Bilbao. SON mujeres que han visto cómo su vida se ha roto en mil pedazos. Sin trabajo, víctimas de maltrato, con problemas de arraigo... intentan reconstruirse gracias a un refugio que les permite volver a ser personas. Porque, como dice Amparo Pimiento, alma mater de La Posada de los Abrazos, casas con las puertas abiertas a personas excluidas socialmente, "los que estamos desprotegidos vivimos una crisis perpetua". Esta red de acogida, que el próximo año cumple diez años, surgió por la desprotección del Estado hacia las personas sin vivienda, y hoy se ha vuelto más necesaria que nunca. "Hay alguna persona que lleva diez años aquí y otras que llevan solo unos meses. A la gente no se le echa, se le mantiene siempre y cuando no tenga recursos, y no rompa con el marco de convivencia", aclara Pimiento. "Ahora, bajo nuestra tutela, tenemos solo dos pisos. Cuatro chicas en la bilbaina zona de Cortes, más las trabajadoras, y otras seis mujeres en otro piso con cuatro niños. Pero además acompañamos a una docena de familias sin derecho a una vivienda digna. Se les busca casa, se les ayuda a conseguir el dinero y se les facilitan los muebles". Y sobre todo, dan techo a cambio de abrazos.

Desde hace dos o tres años, acuden a este refugio mayoritariamente mujeres migradas. "Son mujeres que al partir solo pueden vender su fuerza de trabajo en las tres áreas que les dejan: la prostitución, el trabajo doméstico y los cuidados de niños, enfermas y ancianos. Llegan con toda su capacidad, pero también con dolor, porque vienen fragmentadas y muchas han dejado a sus hijos allá", explica Amparo, exiliada colombiana. Y es que esta posada no solo trabaja como espacio asistencial y de acompañamiento sino que levanta la voz para denunciar los vacíos de un Estado que les priva de derechos.

Jimena Olabarria (Residente)

"Quise tirarme por un puente"

Alojada desde hace siete meses, la chilena Jimena Olabarria tiene solo una obsesión, regularizar su situación. A punto estuvo de lograrlo dos veces pero la ilusión se desvaneció. "Las dos personas que he cuidado desde que llegué, en 2006, me ofrecieron hacerme los papeles. Pero el primero falleció antes y el segundo no fue honesto". "Cuando el primero murió, me acogí a arraigo, y cuando el segundo me hizo el ofrecimiento, me hice una ilusión que ni te cuento, pero todo se frustró cuando llegó la carta de denegación porque este señor no cumplía los requisitos, tenía embargos y problemas con Hacienda." "Luego, sufrí un problema de salud y el año pasado me hicieron dos cirugías de estómago. Como ya no tenía dinero me fui a un albergue del que guardo muy malos recuerdos". Es aquí cuando desgrana una historia para no dormir. "En la casa roja de Deusto fui acosada sexualmente porque allí vivían muchos hombres y estaba yo sola y un matrimonio de africanos. Era tanta mi angustia, que un día me fui a un puente y lloré, lloré hasta casi gritar para tirarme porque la desesperación me podía. La frustración de salir a buscar trabajo cada día, llamar a todas las puertas y no encontrar nada, es muy duro. Gracias a la asistenta social, que me ha ayudado mucho, encontré este lugar, lo mejor que me ha pasado", sentencia.

"La falta de trabajo ahora es lo peor. Necesito trabajar para darme el gusto de ayudar con un euro a los estudios de mi hija que cursa una carrera muy difícil en una universidad de Chile", se lamenta Jimena. "En mi país fui auxiliar de Enfermería treinta años, trabajé en hospitales del Ejército y de la Policía. Sin embargo, he venido aquí a conocer albergues, comedores sociales, a pedir ayudas... En la posada tengo tranquilidad, son muy buenas personas, pero tienen que soportar mis nervios y mis malos prontos porque desde junio estoy en tratamiento por depresión". "Ojalá quiera Dios que esto cambie y venga el trabajo. Antes de que mi hija se titule, ojalá yo pueda decir, oye toma", dice esta mujer luchadora, confiando en poder pasar página.

Gloria Amparo Jiménez (Residente)

"Me pedían trabajar sin cobrar"

Sumida también en un pozo sin fondo, Gloria Amparo procede de Colombia y lleva en el Estado español doce años. Aunque tiene la nacionalidad, hace tres años que no trabaja y su situación se ha agravado. "Tuve que volver a Colombia porque mi padre estaba muy enfermito, pero acostumbrada a acá, regresé, estuve viviendo con mi hija y tuvimos problemas, fui al albergue y finalmente me acogieron ellas que son muy queridas. Han estado pendientes de mí y aquí estoy buscando trabajo, pero no hay nada. En este tiempo he recibido unas ayudas, me han exigido un papel de Colombia y no tengo quien me lo haga. Mi hija tiene dos niños, y siempre que trabajo, doy para los estudios de mi nieta y para la comida. No tiene padre y mi hija es una cabeza loca. Tiene 33 años pero la mentalidad de una niña de 14. Ahora no puedo contribuir con nada y me duele. Tengo otro hijo, necesita que me traiga a sus niños pero tampoco puedo". "Un señor me llamó para un trabajo y cuando le pregunté cómo hacíamos el contrato, me sale con el cuento de que: no te voy a pagar nada, pero si tú trabajas aquí, cuando me muera, pongo el piso a tu nombre. Pero yo no podía aceptar eso, yo necesito euros para vivir", dice en una pura queja.

