Bilbao - Esta semana las cámaras fotográficas disparan salvas en homenaje a Luis Manuel Fernández Pérez, más conocido como Manu Cecilio. Icono del periodismo gráfico vasco, falleció el pasado martes en Bilbao tras un repentino deterioro de su estado de salud durante la última quincena. Su funeral tuvo lugar este miércoles en Nuestra Señora de Begoña, en el Colegio de los Jesuitas, donde familiares, amigos y compañeros de trabajo se reunieron para despedir a un “bilbaino de los pies a la cabeza”: orgulloso y contencioso -tal vez algo cabezota-, pero cariñoso, noble y, sobre todo, del Athletic hasta la médula.
Nacido en la capital vizcaina el 6 de julio de 1937, Manu Cecilio se casó en 1963 con la donostiarra Ana San Adrián y llegó a tener cinco hijos y seis nietos. Ellos le recuerdan como una persona amable y atenta, pero también como alguien que siempre quería ser el primero y el mejor y que vivía por y para el periodismo y la fotografía. Esto le llevó a ser de los primeros en llegar al accidente del monte Oiz el 19 de febrero de 1985, a alquilar una avioneta para fotografiar desde el aire un entrenamiento del Athletic a puerta cerrada o hasta quitarse él mismo la escayola para continuar al pie del cañón. El fotoperiodismo era su trabajo y su afición, una pasión que le llevaba meses fuera del hogar y que, en ocasiones, estaba incluso por encima de las celebraciones familiares, como sucedió durante sus bodas de plata: tuvo que salir antes de la comida para cubrir un partido de fútbol. Su familia, si bien en ocasiones a regañadientes, le entendía. Después de todo, llevaba la fotografía en la sangre.
Hijo de Cecilio Fernández Etxeberria, uno de los pioneros del fotoperiodismo en Bilbao, no tardó en sumarse a la profesión de su progenitor: en 1953, con 16 años, comenzó como auxiliar de redacción en La Gaceta del Norte. Precisamente, su primer trabajo fue cubrir junto con su padre el accidente aéreo que aconteció en Somosierra el 4 de diciembre. Su familia aún recuerda cómo, aunque fuera invierno, el joven Manu Cecilio acudió en pantalones cortos al cementerio de acero, nieve y hielo. Si hasta ese momento no se había planteando si el periodismo le gustaba o no, ya no hubo lugar para las dudas: empezó a picarle el gusanillo.
Los años pasaron y siguiendo los pasos de su padre se convirtió en jefe de redacción de Deportes de La Gaceta del Norte hasta su cierre en 1986. A partir de entonces comenzó a colaborar con múltiples medios, entre ellos DEIA, y un año más tarde, en 1987, fundó junto a dos de sus hijos -Manu e Iñigo- la Agencia de Información Gráfica Telepress. Fue nominado y galardonado en varias ocasiones, como en el certamen World Press Photo en los años 1963, 1966 y 1970, y en 2010 fue homenajeado por otros compañeros periodistas por ser uno de los decanos de la prensa vasca.
A lo largo de su carrera cubrió toda clase de acontecimientos, si bien siempre se alzó en el podio con los deportes: 36 Vueltas de España, 8 Tours de Francia, 8 Mundiales de Ciclismo, tres campeonatos del Mundo de Pelota, uno de fútbol y las Olimpiadas de Barcelona; por no mencionar que, como buen bilbaino, siguió durante casi medio siglo al Athletic con la cámara en mano y la emoción en el corazón.
Más allá de la fotografía, él mismo también demostró ser un deportista nato. Jugó en el Juventus, Padura, Izarra, Indautxu, Baskonia -en Segunda División- y Larramendi, e incluso llegó un momento en 1960 en el que la Real Sociedad se interesó por su fichaje; pero lo rechazó: eran otros tiempos y prefirió dedicarse en cuerpo y alma a su oficio.
Tampoco desdeñó la pelota, sobre todo la pala corta. Aunque también como afición, jugaba siempre a ganar en pachangas bastante serias en las que, durante un tiempo, llegó a enfrentarse a Jorge Utge, campeón del mundo de pala. De hecho, recibió la insignia de oro de la Federación Vizcaína de Pelota por fomentar las escuelas de esta disciplina.
Algunos lo recuerdan como una persona extrovertida, con más amigos que conocidos. Otros como aquel que jugaba con los niños en el frontón. También como un maestro. E incluso como alguien contencioso y con carácter, defensor indomable de las causas perdidas, pero noble y sin rencor. Ya fuera en Bilbao, Donostia o la localidad riojana de Haro, Manu Cecilio demostró ser una persona muy querida por todos aquellos que le conocieron y un ejemplo del periodismo gráfico.