Aél, siempre reacio a lisonjas, le abrumaría oírlo, pero si la Ertzaintza es hoy la institución que conocemos responde a mucha gente y a una en particular, Luis María Retolaza. A este hombre, fallecido en abril del 2007, siempre le gustó diluirse en el espíritu de equipo, aunque marcó una época y creó un estilo como primer consejero de Interior del Gobierno vasco (1980-1986) tras la dictadura de Franco. Íntegro y noble, compartió parte de sus vivencias en los muchos encuentros que tuvimos en su domicilio y otra parte de sus relatos, él se disculpaba, quiso llevárselos con esa discreción manual de la casa.

Y entre aquellos apuntes, siempre reservó una mención especial a quienes, como Genaro García de Andoain, le acompañaron desde el principio en la tarea de crear de la nada una institución que hoy cuenta con cerca de 8.000 miembros y es una viga maestra del autogobierno vasco.

Sentado al otro lado del escritorio, enfundado en su bata de casa y con las volutas del cigarro sin filtro serpenteando por la estancia, Luis Mari Retolaza recordaba la muerte de Genaro García de Andoain como “un suceso que podía haberse evitado”. El que fuera primer consejero de Interior negaba con la cabeza, intentando repasar las circunstancias de aquel incidente, registrado el 2 de noviembre de 1986, y que provocó la primera baja en los albores de la Ertzaintza.

Volver sobre aquellos pasos es un ejercicio que quizás hoy resulte anacrónico, dado el tiempo transcurrido. Si bien treinta años representan apenas una mota de polvo en la historia de un pueblo, tres décadas son mucho cuando se repasa la infinidad de acontecimientos vividos en Euskadi. Del manu militari con Franco a la Transición y a la construcción de un Gobierno vasco sobre los rescoldos que dejaron cuarenta años de dictadura.

Genaro García de Andoain fue el artífice de Berroci, lugar donde hoy se sigue entrenando y adiestrando la élite de la Ertzaintza. El que fuera un pueblo prácticamente abandonado terminó siendo el lugar escogido para este objetivo final. Un lugar que conocía muy bien José Mari Gerenabarrena, quien tras tomar las riendas de la empresa familiar (Eléctricas Alavesas) terminó conociendo el territorio mejor que nadie por sus continuos desplazamientos. Él se encargó, además, de fidelizar un voto y construir los cimientos del PNV en Araba. “Hombre extraordinario donde los hubiera. Si alguien inventó el lema Campaña de la alpargata, casa a casa, fue él”, reflejan quienes le conocieron.

Si Gerenabarrena apuntó hacia Berroci, Genaro García de Andoain se encargó, junto a un grupo reducido de personas, de dejarlo con un mínimo de condiciones para iniciar la formación. Era un pueblo con apenas edificios: una iglesia, un chalé y dos pabellones para animales.

A golpe de pico y pala se fue desbrozando el terreno, limpiando esos pabellones. Como decía uno de aquellos hombres, “dejábamos de trabajar cada día no porque hubiéramos acabado, sino porque anochecía y era imposible seguir. Duro, pero muy ilusionante”.

Época convulsa Y así, con los soldaditos de plomo que le regalaba Ramón Labayen coronando el fondo del despacho, Retolaza recordaba en nuestras conversaciones matutinas en su domicilio de Bilbao las primeras entregas de la autonomía vasca como una época convulsa, compensada con una ilusión a medio camino entre la inconsciencia y el compromiso inquebrantable.

Cada avance llegaba trufado con algún revés e incluso, como en el caso de Genaro, llegar al punto sin retorno que representa la muerte.

El 15 de octubre de 1986, miembros del comando Araba de ETA capturaron a la salida del frontón de Mendizorrotza de Gasteiz al empresario alavés Lucio Aginagalde y le llevaron hasta una cueva de Ubidea, en la muga entre Bizkaia y Araba. El 1 de noviembre llegó información, entonces se decía recado, de que un miembro de ETA huido andaba por el paraje. Los berrocis se desplegaron, simulando que buscaban setas, con el objetivo de localizarlo. Dieron con él y solo tuvieron que seguirle para encontrar el camino hacia una cueva, a la postre lugar donde retenían a Aginagalde. Con estas evidencias, Genaro llamó personalmente a Retolaza para informarle de la situación, expresándole su intención de proceder a la detención. El consejero le dijo: “Quédate tranquilo. Llama al grupo de asalto y que lo hagan ellos”. La respuesta de Genaro a Retolaza fue su perdición: “Me basto y me sobro”.

Y así fue como García de Andoain, amigo como era de la actividad militar, desoyó aquel consejo y a voz en cuello gritó a unos diez metros de la cueva: “Estáis detenidos por la Ertzaintza”. Se abrió la puerta de la cueva, que había sido diseñada con un mecanismo de poleas para permitir su apertura solo en plano horizontal, y una ráfaga de metralleta fue la respuesta a esa conminación. Fue un día aciago porque bastó una sola bala para perforar la aorta de García de Andoain, provocándole casi la muerte inmediata tras desangrarse. El resto del grupo, cuatro personas, resultó ileso.