Gloria desmiente el mito de las ayudas. "La gente cree que todos cobramos ayudas, pero es mentira. En doce años aquí, claro que he trabajado y en tres años que llevo parada solo una vez he recibido ayuda". Es entonces cuando Amparo no puede dejar de intervenir: "Fíjese, los que menos pedimos ayudas somos los migrados. Para que se nos respete, debemos pedir papeles y para tenerlos hay que pagar Seguridad Social y conseguir un contrato. Nosotros somos los que menos queremos ayudas porque entonces no nos legitimaremos nunca como ciudadanos y ciudadanas".

En la posada salen adelante como pueden. La principal aportación es de las posaderas. Pero el aporte no es solo económico. La red también se mantiene gracias a Izarea, Mujeres del Mundo, CVX (Comunidades de Vida Cristiana) y la generosidad de gente anónima. Con el alquiler más bajo que pagan al Ayuntamiento de Bilbao, premios que han recibido del Gobierno vasco, o ayudas de la BBK han tapado también muchos agujeros.

Rosario García (Colaboradora)

"Ni cuatro euros por hora"

En la posada saben bien lo que es no tener los derechos de ciudadanía y conocen bien la criminalización a la que se somete a los inmigrantes. "Con la crisis, se estigmatiza la inmigración, se contempla como delincuencia, como invasión, pero no como un espacio de economía que ayuda en tareas que los de aquí no hacen, o como una cultura que enriquece", subraya Amparo.

Y también viven en primera persona situaciones de esclavitud. "Hay mujeres que vienen llorando por las condiciones de trabajo que les ofrecen. Después de que la asociación de empleadas del hogar haya sacado una tabla de salarios dignos y de prestaciones, a mujeres que encuentran empleo como internas, les pagan 450 euros mensuales. Y eso es esclavismo", exclama Rosario García. "A Jimena no le alcanzaban a pagar 4 euros por hora. Y esta mañana una chica me llamó muy triste, diciendo que lo que le ofrecen por todo el día son 400 euros. Y tengo que ir, -me decía-, porque tengo que mandar, pagar una habitación y resolver situaciones que, si me quedo en casa, no resuelvo. Aún cuando yo le diga, si tú antes ganabas 800 euros, ¿cómo vas a ir interna por 400?, prima la necesidad de esta mujer".

Rosario critica esa violencia que nadie denuncia. "Además de ser explotadas, en muchas ocasiones, las chicas soportan maltratos y abusos. No solo es explotación económica, también están expuestas a malos tratos verbales, físicos, y llegan a sufrir abusos sexuales por parte del empleador, del señor, del hijo de la señora, o del que se le ocurra... porque existe el estereotipo de que la mujer migrada, además de servir en la casa, debe servir desde el punto de vista sexual. Y eso no sale a la luz pública", acusa.

Yoli Badiola (residente veterana)

"La vida aprieta mucho mucho"

Deshaciendo el mito de que las inmigrantes absorben la mayoría de servicios sociales, Yolanda Badiola, euskaldun, es la posadera más veterana. Llegó hace "un porrón de años", con su difunta hermana tras ser víctima de un desahucio. "Íbamos al comedor de las Damas Apostólicas y allí, Gorka, uno de los colaboradores, nos dijo que aquí nos podían proporcionar alojamiento. Entonces, los que estaban eran casi todos hombres". Yolanda resucita uno de los episodios más tristes de la posada, el incendio sufrido en el piso número 34 de la calle San Francisco cuando en el año 2006 fallecieron tres huéspedes; Agustín, Félix y Miguel Ángel. "Fue terrible", rememora todavía consternada. Y eso que Yolanda conoce de primera mano lo que es una vida puñetera. "La vida aprieta mucho, no sé si ahoga, pero aprieta un montón. Aquí en la posada he tenido mis altibajos y está claro que me gustaría salir, pero no puedo", concluye.

La cuarta y última residente es Chelo, que no quiere salir en la foto, pero cuenta cómo después de cuatro años, es consciente "que los encargados de la posada cogen hasta agotamiento por tratar de ayudarnos y luchar por nuestros derechos. Pero por muy bien que se esté en un sitio, uno tiene derecho a su privacidad y además otros también tienen que entrar". Buscando un cobijo sin pedir nada a cambio, pero dándolo todo.