BILBAO - Pedro Sánchez lo tiene claro. Quiere un gobierno monocolor sin cohabitación alguna con Pablo Iglesias. No se fía del líder de Podemos, al que ve como el lobo que se comería a todas las gallinas del Consejo de Ministros. Entiende que sería un gobierno matriuska, esto es, dos gobiernos dentro de uno, que al abrir la última pieza la figurita interior tomaría vida propia y trataría de comerse a la matriz. Y, sin embargo, el líder del PSOE y presidente del Gobierno en funciones necesita sus votos para sacar adelante la investidura. En esa desquiciante relación de amor/odio la única posibilidad de salirse con la suya es hacer desistir a Iglesias de la opción de un gobierno de coalición o presentarle ante la opinión pública como el culpable de una repetición electoral que la mayoría de la ciudadanía no entiende.

Los plazos se comprimen y la estrategia de Sánchez pasa por acortar el margen de negociación, retrasando al máximo la cita con Podemos. Previsiblemente, la ronda de consultas del rey se celebraría a mediados de septiembre si hubiera un acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos. Solo así habría tiempo para que el pleno de investidura pudiera desarrollarse en la semana del 16 de septiembre, apenas unos días antes del plazo establecido por la Ley para la repetición electoral dos meses después del primer intento fallido de investidura, esto es, el 23 de septiembre.

Iglesias venía ayer a reconocer que las intenciones de Sánchez pasan por jugar con el reloj y utilizarlo para una guerra de nervios. En un tuit publicado ayer se queja de que Sánchez no ha contactado con su partido “en todo agosto” y cree que ello significa que o bien “quiere elecciones y no busca acuerdos o pretende negociarlo todo en el último minuto”.

Sánchez siguió la misma estrategia negociadora en julio, cuando fracasó la primera tentativa de investidura. Las conversaciones con Podemos fueron en los días previos al pleno de investidura en el Congreso de los Diputados. Ahora planea hacer lo mismo y en principio tiene previsto reunirse con el partido de Iglesias en la semana del 9 de septiembre. Antes se verá las caras con el líder del PNV, Andoni Ortuzar, y el del PRC cántabro, el presidente de la comunidad Miguel Ángel Revilla, en sendas reuniones previstas en Bilbao y Santander para el próximo miércoles 4 de septiembre. Sánchez tiene en el bolsillo el apoyo del único diputado que también le respaldó en la investidura fallida del pasado 25 de julio, pero los jeltzales le piden seriedad en la negociación. Mantienen la mano tendida para evitar elecciones pero le advierten de que no aceptarán un “trágala”.

El tiempo también corre a favor de esta estrategia de Sánchez ya que cuando más se aproxime al 23 de septiembre las presiones internas en Unidas Podemos pueden dinamitar la unidad de acción en torno a la posición de la coalición sobre la investidura. De hecho algunas voces ya se han hecho oír para cuestionar la estrategia negociadora de Iglesias y reclamarle que se abra a otras opciones al margen de la coalición.

Cuando Iglesias se siente frente a frente con Sánchez quedará menos de dos semanas para el 23-S. Se encontrará con el plato prácticamente cocinado ya que el líder socialista le presentará un programa de “300 medidas progresistas”, entre las que están incluidas algunas del programa electoral de Podemos, así como algunas reivindicaciones y compromisos adquiridos con el PNV, Compromís y el PRC. No tendrá mucho margen de tiempo para negociar pero tampoco lo tendrá para cambiar los ingredientes del menú.

ENCUESTAS Y ELECCIONES Sánchez solo irá a una investidura si tiene amarrados los apoyos necesarios, pero no tiene intención de ceder convencido de que de cualquiera de las maneras saldrá ganando: si achanta a Podemos e Iglesias cede, se saldrá con la suya; y si va a una repetición electoral, las encuestas le dan una subida de votos, a costa de la formación morada.

Esas encuestas no aclaran, sin embargo, si una más que posible desmovilización del electorado por el hartazgo ante una clase política que en vez de solucionar problemas se ha convertido en un problema en sí mismo, redunde en una mayor abstención que desequilibre la balanza hacia el lado del bloque de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) y le sirva para llegar los 176 diputados necesarios para la mayoría absoluta.