Bilbao - 2019 llega a su fin y con él termina también el 30º aniversario de la caída del comunismo en la Europa del Este. En aquel 1989 se inició una nueva época y no solo para los países del Este de Europa. Los regímenes y gobiernos comunistas perdieron el control sobre su población y sus intentos de reforma no lograron frenar el desencanto de sus ciudadanos. Cayeron como piezas de dominó, arrastrándose en el desplome unos a otros.

Pero aquella caída también tuvo un efecto a nivel mundial. Terminaba la Guerra Fría, el gran conflicto ideológico que había engendrado un mundo bipolar que se desarrolló a lo largo y ancho del planeta. Para diciembre de 1989, el comunismo en la Europa del Este estaba herido de muerte. Polonia tenía desde agosto un presidente no comunista. Hungría ya se había proclamado república tras las elecciones multipartidistas de octubre. El régimen búlgaro permitió por primera vez una manifestación contraria al sistema el 17 de noviembre y para diciembre aceptó la formación de partidos no comunistas; el régimen checoslovaco cayó tras la huelga general del 27 de noviembre y en el mismo diciembre comenzaron las revueltas en Rumanía, que antes de fin de año provocaron la derrota de Ceaucescu.

Pero fue lo ocurrido en Berlín el 9 de noviembre lo que marcó definitivamente el destino de los acontecimientos. Alemania oriental era considerada como la primera potencia entre los países del Este de Europa y el desmoronamiento del muro resultó ser una grieta difícil de cerrar para los distintos regímenes comunistas europeos. Las nuevas generaciones de dirigentes comunistas, que apoyaban la Perestroika de Gorbachov y creían que sus reformas políticas y económicas podrían salvar el comunismo, se vieron impotentes ante el curso de la creciente oposición ciudadana; ni siquiera las promesas de reforma parecían asegurar la supervivencia del viejo orden comunista en el Este.

Solo los tanques soviéticos podrían haber salvado a los gobiernos del otro lado del telón de acero, al igual que lo hicieron en Hungría en el 56 o en Praga cuando la Primavera del 68. Las autoridades soviéticas, siguiendo la llamada doctrina Brézhnev, aseguraron con sus tropas que ningún país del bloque soviético abandonase el camino marcado desde Moscú. Sin embargo, Mijaíl Gorbachov había cambiado aquella situación con la que se denominó doctrina Sinatra, término acuñado por el portavoz soviético Guerásimov. Este lo explicó gráficamente: “Nosotros tenemos hoy la doctrina de Frank Sinatra. Él tiene una canción: I did it my way. Así, cada país decide sobre cuál camino seguir. La estructura política debería ser decidida por la gente que vive allí”.

Acercarse a Occidente Desde un principio Gorbachov sabía que la URSS no era capaz de sostener militarmente los regímenes comunistas del Este de Europa. La situación económica del país hacía imposible no solo el sostener aquellos gobiernos, también podía aguantar la continuidad de la Guerra Fría. La URSS se hallaba incapacitada para soportar un conflicto continuo a escala internacional a través de una carrera armamentística sin fin. Se hacía necesario un acercamiento a Occidente y evitar así un conflicto a escala mundial. Para ello, los gobiernos comunistas debían implementar sus propias reformas a todos los niveles para lograr la adhesión de la población. Si no lo conseguían, no serían los tanques soviéticos los que los salvarían. Gorbachov plasmó este intento de congelar la tensión y la escalada militar con varios acercamientos a su gran enemigo en la Guerra Fría, Estados Unidos.

Los estadounidenses, en un principio muy reacios a creer en las buenas intenciones reformistas del secretario general del PCUS, se mostraron distantes. Entre 1985 y 1988, Reagan y Gorbachov se reunieron en 5 ocasiones y, a pesar de las cumbres y conferencias conjuntas, no llegaron a acuerdos completos en lo referente a temas de calado. Sin embargo, en la primavera de 1988, Reagan viajó a Moscú y estableció unas relaciones más cercanas entre ambas potencias. En diciembre sería Gorbachov el que viajase a los Estados Unidos, donde expresó públicamente el final de la doctrina Brézhnev.

