Más allá de los diferentes regímenes, su apuesta ha sido siempre por los más desfavorecidos. ¿Qué es lo que más le satisface de este premio?—Todo, pero me alegra especialmente la motivación porque la convicción fundamental de mi vida ha sido el compromiso social, la inspiración del Evangelio y aquello de San Ignacio de Loiola: “En todo, amar y servir”.

Lleva 65 de sus 83 años en Venezuela. Al principio, lo acusaban de marxista peligroso.

—Fueron años bravos en toda Latinoamérica, sobre todo, los 70. Nosotros éramos tachados por la gente más conservadora de comunistas o de izquierdistas.

Incluso estuvo en la cárcel.

—Sí, me acusaron de haber instigado el Caracazo, la revuelta social contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1989. No me querían en la Universidad porque decían que yo iba a introducir la Teología de la liberación y el marxismo.

Ahora, sin embargo, le llaman fascista y neololiberal.

—En los 70 yo he defendido las mismas posiciones que defiendo ahora. Yo siempre he estado contra la pobreza y la discriminación social, que ahora es todavía mayor.

Hay mucha gente de izquierdas que no ve eso en el régimen de Maduro.

—Lo sé. Tengo un conocido vasco muy de izquierdas que conoce esto porque ha vivido aquí y no entiende que sus compañeros puedan defender el militarismo brutal o la tortura.

Algunos líderes latinoamericanos de izquierdas empiezan a marcar distancias.

—El presidente de Perú, Pedro Castillo, por ejemplo. Y más claramente Gabriel Boric, recién elegido en Chile, que está convencido de que en Venezuela no hay nada que imitar. Hay mucho que aprender, pero de lo que no hay que hacer.

Pese a lo tremendo de la situación, usted no deja de hacer llamamientos a la reconciliación.

—Tenemos que reconciliarnos. No podemos seguir matándonos. Hay que crear condiciones para que los seis millones de exiliados puedan regresar. Es una necesidad. Pero las heridas están tan a flor de piel, que la primera reacción es decir que lo que hay que hacer es cortar cabezas. La reconciliación cuesta admitirla, tanto al gobierno como a la oposición extrema.

Como dice, hay una parte de la oposición que no está dispuesta.

—Sí, es cierto. Hay división. Se está sufriendo mucho. Hay muchos políticos en el exilio. El estar fuera del país a veces distorsiona un poco las cosas y el peligro es que infravaloren las posibilidades que están dentro del país.

Usted dice que en la calle empieza a verse la reconciliación.

—Claro. En los barrios es una realidad. Hay personas que no se hablaban, y familias que estaban divididas, pero han caído en la cuenta de que no tienen futuro si no se encuentran unos con otros. Tenemos que hacer un país donde podamos sumar unos y otros. No necesitamos ni nos conviene un país enfrentado. Eso es restar. En este momento, necesitamos sumar y multiplicar.

Y el paso previo es estar dispuesto a sentarse a una mesa y negociar.

—La negociación no es porque a mí me gusta, sino porque yo me veo obligado a negociar. La guerra de Vietnam no se negoció porque los americanos querían mucho a los vietnamitas. Fue una cuestión de necesidad. No negocias con tu amigo. Negocias con tu enemigo. Hay que ir a la mesa de negociación nos guste o nos guste. Hay tantas cosas que resolver, que ahí discutimos, pero hay que hacerlo.

También es partidario de participar en los procesos electorales, aunque estén manipulados.

—Yo siempre he sido partidario de ir a votar a pesar de todos los esfuerzos del régimen por impedir la expresión de la voluntad popular. Tenemos el ejemplo de estado de Barinas, cuna de Chávez y santuario del chavismo, donde ha ganado la oposición porque la gente creyó y fue a votar. El régimen entendió que el costo político de violar el resultado era más alto que el de reconocerlo. Y lo han reconocido.

¿Hay fisuras en el gobierno de Maduro?

—En público, no. Hay media docena de exministros que fueron muy connotados que se han hecho opositores. Y dentro del gobierno actual hay mucho malestar. Hay mucho desgaste. La gente que es inteligente sabe que esto no tiene futuro. Hay mucho mar de fondo, pero están calladitos.

¿Qué le parece la actitud de la comunidad internacional?

—Las embajadas de todos los países europeos saben perfectamente lo que hay. Y se hace lo que se puede, pero también hay que comprender que el mundo tiene muchos problemas, no está solo Venezuela. En cuanto al gobierno español, tiene una ambigüedad fundamental, porque Podemos apoya irracionalmente al régimen venezolano. Pero España no ha reconocido las elecciones ilegítimas donde fue elegido Maduro.

Y, como sacerdote, ¿qué me dice del papel de la Iglesia?

—La Conferencia Episcopal venezolana ha tenido una actitud consecuente y positiva. Y eso no lo digo yo. Cualquier ateo, cualquier comunista honrado te dice que la única que habla claro es la Iglesia.

¿Y el Vaticano? Usted conoce al Papa Francisco y es jesuita como él. ¿Qué le parece su silencio?

—Es verdad que no ha hablado públicamente. Pero es muy inmaduro pensar que si el Papa dice algo, la cosa va a cambiar. Hubo un intento de negociar donde el Vaticano se metió de lleno y no funcionó. Yo creo más en lo que hace la Iglesia local, y no hay duda de su postura. Y el Vaticano no ha regañado a la Iglesia local.

Y usted seguirá luchando.

—Mi compromiso siempre es con la vida de la gente. Si no, sobramos todos los curas.

“En los barrios ya ha empezado la reconciliación. Hay personas que vuelven a hablarse porque saben que si no, no hay futuro”

“En Latinoamérica hay una izquierda que empieza a ver que Venezuela no es un modelo que imitar”