Bruselas - Durante meses ha parecido una relación tormentosa. Y ciertamente, lo ha sido. Los desmanes autoritarios y la tendencia iliberal del Gobierno de Viktor Orbán en Hungría han supuesto más de un quebradero de cabeza para Jean-Claude Juncker durante su tiempo al frente del Ejecutivo comunitario. Sin embargo, su relación personal no parece ser tan distante, y aquel famoso “Hola, dictador” parece hoy más una broma entre conocidos que un enfrentamiento político. Todo comenzó en la cumbre europea celebrada en Riga en 2015 durante la Presidencia rotatoria de Letonia. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, Laimdota Straujuma, primera ministra letona, y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, recibían ante la atenta mirada de los medios a los jefes de Estado y de Gobierno de la UE. En esa ocasión, Juncker, en su habitual tono distendido, rompía las normas de protocolo y se permitía saludos cercanos y cariñosos con la mayoría de los líderes europeos. Un beso en la cabeza a Charles Michel, primer ministro de Bélgica, un reproche por no llevar corbata a Alexis Tsipras, primer ministro griego, o pequeñas bofetadas amistosas a otros líderes como François Hollande, presidente de la República Francesa, o Lars Lokke Rasmussen, primer ministro danés.

No obstante, el momento que permanecerá en la retina de todos fue el recibimiento a Viktor Orbán, primer ministro de Hungría. Juncker saludó al líder húngaro con un “Hola, dictador” acompañado de un apretón de manos y una suave bofetada en la mejilla. La respuesta del húngaro fue una amplia sonrisa y un “Gran Duque”, en referencia al cargo que ostenta el jefe de Estado en Luxemburgo, país de origen de Juncker. El propio Juncker trataba de quitarle hierro a lo que para muchos fue cruzar una línea roja y un excesivo atrevimiento por parte del jefe del Ejecutivo europeo. En una entrevista con una serie de medios del denominado Grupo de Visegrado, que integran Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia, el presidente de la Comisión aseguraba que tiene una “buena relación personal con Orbán” y que el saludo en Riga fue “como siempre, bromeando”.

En la entrevista, concedida a los medios Rpospolitazecz (Polonia), Hopsordarske Noviny (Chequia) y HVG (Hungría), Juncker aseguraba que “nunca” dijo que Europa central estuviera gobernada por dictadores y que durante años llamó “dictador” a Orbán en privado, algo que, según el luxemburgués, hacía gracia al propio primer ministro húngaro.

Orbán, “Un Héroe” El presidente de la Comisión también señala que siempre ha considerado a Orbán como un “héroe” por “el coraje que mostró” frente a las tropas soviéticas cuando estas aún estaban asentadas en territorio del país magyar. Sin embargo, Juncker no ha ocultado durante estas entrevistas sus reservas sobre el Gobierno de Hungría. “No es condición suficiente” para ser un demócrata ser elegido por la mayoría de una nación (...) No se puede ignorar a los que no han votado por él”, señaló. Las diferencias entre ambos líderes han sido notables en los últimos meses. La deriva iliberal y autoritaria del Gobierno húngaro ha provocado una brecha en el Estado de Derecho del país del Este de Europa, pero sobre todo un distanciamiento entre Bruselas y Budapest que se ha personificado en la relación entre Juncker y Orbán. Tras la activación del procedimiento del Artículo 7 contra la Hungría de Orbán, el mecanismo que recogen los Tratados Europeos para sancionar a Estados miembro díscolos que atenten contra los valores europeos, como el Estado de Derecho, o los derechos humanos, el Gobierno húngaro comenzó una campaña de desprestigio dirigida contra Juncker personalmente. Hace apenas dos meses, las calles y prensa del país magyar aparecían inundadas de publicidad institucional. Los mensajes, acompañados de fotografías de Juncker y George Soros, magnate y filántropo húngaro, acusaba al Ejecutivo de la Unión Europea de incentivar la inmigración hacia el continente europeo, minar las competencias de los Estados miembros a la hora de proteger sus fronteras nacionales y facilitar visas para migrantes.

La Comisión respondió con una campaña de fact-checking, en la que demostraba con datos y hechos las “mentiras” del Gobierno ultraderechista de Orbán. Pero sin duda, el gran golpe lo asestó la familia política que los une, el Partido Popular Europeo (PPE). Con una amplia mayoría, los conservadores europeos suspendieron a Fidesz, el partido que dirige Orbán, de su pertenencia al PPE.

El principal partido de Hungría y un peso pesado en la familia popular europea perdía su derecho a voto, de proposición de miembros y de asistencia a las reuniones a solo 2 meses de las elecciones europeas. Los conservadores europeos mandaban un mensaje claro a Orbán de que su actitud había ido demasiado lejos.

Sin embargo, la expulsión no se ha producido y buena parte del futuro de la relación entre Fidesz y el PPE se decidirá en las urnas el próximo 26 de mayo. Mientras, y hasta que Juncker deje su cargo el próximo 31 de octubre, el jefe del Ejecutivo comunitario y enfant terrible húngaro seguirán obligados a mantener esta particular amistad en el ejercicio de sus cargos.