el verano de 1989 la revista conservadora de política internacional The National Interest publicó un artículo titulado ¿El fin de la Historia? Su autor era un desconocido funcionario de la administración de George H. W. Bush llamado Francis Fukuyama. El artículo anunciaba la victoria del sistema liberal-capitalista y la derrota de todas las demás alternativas políticas y económicas. En pocos meses el bloque del este se vendría abajo y la guerra fría terminaba. Los hechos históricos daban la razón a su autor. Surgía una de las ideas más conocidas y debatidas en aquel 1989 y en los años posteriores, la tesis del “Fin de la historia”.

Para 1989 las dificultades en el campo soviético eran palpables a todos los niveles. A pesar de los intentos de Gorbachov de reformar el sistema a través de la Perestroika, parecía que la situación escapaba al control de los dirigentes soviéticos. En el bloque del este, la oposición era cada vez más fuerte. Fukuyama aseveraba en su artículo que “lo que podríamos estar presenciando no es simplemente el fin de la guerra fría o la desaparición de un determinado período de la historia de la postguerra, sino el “Fin de la historia” como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.

La caída del comunismo soviético representaba para el autor la victoria de la ideología liberal respecto a todas las demás alternativas. Fukuyama se preguntaba si a la altura de 1989 tenía sentido volver a hablar de historia con mayúscula, como desarrollo racional y coherente hacia la libertad. Siguiendo a Hegel y mediando contra Marx entendía la historia humana como el proceso a través del cual gracias al conocimiento y la razón el hombre buscaba el mejor sistema para salvaguardar la libertad individual y la igualdad de derechos. El liberalismo encarnaba a ambos. La Revolución francesa terminó con el absolutismo. La Segunda Guerra Mundial con el fascismo. Y en 1989 comenzaba el final del comunismo. El liberalismo había logrado la victoria final en la lucha entre las distintas ideologías políticas de la historia.

La clave para la aseveración de Fukuyama estaba en la lucha por el reconocimiento de cada ser humano. De nuevo con Hegel, Fukuyama convirtió el deseo de todo ser humano de ser reconocido y respetado como igual en el núcleo filosófico de su visión del liberalismo. Históricamente, siempre ha habido unos pocos individuos que han tenido el reconocimiento frente a la mayoría. Y la lucha por la ampliación del reconocimiento, un deseo enraizado en el alma humana, ha dinamizado la historia. Ahí radica el poder del liberalismo, en su anclaje en un deseo universal.

Pero esta victoria en el plano de las ideas no implicaba que el futuro se convirtiese en un mundo ideal. A pesar de la explosión de optimismo liberal que vino tras la caída del muro de Berlín y el posterior colapso de la URSS, Fukuyama era escéptico sobre el fin de las guerras y los conflictos en el mundo. El que el liberalismo se hubiese convertido en la ideología victoriosa de la historia no implicaba que todos los países se adhirieran a él. Para Fukuyama existían aún dos fuerzas que podían oponer resistencia al modelo liberal: el del fundamentalismo religioso y el del nacionalismo exacerbado.

Fukuyama opinaba que el sistema liberal sería capaz de superar ambos retos por su naturaleza universal. Sin embargo, el mayor reto para el liberalismo no era ese. En el libro que escribió tres años después, El fin de la historia y el último hombre, planteaba, siguiendo a Nietzsche, los inconvenientes de la victoria final del liberalismo. El hombre que surgiese de ese escenario en el que la historia de las ideas ya había concluido no tendría que enfrentarse a discursos contrarios ni a la necesidad del progreso. Surgiría el aburrimiento entre los hombres y puede ser que eso les hiciese olvidar lo que ha costado llegar al descubrimiento del orden liberal. Ante eso, la nostalgia podía hacer que los hombres volvieran a los conflictos y a las luchas del pasado.

Pero los años posteriores a la caída del comunismo enfriaron el optimismo que surgió aquel 1989. La crisis económica de 2008, junto al ascenso del populismo y los regímenes autoritarios por todo el mundo, han devuelto la atención hacia las tesis de Fukuyama. Los nuevos discursos de algunos partidos populistas, con su recorte de libertades y su apuesta por el autoritarismo, han replanteado la cuestión de si el liberalismo es el discurso ideológico definitivo. La victoria de Trump hace tres años, con su proteccionismo en lo referente a lo económico y sus ataques a las libertades y derechos de distintos colectivos ha intensificado el debate.

Fukuyama, a través de su último libro, el recientemente publicado Identidad, trata de dar respuesta a la situación actual a través de su teoría del “Fin de la historia”. No renuncia a la idea de la “lucha por el reconocimiento” como motor de la historia, pero añadirá nuevos matices. En una época de “recesión democrática”, como afirma el politólogo Larry Diamond, en el que las libertades democráticas están retrocediendo incluso en las democracias occidentales, es necesaria una reflexión sobre lo que está ocurriendo para detectar dónde está el error que está conduciendo al surgimiento de líderes como el húngaro Orbán, que incluso llega a calificar su régimen como democracia iliberal.

Para Fukuyama, el problema ha sido consecuencia del aumento de la desigualdad entre ciudadanos y grupos sociales debido a la crisis económica y a los aspectos negativos de la globalización. Los grupos que han sufrido esas desigualdades en mayor medida son los que han visto en sus identidades peculiares una forma de cohesión social. Y políticos populistas como Trump han utilizado el resentimiento generado por esa situación para llevar a cabo lo que Fukuyama denomina “políticas de resentimiento”.

La creación de grupos que se identifican por distintas características de lo que ellos entienden como su identidad es algo universal. Lo que es peligroso, según Fukuyama, es que esa visión fragmente completamente a la sociedad entre distintos grupos, llegando a posicionarse uno en contra de otro a través de las políticas del resentimiento. Y con ello, cada grupo tratará de quitar libertades a los otros grupos a favor suyo. Para evitar esto, es necesario intentar estos grupos con identidades diferenciadas, para lograr que sean capaces de compartir un proyecto universal.

Fukuyama entiende que su postura inicial de fin de la historia debe ser completada. La caída del régimen comunista en 1989 no sirvió automáticamente para que la democracia liberal se hiciese realidad en todos los lugares del mundo. Pero es la situación actual, con el ascenso del autoritarismo y de los distintos populismos, cuando se ha descubierto la necesidad de entender que la democracia liberal necesita algo más que la victoria en el plano ideológico para hacerse realidad. Además de políticas que eviten la desigualdad, como la crisis nos enseñó, los individuos necesitan también sentirse comunidad y ver sus identidades específicas respetadas.

1989 significó la derrota del sistema soviético como alternativa al liberalismo. Fukuyama fue capaz de recoger en una tesis filosófica el momento de euforia en el que se encontraba el mundo. La guerra fría, el enfrentamiento de dos discursos que desgarraba el mundo parecía estar a punto de terminar. El liberalismo vencía y la historia parecía encontrar el anhelado momento de sosiego de años de conflictos. Pero, como el propio Fukuyama reconoce treinta años después, a pesar de que sigue afirmando la validez de su teoría, la situación es más compleja.

Pocos conceptos filosóficos han hecho correr más ríos de tinta que el “Fin de la historia”. Desde aquel 1989 en el que apareció, la discusión sobre su validez sigue debatiéndose aún hoy en día. Treinta años después, Fukuyama se erige como el gran narrador del final de la guerra fría, el filósofo que fue capaz de predecir la caída del muro de Berlín y de explicar el sentido histórico de la desaparición del bloque del este. 30 años después parece que la euforia del liberalismo ha pasado. ¿Será que la historia aún no ha encontrado su fin? El tiempo lo dirá?