J.V.- Será raro quien no tenga uno o varios secretos.

I.Q.- Pues sí, o es un poco raro o no se examina la conciencia con detenimiento. Porque los secretos pueden ser únicos o compartidos y de ambos. Yo creo que todos guardamos algunos. Aquí aprovecho para reivindicar el derecho a la intimidad como derecho fundamental de las personas.

J.V.- Tenemos derecho a tenerlos, ¿verdad? Quiero decir que incluso a las personas más próximas o de más confianza no se lo contamos todo todo. Y viceversa, supongo.

I.Q.- Derecho, y creo también que obligación. Y no hablo de asuntos escabrosos o con muchas aristas, sino de pequeños asuntos que forman parte de eso que algunos llaman nuestra patria interior. Además, esos secretos son aquellos que vamos desvelando a medida que vamos modificando nuestra escala de valores, con la adquisición de conocimiento, con la madurez y con el conocimiento de personas nuevas que entran en nuestra vida.

J.V.- En todo caso, debemos diferenciar entre secretos menudos y secretos de enjundia. No es lo mismo guardarse para uno que se sabe todas las canciones de El Fary que callarse que estuvo preso en Alcatraz.

I.Q.- Pues creo que no, pero también hay que decir que esos secretos adquieren la categoría que adquieren por la consideración que se les da. Hay personas a las que determinadas cosas se les pueden contar y otras que no, porque no todo el mundo es igual de generoso, ni igual de comprensivo, ni igual de discreto. También hay secretos que se pueden mantener (del ejemplo anterior, el hecho de saberse las canciones del Fary) y secretos que no se pueden mantener porque más tarde o más temprano, según en qué ámbito, se terminan sabiendo.

J.V.- Lo que no sé si es muy honrado es no revelar cuestiones que pueden afectar gravemente a otra persona, especialmente, si es de nuestro círculo próximo.

I.Q.- Buena pregunta. Pero yo añado otra ¿honrado con quien? Porque igual quien nos transmite la información que afecta a esa persona también es de nuestro círculo y nos informa de algo con buena fe y esperando nuestra discreción. La verdad es que esto es muy difícil de mantener y no hay receta. Esta es una de las piedras de toque de la verdadera amistad, que ya he dicho muchas veces que no siempre consiste en hacer buenos a los próximos cantando solamente sus alabanzas.

J.V.- Cuando hablamos de una cuestión que llevamos dentro como un gran peso, contarlo puede ser una liberación. Evidentemente, hay que elegir muy bien a quién.

I.Q.- Sí, hay cosas que nos atormentan normalmente porque encierran nuestra sensación de que hemos obrado mal. Los remordimientos de conciencia, que son propios de buenas personas, son los emisarios de esos asuntos que hemos cometido el error de ocultar en primera instancia. El malestar te pide hacerlo público, restaurar el daño y mirar de frente a las personas.

J.V.- Es un hecho constatable que hay muchas personas que son incapaces de guardar un secreto.

I.Q.- Por supuesto. De hecho, creo que casi todos conocemos alguna a la que le contamos precisamente lo que queremos que se sepa porque se encarga de hacer la tarea gratuitamente y con verdadera eficacia.

J.V.- También los hay, y con esos es preciso tener mucho ojo, que sí saben guardarlo... pero solo hasta que se presenta una oportunidad para desvelarlo y obtener una ventaja por ello. O por pura venganza, si es que se ha deteriorado la relación con quien nos lo confió.

I.Q.- ¡Ay! Había una canción de un conocido cantautor catalán que en su título -por cierto irrepetible en prensa- y en su estribillo hacía alusión repetida a este tipo de personas que si volasen no veríamos el sol. Desgraciadamente, nos pillan una y otra vez porque son más las personas con las que nos sinceramos y utilizan nuestras confidencias y nuestra confianza en nuestra contra por causas de segundo nivel (venganza, despecho, envidia, etc.) que los que dejan de ser nuestros amigos pero respetan al amigo que fueron y los compromisos que adquirieron.

J.V.- ¿Qué hacemos cuando, por azar o por mala leche de un tercero, descubrimos un secreto de alguien cercano?

I.Q.- Pues los secretos, secretos son y hay que saber respetar a los demás, y a sus secretos, de la misma manera que nos gusta que se respeten los nuestros.

J.V.- ¿Y cuando alguien nos viene directamente y nos pregunta si queremos que nos cuente un secreto? Pesan mucho los propios, como para llevar encima los de los demás...

I.Q.- En esas situaciones suelo decir que por favor no me lo cuenten porque algo que se trata con tanta frivolidad, una de dos: o ya lo he oído, o lo voy a oír enseguida. El no haberme prestado a escucharlo me sacará del grupo de personas sospechosas de haberlo filtrado. En estos casos es divertido ver cómo cuanto menos interés muestras en conocer el secreto, mayor es el interés de tu interlocutor por contártelo.

J.V.- Volviendo a los pequeños e inofensivos secretos, compartirlos y disfrutarlos con las personas que queremos puede ser una bonita forma de alimentar la relación.

I.Q.- Sí, siempre que sean los nuestros o que, si involucran a terceras personas, éstas se encuentren presentes en la reunión. Te lo decía en una de las primeras preguntas, esto que una buena amiga y compañera (la más brillante que conozco) llama el ADN (año de nacimiento) nos ayuda a ir clasificando la información con el paso del tiempo y a ir divulgándola en voz baja, con una sonrisa y en petit comité para fortalecer lazos.