zaratamo. La trikitixa de Pitolis se ha despedido de él tras casi nueve décadas juntos. Zaratamo, Arrigorriaga y toda Euskal Herria ha dicho agur con cariño estos días al bueno de Antonio Agirre Beristain. Falleció el pasado sábado a la edad en la que uno es sabedor de que cien años no son nada. Hace un lustro, el Ayuntamiento de Arrigorriaga le dedicó una estatua de bronce en el paseo Urgoiti a tamaño real cuando el vizcaino iba a cumplir 95 años.
El de hoy, escrito en estas páginas, es otro emotivo homenaje, como el que su pueblo de nacimiento, Zaratamo, también le dedicó el pasado junio. El alcalde de entonces de Arrigorriaga, el jeltzale Alberto Ruiz de Azua, aseguró el día de la inauguración de la escultura que estaba dedicada a uno de los mejores trikitilaris de la zona y "mejor persona". Por su parte, el músico aseguró que "soy el único al que en vida por aquí le han levantado una escultura", agradecía.
Solía contar Pitolis que a los 13 años comenzó a trastear con los acordeones. Uno de estos instrumentos fue un regalo de sus padres. Por su propia cuenta y de oído, las trikitixas soplaban melodías por todos conocidas. A partir de ahí, se entregó en cuerpo y alma en amenizar reuniones sociales y celebraciones religiosas cristianas: romerías, bautizos o bodas. "Ensayaba mientras cuidaba a las vacas sentado debajo de un manzano. Escuchaba las canciones en la radio, me quedaba con una melodía y al día siguiente intentaba tocarla. Nadie me ha enseñado música", aseguraba en DEIA a Susana Martín en junio pasado, mes en el que cumplió 100 años. Ha fallecido, por lo tanto, tras casi nueve décadas de pasión por el folclore autóctono de Euskal Herria.
De amor en amor El trikitilari hasta sus últimos días ha sido amigo fiel de este instrumento. Agirre solía contar que gracias a ella supo conquistar el amor de a la postre su esposa, Mari Cruz Charterina, del barrio Arbustu. Él era de Gutiolo. Les separaba "un barranco", como matizaba Pitolis. "Cuando estaba en el campo con el ganado llamaba a mi sobrina para que me acompañara con la pandereta y tocábamos juntos para que nos escuchara Mari Cruz", relataba orgulloso.
Agirre fue un habitual de fiestas de Zaratamo, Arrigorriaga y otras localidades anejas. Pero no quedaban ahí sus mugas. También compartió su alegría sonora en Nafarroa o en Iparralde. "También me han llamado desde muchos sitios o me han venido a buscar a casa", agregaba un hombre que iba a tocar donde fuera solicitado para contribuir con júbilo. No solía cobrar por actuar. Tan solo aceptaba si se lo agradecían con alguna propina. "No tocaba por dinero", matizaba. A él lo que le gustaba y llenaba era invitar a bailar a los presentes, amenizar días especiales.
Antonio era de contar anécdotas como aquella vez que unas mujeres de Galdakao organizaron una excursión a la Casa de Juntas de Gernika-Lumo. Cuando llegaron a la Villa Foral, le llevaron a Pitolis hasta la sala principal y le invitaron a sentarse en la silla del lehendakari. Allí entonó las partituras del Agur Jaunak! y el Gernikako Arbola.
Hace menos de un año, evocaba emocionado un acto al que acudió hace más de una década atrás. El PNV le invitó al homenaje que este partido rindió en el cementerio de Donibane Lohizune (Lapurdi) al primer lehendakari, José Antonio Aguirre, y en el que también hizo sonar su trikitixa. También fue asiduo al Alderdi Eguna. Primero abría la comitiva de Arrigorriaga y después se iba con los de Zaratamo.
Las fiestas habituales de su agenda, las que el vizcaino no perdonaba, eran Santa Lucía de Laudio, San Antonio de Urkiola, Garrastatxu en Orozko, San Lorenzo en Zaratamo, Sarria, Artea, Ugao o Arrigorriaga. Quienes le conocieron bien le recuerdan como "alegre" y "muy humilde".
Colaboraciones con músicos Antonio compartió grandes momentos con otros músicos como Txilibrin o la saga de txistularis Arroita. También participó en actos con el txalapartero Josu Goiri. Este músico afirmaba hace media década que Pitolis transmitía "alegría y fuerza con la trikitixa y también es una gran persona, contagia amistad".
En Altsasu, hace ocho años formó parte de una kalejira en la que se pasó toda la jornada tocando el acordeón diatónico. Hace quince años fue, además, requerido por la Diputación de Bizkaia para actuar en una entrega de premios sobre Medio Ambiente.
Los ayuntamientos de Zaratamo y Arrigorriaga realizaron homenajes oficiales a su persona. Desde el primero de los consistorios, le dedicaron unas palabras el pasado 10 de junio. "Antonio es un hombre de Zaratamo por todos los costados pues nace en el barrio de Gutiolo, se casa al barrio de Burbustu de donde es su mujer Mari Cruz Charterina. Al cabo de unos años desplaza su residencia al barrio de Elexalde, pues durante un tiempo regenta el bar del pueblo, Tabernazarra. Hoy vive en el barrio de Moiordin. Desde muy joven hasta cumplir la mili trabajó en la Basconia, pero después de la guerra y durante 39 años su trabajo se desarrolló en la empresa de Zaratamo Pradera Hermanos como oficial y encargado", daban a conocer.
Responsables municipales le tildaron de hombre afable y animoso, "pues ha sido el gran animador de muchas de las fiestas y romerías de los pueblos de alrededor, tanto populares como de carácter religioso". El acordeón ha sido su compañero de viaje. Cuando se le preguntaba si tenía estudios de acordeón, él contestaba: "Todos me dicen que soy músico, confundiendo estudios musicales con el arte de tocar", ilustraba con sabiduría.
Antonio también sentía un cariño especial por Arrigorriaga, donde tiene dedicada una estatua en la calle principal. No cesaba de repetir con orgullo que "soy el único al que en vida han levantado una estatua", que ahora le recordará para siempre tras su muerte.