Bilbao

LOS periodistas nunca deberíamos perder del todo el pudor por escribir en primera persona. Aunque a estas alturas y distancia de casi todo, me imagino que puedo permitirme una licencia y hablar en primera persona del Monzón que yo conocí, sin velos ni elogios obligados. Le puse cara y porte en Donibane Lohitzune terminando el año 1963. Habíamos llegado la víspera en el Or Konpon -robado por unas horas al tío Pedrín, Pedro Otxoantesana, por un nieto suyo- tres guerniqueses que teníamos en común casi todo, aunque no nos pareciéramos en casi nada. Javi Bareño, uno de nosotros tres, acaba de dejarnos. Hubiera cumplido 70 años el 30 de enero. Baldu, Jesusmari Bilbao, le despidió en el cementerio de Gernika en nombre de todos los presentes y ausentes que le quisimos, recordando aquella tocata y fuga de diciembre del 63 que nos sacó apresuradamente de casa y nos cambió radicalmente el futuro. Debió ser Txini, nuestro contacto particular en Iparralde, el que nos llevó a casa de Telesforo, aquella en la que se había velado un par de años antes al lendakari Aguirre, convertida ahora en hotelito de diseño. Txini hijo -Petit, que en la familia de Pedrín nadie se salvaba del mote- había sido por otra parte el que nos vino a buscar en gasolino a Txintxerpe en cuanto se enteró de que no sabíamos cómo saltar al otro lado, con la única recomendación de que no apareciéramos con corbata en el muelle ante el que atracaría y desde el que salimos, después de tomarnos un vino para dar más apariencia de normalidad. Digo que debió ser Txini, porque él fue quien nos acompañó un día más tarde chez Benito del Valle en Miarritze. Anda por ahí una foto de los tres mosqueteros y nuestro guía en la playa, frente al Casino, con elegantísimos abrigos pata de gallo made in sastrería Bareño que me ahorra dudas al respecto.

Estuvimos pues con Monzón en aquellas templadas Navidades del 63. Nos recibió con el afecto y señorío que le sobraba, y nos invitó a tomar un armagnac en el Vauban. Era nuestro primer armagnac, exquisitez desconocida para nosotros, que sí sabíamos de Cognac y Champagne, pero no de Armagnac. Telesforo parecía estar predestinado a estrechar relaciones con esta dulce región, la preferida también de Mitterrand: unos años más tarde, a ella le desterraron junto a Txillardegi como castigo por sus perturbadoras actividades. Manuel Irujo, que le estaba gestionando para la ocasión, no fuera que le pusieran en la frontera española, la renovación de su carta de refugiado -Telesforo Monzón era bastante descuidado en cuestión de papeles y otras formalidades burocráticas, como corresponde a los elegidos de los dioses- daba por supuesto que los dos confinados estarían comiendo allí como curas, y tomándose buenos armagnac.

La historieta de los "liquis" He de confesar que entonces nos pareció más que suficiente el detalle en el Vauban. Luego lo reconsideré, forzado por una historieta que los liquis de Sexta hacían circular en Iparralde a comienzos de los setenta. Contaban ellos, para retratar al verdadero Telesforo, que te encontrabas con él en la calle, te abrumaba con elogios patrióticos, y te mandaba luego a comer donde Pello, "que daba bien y a buen precio". Te encontrabas en la calle con el padre fundador de Soli, con Robles Arangiz, te ponía como chupa de domine porque eras la vergüenza de Euzkadi, y te llevaba luego a comer a su casa. Seguramente, a don Telex -o don Frambueso, que también así lo llamaban irreverentemente- ni se le había ocurrido que podías no tener con qué pagar ni siquiera en el Arintasuna, y no se imaginaba tampoco a aquella aguerrida juventud en su mesa, o sea, en la de María Josefa. Manu Robles Arangiz, que no era aristócrata y tenía su propia interpretación del desastre al que aquellos insensatos iban a llevar al país, sabía que lo primero es lo primero, y los sentaba con toda naturalidad a su mesa.

Algo de maldad política podía haber en la anécdota Monzón-Robles, pero también no poco de verdad. A casa de Monzón y María Josefa sí concurrían por ejemplo, con cierta asiduidad en el 63 y 64, los matrimonios Madariaga-Belaustegigoitia, Benito de Valle-Angulo y Alvarez-Forcada, gente bien de buenas familias, además de fundadores de ETA. A Eneko y Sabin, otros dos cuadros de ETA de primera hora, se les quería y admiraba mucho en casa de los Monzón y su servicio, pero no se les invitaba a cenar. Pero fue un día María Josefa a Donostia, recaló en la casa de Irigarai, y vino admirada de las alfombras que tenía la madre de aquel joven y barojiano refugiado de casa, definitivamente, bien. María Josefa invitó luego también a Eneko, y Eneko, que sabía de qué iba aquello, declinó la invitación.

Yo solo estuve una vez en Mende Berri, que es como se llamaba el palacete donde vivían, hotel ahora con encanto. Debió ser en el 80. Acompañaba a Karmele Urresti, viuda de Txomin Letamendi -fallecido hace sesenta años en Madrid tras pasar por cárceles y tormento-, que no había estado con Telesforo desde los tiempos del Eresoinka y temía que no le recordara. Habían transcurrido cuarenta años y muchas vicisitudes. "Nor naiz ni, Telesforo?", galdetu zion Karmelek. Breve pausa, y: "Zu zara baratz honetako lili politena", erantzun zion Monzonek. No respondo de su literalidad, pero sí de su sentido: esta u otra muy parecida dedicatoria había sido la que Manu Sota escribió para Karmele cuando se prometió con Txomin, miembros ambos del Eresoinka. Había que ser Telesforo Monzón y Ortiz de Urruela para responder así.