En el estruendo del momento, con una ráfaga taladrando el silencio rural, el autor de los disparos salió huyendo mientras los ertzainas, tumbados sobre tierra, quedaban aturdidos por el desenlace. Entre ellos estaba Joseba Goikoetxea, asesinado por ETA años más tarde, y que llegó a Berroci para hacer labores administrativas y terminó siendo un baluarte en primera línea de acción.

En julio de 2012, el Tribunal Supremo confirmó la condena de 76 años y nueve meses de prisión que la Audiencia Nacional impuso al integrante de aquel comando, Luis Enrique Garate Galarza, por el secuestro de Aginagalde y la muerte de García de Andoain.

“Aquel suceso me afectó bastante porque habíamos compartido muchos asuntos, habíamos cimentado una relación no laboral, sino fraternal, en un proyecto común, esto es, la creación de la Policía Autónoma Vasca. Genaro era un hombre bueno, sinceramente. Y quizás ese poso de buena voluntad en todo lo que se empeñaba le llevó a confiarse más de la cuenta en aquel triste día”, apenas susurraba, emocionado, en 2005 Retolaza. En aquel instante, levantaba la vista, miraba a través de la ventana con la cortina siempre descorrida y por unos instantes se ausentaba, con los pensamientos recorriendo otros senderos de la memoria.

Un desafío con vértigo La muerte de Genaro García de Andoain se produjo en un tiempo en el que la Er-tzaintza daba los primeros pasos y mostró, más que nunca, el vértigo que representaba ese desafío.

“De una parte, el desafío que suponía la creación del servicio, con la formación de los agentes en la Academia. Antes incluso cabe apuntar el embrión que supuso la puesta en marcha de los berrocis, sin autorización alguna. Intentábamos ir encajando cada una de estas piezas en un período que me atrevo a definir de ilusionante en la medida que la gente esperaba gestos que visualizaran la andadura del Gobierno vasco. En este caso, la Ertzaintza representaba una referencia fundamental”.

Y ello es así porque, a juicio de Retolaza recogido en el libro Ertzaintza. Historia de la Policía Autónoma Vasca (1936-2006), el concepto de policía, “guste o no”, representa un espacio de soberanía que descansa sobre cada uno de los agentes armados. “La concepción de este embrión en Euskadi era impensable para muchos en aquella época. En Madrid no se esperaban ni por lo más remoto que lo lográsemos después de tener una dictadura como la de Franco”.

El trabajo emprendido para ir cosiendo el traje que años después estrenaría el Departamento de Interior del Gobierno vasco no estuvo exento de dificultades. Era imprescindible no dar una puntada sin hilo. “Era muy difícil crear y formar en aquellos momentos nuevos equipos, no solo por las circunstancias, sino también por falta de moral. Nos faltaban medios y contactos para poder contar con armas que nos sirvieran de entrenamiento y formar así a nuevos grupos”.

No obstante, recordaba Retolaza, se hicieron algunos intentos, siempre en condiciones precarias y en grupos muy reducidos. Años después se mandó así, clandestinamente, a cuatro hombres a Irlanda, a principios de los años 60. Llegaron otras propuestas, incluso de la órbita maoísta ofreciendo campos de entrenamiento en Libia. También fueron desechados. El salto cualitativo vino meses después, cuando se pudo contactar con israelíes.

Pocos saben que entre enero de 1974 y mayo de 1977, es decir, un mes antes de las primeras elecciones democráticas, el Gobierno de Euskadi en el exilio y el PNV solicitaron y obtuvieron formación paramilitar de dos capitanes israelíes pertenecientes a unidades de élite. Los contactos fueron realizados por Primitivo Abad Gorostiza, con larga trayectoria militar. Había sido comandante de gudaris en la Guerra Civil y durante la Segunda Guerra Mundial estuvo integrado en la Brigada Vasca junto a las tropas estadounidenses. En 1943, al organizarse Eusko Naia, él es el jefe de la zona de Bizkaia, que contaba con 19 compañías con 103 gudaris cada una.

Años después, y para colocar la piedra de lo que hoy son los berrocis, también se miró al exterior. “Contacté con el cuerpo de élite británico de las SAS, marines para misiones extremadamente arriesgadas. La primera conversación con ellos fue en el aeropuerto de Sondika. Venían de Rodesia, camino de Londres. Hicieron una escala en Bilbao para esta reunión”, relataba Retolaza.

Y así se fueron tejiendo en diferentes entregas e insospechadas conversaciones aquellos avances, cimientos de la actual Ertzaintza y, por ende, del propio Gobierno vasco. Parte de una historia a la que se entregaron gente como Genaro, Goikoetxea, Retolaza, Galdós? y nunca pidieron nada.