Los datos de esta crisis envenenan la suerte de Pedro Sánchez. El presidente empieza a estar acosado por demasiados frentes. De un lado, el sopapo de la UE a la petición de auxilio económico que retrata la pantomima europea, ofende por la supremacía de los países ricos, pero también desnuda la desorbitada deuda española, italiana y francesa. De otro, siente los primeros golpes a su cuestionable gestión inicial ante el covid-19. Fue de madrugada, con muchos altavoces ya apagados, pero la retahíla de negligencias que se escucharon en el último pleno del Congreso cuartean la imagen de la coalición de izquierdas. Más allá de autorizar las manifestaciones del 8-M, el mitin de Vox, las misas o los partidos de Liga, la indignación toma cuerpo cuando el titular de Sanidad admite que a finales de febrero tuvieron noticia de que se avecinaba el coronavirus. A su vez, el clima de irritación aumenta cuando la hemeroteca cuestiona ahora la capacidad de Fernando Simón por sus erráticas predicciones.

Capítulo aparte merece, en tiempos de semejantes turbulencias, la inclusión por la puerta trasera de Pablo Iglesias en el blindado Consejo de Seguridad Nacional. La obligada triquiñuela legal solo ha gustado a Unidas Podemos y, por supuesto, a la ambición de su líder. Pero al hacerlo, Sánchez no se ha disparado un tiro en el pie. Con este gesto tan alambicado sabe que amaina el temporal desatado en el Consejo de Ministros por culpa del interminable debate sobre la profundidad de las medidas económicas paliativas. Como penitencia, se ha dispuesto a escuchar toda una catarata de ácidas críticas, procedentes lógicamente de una derecha cada día más ávida de hincarle el diente en el flanco que se les abre por el progresivo deterioro de la imagen de un gobierno azorado. En el caso de Vox, alimenta su zozobra ante la posibilidad de que en ausencia por convalecencia de Carmen Calvo, una indisposición de Sánchez colocaría a Iglesias al mando de España.

Paradójicamente, el PP está sacando las castañas del fuego a la izquierda. Bien es verdad que lo hace a base de palo y zanahoria. Ocurre también en Madrid, donde su alcalde ha emergido como una auténtica revelación en medio de esta marabunta por su discurso colaborador y apartidista que blanquea muchos de sus tropiezos anteriores. El garrote sigue en manos de la presidenta de la Comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, inasequible al desaliento y con razones puntuales contra el Gobierno español mientras la mortalidad se desborda en sus residencias de ancianos. En cuestiones de razón de Estado, el comportamiento de Inés Arrimadas no pasará desapercibido cuando el PSOE haga cuentas. Otra cosa son los aliados soberanistas, que han visto la ocasión propicia para buscar su propio refugio con un discurso que les permite marcar unas intencionadas distancias cuando se trata de compartir emergencias y responsabilidades de un país que no consideran suyo. El independentismo catalán rumia su mala suerte. Bajo unos elevados índices de infectados y muertos, ni siquiera la obstinada apelación al confinamiento absoluto distrae la auténtica preocupación ciudadana sobre las nefastas consecuencias que ahora provocan aquellos millonarios recortes que la Generalitat fue aplicando, al igual que el PP madrileño, en su sistema sanitario. Incluso a Torra no le ha quedado más remedio que pedir ayuda al Ejército español.