N documento inédito sale hoy a la luz. La integrante de la histórica Red Comète Maritxu Anatol, de Irun, fue condecorada por “la Francia Combatiente” y en este caso desde la sección británica por su generosa aportación y tras poner su vida en riesgo. Según ella misma enumeraba en una entrevista publicada en DEIA en 1978, “pasé la frontera a 113 aviadores y 39 judíos”.

El texto traducido de esta importante cédula es el siguiente: “Estamos contentos de confirmar que, de acuerdo a nuestros informes, Madmoiselle Marichou Anatol, residente en la mansión Kontxeshinea, de Behobia, fue miembro activo de la Red de escape Comète y aportó ayuda a riesgo de su vida a numerosos pilotos aliados durante la ocupación alemana. Por su generosa conducta, permitió a estos aviadores regresar a Inglaterra y, por tanto, rindió un gran servicio a la causa aliada”. El texto está firmado por “la Francia Combatiente” el 27 de mayo de 1946 en París y de forma más concreta por el “Despacho de ayuda aportada a los fugitivos aliados, sección británica”.

Anatol fue una mujer vasca tan comprometida como desconocida. La guipuzcoana fue parte de una red de escape muy activa en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y que, sin embargo, no tuvo respuesta favorable de los aliados que dejaron, a continuación, a los vascos como ella bajo el yugo franquista. “La de Anatol y las personas que como ella formaron parte de la Red Comète fue una lección hermosa de entrega democrática y que tuvo una respuesta absolutamente deplorable porque mantuvo una dictadura durante cuarenta años”, lamenta el exsenador de EAJ-PNV, Iñaki Anasagasti.

El investigador Aitor Miñambres agradece la existencia de este documento porque deja por sentado que Anatol perteneció a la Red Comète. El director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro situado en Berango coincide con Anasagasti en que mientras la guipuzcoana contribuyó a la democracia en Europa, ella, de forma paradójica, acabaría sufriendo la dictadura de Franco. “Este documento prueba sin duda la grandiosa contribución realizada por Anatol al esfuerzo de los aliados, como ciudadana vasca, para la liberación de Europa y la consecución de la democracia, que, si bien llegó a Francia y Alemania, ella no pudo contemplarla en el Estado español ni en Euskadi”.

Para el lectorado que no conoce la figura de esta resistente, de talante especial y sin afiliación ni simpatía a siglas políticas o sindicales, nació como María Anatol Aristegi y murió a los 72 años, “vieja, ciega, reumática”, como ella se autocalificaba. “Pero con las botas puestas y la cabeza bien alta”, según declaró a Vicente Escudero en estas páginas en 1978. Falleció tres años después: “Mi testamento ya está escrito. No quiero funeral ni entierro. Tampoco que escriban epitafio alguno en mi tumba”, manifestó quien nunca tuvo ni sintió “miedo por nada”.

Tan desentendida en su último aliento como generosa en su vida de aventura diaria, aquella bronca mugalari de Irun formó parte de la histórica Red Comète, organización franco-belga que germinó en Bruselas en 1940 con el fin de evacuar a combatientes aliados perseguidos por los nazis, y que podría traducirse libremente como camino a la libertad.

Anatol tenía doble nacionalidad. Era hija de un hombre de Behobia (Lapurdi) y una mujer de Irun (Gipuzkoa). Poseían una agencia de aduanas. Tal como señala Iñaki Rodríguez, en la enciclopedia Auñamendi, aquella joven tuvo un hermano ingeniero, otro cura y un tercero galardonado por sus investigaciones químicas. Inventó el medicamento defatigante Ergadyl y, tras ser preso de los nazis, acabó siendo profesor en la Universidad de Reims.

Al menos cuatro vascos se unieron o fueron captados para la Red Comète. El investigador Jiménez de Aberasturi cita en un principio a tres: al bilbaino Martín Hurtado de Saracho, a Ambrosio San Vicente, natural de Gasteiz, nacionalista y miembro del Araba Buru Batzar, y a Alejandro Elizalde, gudari de Elizondo. Maritxu también incluía a Alejandro Iribarren y Florentino Goicoechea. Fue Elizalde quien captó a Anatol, personaje “audaz y pintoresco” que colabora activamente con el grupo en los contactos, desplazamientos y labores de abastecimiento. Todo el grupo, excepto la irunesa, fue detenido en 1943 y deportado a los campos de concentración nazis en Alemania de donde volvieron, maltrechos y enfermos, al final de la guerra.

Clandestina

A la hora de sumarse a la organización de la resistencia antinazi, Anatol se mostró cómoda en las actividades clandestinas. Llegó a convivir con los nazis en su casa confiscada, al tiempo que se jugaba la vida como último eslabón de la organización. “Éramos un grupo de aventureros, de personas decididas”, enfatizaba, según detalla Rodríguez Álvarez. Los recogía en París, viajaba con ellos en el tren nocturno con documentación falsa hasta la casa de Ambrosio San Vicente, de Donibane Lohizune, y luego, desde el caserío Sarobe de Oiartzun, pasaba a la España franquista, rumbo a Portugal-Londres. Ella era la salvación final. Quienes han estudiado su figura, sostienen que en la Red Comète desconfiaban de sus métodos personales. De hecho, los británicos no la quisieron porque pasaban muchas horas con los nazis. Por si acaso, “portaba una inseparable pequeña pistola Star”.

El 13 de julio de 1943 el grupo vasco de la Red Comète fue detenido por la Gestapo. Tres miembros fueron deportados a Alemania, pero sobrevivieron. Maritxu logró salvarse. Ella pasó por la comisaría de la Gestapo en Baiona y por la prisión de Biarritz, se mantuvo firme en los interrogatorios y celebró su libertad. En 1945, volvió a Irun donde se casó con el comerciante y deportista Eugenio Angoso. Dirigió su propia agencia de aduanas. Su labor no pasó inadvertida tras la liberación de Francia. Los mismos Marshall y Eisenhower lo hicieron. Y es que, durante aquellos seis años, Anatol cruzó, entre otros, a André Mattei, que llegó a ser ministro francés plenipotenciario, o el príncipe Alberto de Ligne.

“En una ocasión”, destaca el investigador Aitor Miñambres, “un hombre le preguntó a ver qué número era él de cuantos llevaba Maritxu pasados de frontera. Le dijo que el 69. Pues bien, tiempo después le llegó una notificación para que fuera a recoger un collar con 69 perlas”. Ella anotaba todo en un cuaderno y “les pedía una dedicatoria al despedirme”, según relataba en un libro de José Miguel Romaña. ”Si naciera otra vez -concluía Anatol- haría lo mismo. Me volvería a meter en la Resistencia. Me gusta el riesgo, la aventura y me fastidia la vida cómoda, la vida muelle”.