LAS ofensas y las vejaciones hacen mella. Algunos días se enfurece, algunas noches le impiden conciliar el sueño. Lo que más le duele, lo que le da ganas de llorar, es oír a sus amigos hablando del papel que tienen sus padres en sus vidas. Él solo cuenta con una madre desamparada, sin trabajo y enferma de tuberculosis. La madre regresa del hospital tosiendo, sin haber conseguido hacerse unas radiografías porque no tenía los cinco dólares que le pedía le centro médico. Tampoco puede pagar la matrícula de una escuela privada para su hijo -95 dólares al año-, su única opción educativa, ya que no consiguió una plaza en el instituto público de Léogâne, una extensa ciudad empobrecida, de casas bajas y calles sin asfaltar, situada 45 kilómetros al oeste de Puerto Príncipe.

Ahora, Emerson discurre sus días pululando por las calles polvorientas de Léogâne, o viendo pasar las horas, sin nada que hacer, en la casa que comparte con su tía: una vivienda de un ambiente, paredes de frágil tablero de madera, techo de zinc y una cama por todo mobiliario.

En Léogâne estaba destacado el contingente de Sri Lanka de la Misión de la ONU (Minustah), en cuya base estuvieron destinados 17.904 soldados, en un sistema de rotación a cada seis meses, a lo largo de once años.

Según relatan sus habitantes, cuando la bandera de Sri Lanka fue arriada en 2015, dos años antes del final oficial de la misión de la ONU, Léogâne ya estaba plagado de piti Minustah, forma despectiva que se usa en lengua creole para referirse a los pequeños abandonados por los cascos azules. "En Haití te critican por cualquier cosa. Ser la hija de un extranjero se critica. Es un insulto", explica Marie Ange Haitis, madre de Samantha, de 11 años. Mientras manosea unas gafas de pasta rosadas, la pequeña recuerda el rosario que ha vivido a su corta edad: "Cuando vivía en Nan Kolin, me llamaban piti Minustah, robacabras (...) Me siento humillada porque no tengo padre". La relación con la Minustah es un estigma adicional para los menores. La misión de paz cerró sus puertas en 2017, después de trece años de operaciones, dejando un reguero de polémicas.

Los cascos azules fueron pródigos en excesos de violencia y abusos sexuales hacia la población civil. El contingente de Nepal, de forma involuntaria, terminó de pulverizar la imagen de la misión internacional por traer consigo una epidemia de cólera que, debido a la fragilidad del sistema sanitario, causó al menos 9.500 muertos. Esta es la cara más oscura de la Minustah, desplegada en 2004 tras el golpe de Estado que derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide para tratar de brindar seguridad a un país dominado por bandas armadas y que, en esos momentos, carecía de ejército. Ahora, las vejaciones son el pan de cada día para los hijos de los soldados extranjeros.

"Emerson a veces ni siquiera puede caminar con sus amigos. ¡Que le jodan por ser un hijo de la Minustah. Que se joda su madre por hacerle un hijo a la Minustah!", recita Bijou Linda, tía del joven. En el caso de Emerson, tiene que soportar además que le echen en cara que su madre se prostituía. "Me lo explicaron. Yo solía visitar la base y me decían: ahí es donde... ahí es donde tu madre solía venir a hacer el amor". Su madre, sin embargo, le contó que por la forma en que le hablaba el soldado creyó que era "alguien con el que podía hacer una vida". En algunos casos, las relaciones fueron duraderas. Marie Ange conoció al padre de Samantha en un programa social organizado por la base de la Minustah en Navidad de 2007, y desde entonces se vieron frecuentemente durante los seis meses que estuvo destinado en Haití.

"Él venía a verme a casa y me llamaba si quería darme algo. Era solo eso. Me daba cosas para comer: pan, mermelada... no me dio dinero", recuerda. Cuando el soldado se fue de Haití, estaba embarazada de pocos días y no volvió a saber de él.

Muchas mujeres, espoleadas por el hambre y por la miseria, acudían a la base de Léogâne a buscar comida y, entonces, los soldados les pedían sexo a cambio. "Los soldados de la Minustah funcionaban así: caminas por la calle, te llaman. Cuando crees que te van a dar algo para vivir o algo para comer, te hablan de sexo. La persona vive en la miseria, así que cuando va allí y te ofrecen algo, te resignas y lo tomas", relata Bijou Linda, la tía de Emerson. En algunos casos, les daban a las mujeres un billete de diez o veinte dólares tras una noche de sexo.

En el suelo de uno de los barracones de la base -situada en la carretera de Puerto Príncipe, la única vía asfaltada en Léogâne-, hay un colchón en el suelo, a modo de recuerdo del paso de los soldados y de lo que ocurrió.

Naciones Unidas ha documentado 116 denuncias de abusos sexuales y de explotación sexual en Haití desde 2007, lo que incluye un amplio abanico que abarca desde violaciones, pago de prostitutas o sexo con menores.