardeo fascista ejecutado contra Gernika el 26 de abril de 1937

Aquel sangriento día popularizado por Picasso le pilló a Román con siete años y en la calle. Estaba frente a la casa en la que vivía junto a su familia, un edificio por todos conocido en Forua: el ayuntamiento. “Mi padre, al ser profesor, se alojaba allí. No teníamos casa propia”, evoca haciendo referencia a la figura de Don Ángel, natural de Salamanca capital y que, según versión familiar, aprendió euskera en su destino vizcaino.

Aquella mañana, mientras los mayores se acercaban al mercado, los niños jugaban pintando banderas tricolores sobre el suelo de la plaza consistorial. “Unos pintaban banderas republicanas, mientras otros andábamos con hojas para fumar lo que fuera. ¡Cosas de chiquillos!”, resta importancia Román, nacido el 8 de agosto de 1928 en Forua.

Aquel mozo hoy nonagenario vio llegar al avión “alcahuete”, “chivato” o “abuelo que le llamaban”. Eran las primeras horas de la tarde. A continuación, la sorpresa que acabó en tragedia, incluso familiar. Los militares golpistas habían conseguido que las potencias totalitaristas europeas como eran la alemana e italiana atacaran vía aérea a Gernika y algunos pueblos colindantes. “Al ver que caían cosas de los bombarderos y cazas, pensamos que eran caramelos, pero al ver que rebotaban al tocar contra el suelo, ya supimos que eran balas”, diferencia.

Su padre, el maestro, en ese momento ya no estaba en el pueblo. Salió a defender la legítima Segunda República, por lo que acabaría encarcelado y depurado. Su esposa, Felisa Urquiza, sufrió un ataque de nervios aquel día. “Unos franquistas le trajeron una camisa que llenaron de sangre en una carnicería y le dijeron que habían matado a su marido, a mi padre, aunque no era cierto”, lamenta. “Aquella mujer era una santa y muy guapa”, aporta Edurne Urkiza. “Yo recuerdo a mi amama siempre encamada y que no hablaba”, apostilla Aitziber Junquera.

Su padre, Román, rememora el bombardeo que vio. “El fuego alumbraba toda Gernika, parecía aquello Hollywood”. Días después, la autoridad franquista se llevó a su hermano mayor de 11 años a descombrar y sacar cadáveres. Dos hombres del pueblo los portaban en sus carros hasta el cementerio. “Así fue”, confirma el historiador Txato Etxaniz, de la asociación de historia Gernikazarra, y detalla que ocurrió.

“Llamaron a vecinos de pueblos cercanos que acudieran a Gernika durante los primeros días de mayo. Y claro, entonces no había casi adultos y llevaban a chavales”. Así, José Junquera fue uno de ellos. “Yo también fui un día a ver aquello. Recuerdo las casas caídas, los balcones derrumbados amontonados… Me acordaba que mientras ocurría el bombardeo nos escondimos entre zarzas en las faldas del monte Foruko Atxade Murueta y con estacas nos hicimos un chiringuito donde pasar la noche”, evoca quien con solo 14 años trabajaría montando pistolas Astra en Unceta&Cia y décadas más adelante bicicletas en GAC.

Con la entrada de los golpistas al municipio, la familia Junquera Urquiza fue expulsada de su hogar en el ayuntamiento, de aquella primera planta que ocupaban. “Nos quedamos en la calle”. Un amigo le dejó a su madre una casa que lindaba con Murueta. “No teníamos nada de nada: ni para comer. Al menos, esa vivienda tenía un huerto con membrillos y frutales”. El matrimonio tenía seis hijos y otros dos que murieron siendo infantes.

El actual alcalde de Forua y también miembro de Gernikazarra, el jeltzale Mikel Magunazelaia, ha estudiado la figura de este maestro. Son muchos los documentos en los que Ángel va apareciendo de forma transversal como “figura importante que fue junto al alcalde y al párroco”, explica quien trabaja en el despacho de Alcaldía en la planta donde vivía la familia Junquera Urquiza. “Aquel maestro supo salir victorioso en todos los regímenes y situaciones adversas en las que vivió: desde la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra, el franquismo y con elogios en todas ellas como queda constancia en los escritos consultados”.

El maestro listo de Forua

Su hijo Román, amigo de infancia de ascendientes de Magunazelaia, aporta que “a mi padre no le fusilaron porque era muy listo, más que el resto” y recuerda que solían ir a visitarle a la cárcel de Larrinaga, en Bilbao. “Un día llegamos y nos dicen los guardias. ¿Cómo se saluda? Y le dijimos: Buenos días. Y nos dijeron: No, se dice ¡Arriba España! Y le dije a mi padre llorando que los franquistas me habían cascado y que me hicieron daño al obligarme con su mano a levantar el brazo”, rememora.

Las anécdotas de aquel tiempo se arremolinan en su mente. “Una vez le dimos un susto de aúpa al cura franquista Bonifacio Tonboni… Los que éramos monaguillos sacamos un ataúd de la iglesia y lo echamos al río como si fuera un bote para pescar. Se enteró todo el pueblo”, sonríe pícaro este amante de la bicicleta conocido en Iurreta como Karmani.

Al acabar la guerra y con la llegada de la dictadura, el maestro fue depurado tras conseguir la libertad “gracias a algún amigo que intercedió por él”, valora la familia, que recuerda que por las noches daba clases clandestinas “a la luz del carburo. Venían como siete u ocho aldeanos a casa a aprender”.

Ángel logró volver a ejercer la docencia en Ermua, donde falleció sin poder regresar ni a Forua ni a la Salamanca en la que nació.

“Pensamos que eran caramelos, pero como rebotaban en el suelo vimos que eran balas”

“Tras el bombardeo el fuego alumbraba toda Gernika, aquello parecía Hollywood”

Testigo del bombardeo de Gernika