Fue un año después, en diciembre de 1989, cuando por fin el acercamiento entre los dirigentes de ambas potencias culminó satisfactoriamente. Para entonces, las revoluciones del Este ya eran una realidad. El Otoño de las Naciones había visto colapsar a los distintos gobiernos comunistas, el muro de Berlín, el gran símbolo del comunismo, había caído sin que nadie lo esperase y la URSS no había intervenido militarmente para evitarlo. Había llegado la hora de poner el punto final a la Guerra Fría y la cumbre de Malta fue el lugar y el momento elegido.

La cumbre se desarrolló los días 2 y 3 de diciembre. Los líderes occidentales habían presionado al nuevo presidente americano, George H. W. Bush, para que se reuniera de nuevo con Gorbachov con el fin de tratar los enormes cambios que estaban sacudiendo la geografía oriental de Europa. Bush no era muy partidario de la cumbre, porque pensaba que el momento requería más firmeza ante la URSS una vez que esta comenzaba a mostrar sus debilidades. A pesar de ello, al final accedió.

En un principio, Bush deseaba reunirse con Gorbachov en Estados Unidos, en Camp David o Maine, barajándose incluso la posibilidad de que la cumbre se celebrara en alguna zona remota de Alaska. Pero Gorbachov rechazó volver a los Estados Unidos y, entonces, se pensó realizar la reunión en Europa. Al parecer, fue el hermano menor de Bush quien sugirió realizarla en Malta, en honor a la conferencia de Malta de 1945, en la que Roosevelt y Churchill dieron forma a la campaña final contra Hitler en la II Guerra Mundial. Además, no había que olvidar el valor simbólico de la isla, situada en medio del Mediterráneo, punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Por otra parte, Malta se había declarado neutral en 1980, cerrando las últimas bases militares británicas que había en su territorio.

Reuniones en barcos Una vez elegido el país donde se realizaría tan importante reunión, se decidió que esta se celebrase en barcos de ambos países. Tres fueron los elegidos: los navíos USS Belknap y el crucero Maxim Gorki, serían respectivamente las residencias de los líderes Bush y Gorbachov, mientras que el Slava, otro crucero soviético, se destinaría como sede de las reuniones.

Lo que ninguna de las dos partes esperaba era el terrible tiempo que azotó Malta aquellos días. Tormentas y vientos huracanados dificultaron el viaje de ambos mandatarios hasta el punto de encuentro, resultando los dos días señalados para la cumbre un auténtico infierno en alta mar. Ni siquiera pudieron llegar al Slava para realizar los encuentros, teniendo que realizarlos en el crucero Gorki. Muchas de las reuniones y sesiones de trabajo de los equipos fueron canceladas por el mal tiempo. Los medios internacionales no dudaron en bautizar aquella cumbre como “la cumbre mareada”.

William Taubman, en su monumental biografía sobre Gorbachov, describe aquella cumbre como “no muy productiva en algunos sentidos”. No se lograron acuerdos prácticos sobre muchos temas, como el desarme o qué era lo que debía ocurrir en Alemania oriental tras la caída del muro. Sin embargo, según Taubman, fue en esta cumbre en la que Gorbachov logró con Bush el entendimiento y la confianza que no había logrado establecer con Reagan. Este acercamiento fue lo que hizo posible poner fin a la Guerra Fría de una vez por todas y ayudar a Gorbachov a apuntalar sus reformas en la Unión Soviética.

Gorbachov salió reforzado en su papel de reformador de la URSS, además del convencimiento de que Estados Unidos no solo no se oponía a la Perestroika, sino que apoyaba las reformas democráticas por las que estaba trabajando él y su equipo desde el gobierno de la URSS. Por otro lado, Estados Unidos recibió el compromiso de Gorbachov de no iniciar una guerra contra ellos, asegurando que la URSS estaba preparada para empezar a dejar de considerar a los yanquis como su gran enemigo. Para muchos historiadores este fue el punto de inflexión que marcó el fin de la Guerra Fría. Con la cumbre de Malta ambos gobiernos, enfrentados desde la posguerra, lograban el acercamiento definitivo que ponía fin al conflicto ideológico y militar que había marcado la historia europea y mundial desde el final de la II Guerra Mundial. En pocos meses el comunismo desaparecería de la Europa del Este y, más tarde, Gorbachov sería incapaz de frenar la disolución de la URSS. El mundo entraba en un nuevo escenario. Los libros de historia cerraban un largo capítulo para abrir otro nuevo.