En Torre Olaso, por fin Luego, poco después, aunque entonces no me lo pareciera -¡pasaban tantas cosas a comienzos de los ochenta, cada día, cada semana, cada mes!-, acompañé al cuerpo de Telesforo en su regreso sin vida a Torre Olaso. El día había sido largo y lluvioso, lleno de obstáculos policiales españoles, pero al fin llegó a Bergara, donde miles y miles de compatriotas le esperaban. Uno no es muy dado a estas cosas, pero en esa ocasión sí recuerdo que desfilé ante el féretro, velado por Elkoro, Esnaola y otros compañeros, independientes y dependientes de aquella primera e irrepetible Mesa Nacional. Y más tarde, en la primavera del 83, volví a Torre Olaso y su magnolio con Bergamín, y con el poeta, su hija Teresa y la viuda María Josefa fuimos a la tumba de Telesforo: se habían conocido en el exilio de México y nunca se reencontraron, a pesar de que hubiera entrado en sus cálculos hacerlo. En Torre Olaso nos sentamos en el tresillo que Franco confiscó y usó en Ayete hasta su muerte, recientemente devuelto a sus dueños por entonces. José Bergamín insistió en que fuera yo quien se sentara en la butaca preferida del dictador, que era una manera de dejar claro que sus huesos ni en broma compartirían asiento con el gordo trasero del canalla.

A la familia de Telesforo le venía fortuna y abolengo -más abolengo que fortuna al final de sus días, sospecho- desde los lejanos tiempos y méritos reales de una Capitanía General en Guatemala. Tuvo cuatro hermanos, tres hermanas -la monja María Pilar, María Francisca y María Dolores- y un hermano, Isidro, soltero, como sus hermanas; Telesforo, casado con una prima segunda -María Josefa Muñoa-, tampoco dejó descendencia. El abertzalismo de los Monzón fue temprano y duradero, incluido el de Pilar, la mayor, priora en el convento de San José de Ávila, que antes de morir le envió a María Josefa una bolsa trabajada por ella que decía Euzkadi, lo que para Telesforo fue "una revelación inaudita" que compartió epistolarmente con Irujo, porque había entrado con veinte años al convento y había muerto con 78, sin pisar la calle. Cuando peor estaban las relaciones entre Irujo y Monzón, recurren a la vieja amistad de sus padres en tiempo de estudiantes para evitar la ruptura. En cuanto al abertzalismo de su hermano Isidro, arquitecto de éxito en Caracas e Iparralde, pocas dudas se deben tener. Aceptó ser la sombra de su hermano, pero fue protagonista de actividades discretísimas, no exentas de riesgo. Hay quien opina desde la proximidad a los dos hermanos, que el delicado Isidro tenía incluso más redaños que Telesforo.

Firmar la paz entre vascos La izquierda liquidacionista surgida desde ETA recordaba, tratando de desprestigiar a Telesforo Monzón, que había intentado pactar con don Juan de Borbón, a finales de los cuarenta, como para demostrar que en el fondo era un aristócrata complaciente con la monarquía. El que estaba encantado con la monarquía en ese tiempo era don Inda, Indalecio Prieto, que tenía en común con los dirigentes abertzales del exilio apenas algo más que el anticomunismo, y la prisa por que alguien sustituyera al dictador. Cierto es que Telesforo, a través de "Bejarano, representante de Don Juan en Nueva York, primo de mi pariente, que es Bejarano de segundo apellido" (carta a José Antonio Aguirre, del 28 de mayo de 1948), gestionó encuentros de emisarios don juanistas con el lendakari Aguirre y con el PNV, pero cierto es también que ya entonces defendió, por ejemplo, que la paz había que firmarla con los vascos del otro bando, y no con los españoles del otro bando. Sabido es que Don Juan apostó finalmente o siempre por Franco y sus militares afectos, al extremo de encomendarle a Juanito para que le formara a su imagen y semejanza e instaurara la monarquía del Movimiento.

Monzón, como casi todos los dirigentes abertzales de la guerra, vive años de discreta transición. Cuando reaparece en todo su esplendor, lo hace acompañando a los jóvenes patriotas y tratando siempre, junto a su hermano Isidro, de reconciliarlos con los veteranos y de constituir entre todos un Frente Nacional Vasco.

El último de estos intentos, todos fracasados, fue el que los congregó en Txiberta. Hay una foto, tomada por Xabier Galdeano, asesinado el 30 de marzo por el GAL, que recoge el saludo de Telesforo y Argala, confinado en la isla de Yeu, que resume la alianza entre dos generaciones de dirigentes abertzales, de biografías y devociones que hubieran parecido irreconciliables. De joven, Monzón había sido concejal en Bergara, diputado en Cortes durantes dos legislaturas, presidente del GBB, miembro del Gobierno de Aguirre en la guerra y en el exilio; luego, presidente de Anai Artea, mediador en el secuestro del cónsul Behil, portavoz de los sin voz, huelguista veterano en la catedral de Baiona, líder en el regreso y Marcha de los extrañados, diputado de HB. Y siempre, poeta, escritor, autor de letras de canciones enraizadas en el pueblo -Itziarren semea, Batasuna, Lepoan hartu eta segi aurrera…- que lo mantienen vivo.