LA actual crisis iraní tiene -como todo- por lo menos dos lecturas. Una, eminentemente política, es la desconfianza que despierta Teherán en todo el mundo y aún más, en los EE.UU. La otra es estrictamente jurídica. Y dado que la primera y su evolución son más o menos sabidas por todo el mundo -más o menos, por la abundancia de información sesgada-, recordaremos aquí la segunda.

Esta comienza en el 2015 con el acuerdo entre Irán y los grandes del resto del mundo en virtud del cual la república chií renuncia a sus programas atómicos: totalmente al militar y en forma limitada al industrial y científico. A cambio, EE.UU. y la Unión Europea levantan las sanciones económicas contra el Irán.

No hace falta decir que el acuerdo nació tarado por la desconfianza mutua. La occidental -en especial, la estadounidense- fue creciendo constantemente. En un principio, por los descarados ocultismos iraníes de muchas de sus instalaciones. Y llegó a su paroxismo con la guerra civil siria, dónde interviene con éxito un cuerpo expedicionario sirio y la llegada de Trump a la presidencia estadounidense. La creciente influencia iraní en la política iraquí y su nada disimulada intervención en la guerra del Yemen contra las fuerzas saudíes, así como en los incidentes armados en las fronteras de Israel, han sido importantes factores añadidos a la desconfianza hacia Teherán.

Pero fue Washington el primero en romper el tratado del 2015; lo hizo unilateralmente hace 14 meses y endureció su política de atosigamiento económico a Teherán, mientras las restantes potencias del acuerdo trataban de respetar lo pactado.

Ahora ha sido Irán -donde el radicalismo de los Guardianes de la Revolución se está imponiendo cada vez más a la prudencia de los ayatolás- quien ha anunciado que por su parte romperá a partir de julio el tratado y enriquecerá a más del 4% uranio en cantidades mayores de los 300 kg autorizados por los tratados.

El paso iraní no significa una amenaza inmediata, ya que para fabricar una sola bomba nuclear hace falta 1.200 kg de uranio muy enriquecido (90%) con el isótopo U 238, pero los EE.UU. creen que el reactor experimental de agua pesada que posee Irán ha producido ya tanto plutonio (que sustituye ventajosamente el uranio enriquecido) que Teherán podría tener por lo menos dos bombas nucleares antes de los próximos quince meses.

Por último, a nadie se le escapa que si bien las sanciones económicas estadounidenses se notan muy dolorosamente en la vida cotidiana iraní, esto mismo está dando un protagonismo a los “guardianes de la revolución” y demás ultranacionalistas que de otra forma no tendrían.