No suele ser habitual enseñar todas las cartas a las primeras de cambio, pero poco ha tardado el presidente del Gobierno en funciones en mostrar con todo lujo de detalles cuáles van a ser sus ejes de campaña. Una campaña en la que, ahora mismo, salvo el PP, da la sensación de que nadie quería verse envuelto.

Catalunya, pensiones y Franco. He ahí las tres patas para el banco de un PSOE que creía que forzar una nueva cita electoral era un plan sin fisuras pero que, a medida que se acerca el 10 de noviembre, empieza a hacer aguas.

De hecho, encuesta tras encuesta, la ciudadanía, que está un poco harta ya de este juego de trileros mediocres en que han convertido la política española, culpa a Pablo Iglesias sí, pero sobre todo a Pedro Sánchez, de no haber sido capaces de cerrar un acuerdo de legislatura.

Es decir, que lo que habían previsto los asesores de Ferraz -esto es, presentar a Sánchez como la víctima del inmovilismo de los demás- no está dando el resultado esperado, así que no queda otra alternativa que acometer, otra vez, el asalto al centro de la política española tachando de extremista a todo aquel que no comulgue con la versión gubernamental.

El primero de los ejes, el catalán -con las amenazas de la aplicación del artículo 155 y el deseo indisimulado de que la sentencia del Supremo sobre el procés, como la de Altsasu, sea dura pero con la sensación de que se ha rebajado algo-, está llamado a aglutinar en torno al PSOE a todos aquellos que creen en la unidad patria sobre todas las cosas. Es decir, todos los partidos menos los nacionalistas periféricos y los extremistas de Podemos o las huestes de Íñigo Errejon. Que, aunque también creen en la unidad patria, no demonizan el derecho de autodeterminación y eso los expulsa automáticamente del grupo de los españoles fetén.

Este guiño patrio de Sánchez hacia la derecha, ha sido oportunamente compensado con un movimiento hacia la izquierda, y aunque sea en modo demagogia populista puede tener cierto éxito, esto es: prometer un aumento de las pensiones por encima de lo que en su día hizo Rajoy y sin guiños a las pensiones privadas. Así, de un plumazo, te pones la capa de socialdemócrata y alejas de ti a quienes se te habían subido a la chepa de la unidad nacional y el liberalismo económico.

No se puede decir que como estrategia no tenga solidez. Con solo dos movimientos políticos, Sánchez pretende alejarse de nacionalistas periféricos, izquierdistas extremistas como gusta llamar su clac mediática y dos de las tres derechas.

Sin embargo, todavía queda un grupo ideológico del que huir como de la peste por más que esté en las antípodas del PSOE: la ultraderecha. Porque, por más que dé la sensación de que el suflé del fascio español esté empezando a bajar, hace falta un último truco para alejarse de Vox y eso no se consigue apoyando a la Guardia Civil en Catalunya o prometiendo subidas de pensiones. De hecho, uno de los bulos favoritos de los responsables del blanqueamiento de la dictadura del de Ferrol es que fue él, prácticamente en primera persona, quien estableció un sistema público de pensiones en España.

Y qué mejor, para espantar a Vox y encima aglutinar a los propios, que volver a la carga, precisamente, con Franco.

Porque, aunque parezca mentira, ya sea por un tribunal, ya sea por la familia, ya sea por el prior del Valle de los Caídos, el caso es que la momia del dictador sigue estando donde la dejaron hace 45 años y no serán pocos los que, si la estrategia electoral del PSOE no lo impide, se acercarán al mausoleo a homenajear al asesino el próximo 20 de noviembre.

Insisto, desde un punto de vista de diseño de estrategia política de despacho, parece tener sentido, pero claro, también parecía una idea extraordinaria volver a convocar elecciones, y ahora mismo, lo único que parece claro es que a quien peor parece venirle la cita del 10-N es a Albert Rivera, que puede acabar siendo conocido solo como el novio de Malú.