Malos tiempos para los guionistas ya que la realidad está tan rara que supera ampliamente a la ficción. Hasta ahora, la historia nos había descubierto dos formas extrañas de acceder a las Cortes, una a caballo como el general Pavía para poner fin a la primera República de Castelar quien ni se desmontó -sable en mano- hasta llegar al centro del hemiciclo y otra la de Tejero -pistola en mano- con el "se sienten, coño" ya preparado entre los labios. Pero como vivimos tiempos en los que no es necesario inventar ni imaginar ya que la cruda realidad se encarga de poner ante nuestros ojos escenas inopinadas hace escaso tiempo, el president de Catalunya ha aportado otra modalidad de cómo entrar en las Cortes, en este caso, las catalanas y lo ha hecho en helicóptero. ¿Quién le iba a decir al pobre Mas que su acceso al debate de presupuestos iba a parecer más la llegada de los Reyes Magos que la de un presidente?

Ningún ciudadano -por muy caliente que volara su imaginación- habría sido capaz de pensar que el president iba a descender de los cielos porque -de esa forma- solo bajan los Reyes que traen regalos y no los presidentes que se ocupan de recortar presupuestos y avances sociales ya que no queda más remedio y en la caja hay algunas monedas pero casi ningún billete. Que cada cual juzgue la escena del cerco del parlamento catalán como estime conveniente pero, aunque todos condenemos la violencia en cualquiera de sus apariciones, también hay que pensar que todos los avances de este mundo que habitamos se han realizado -tristemente- después del ejercicio de la violencia. No hay casi conquistas humanas -excepto las científicas- que no se hayan conseguido después de algún acto violento. La historia, la política, hasta el camino para lograr a la paz suele ser, en primer lugar, la guerra y la violencia.

Aunque jamás haya que justificarla, ¿quiere esto decir que los ciudadanos estamos tan cabreados que era necesario el cerco al parlamento catalán para reivindicar nuestro hastío del mundo de políticos, banqueros y economistas que nos han metido en este agujero con tanto fondo? Con el uso de la violencia, los indignados corren el riesgo de perder los papeles y el apoyo de grandes masas sociales que les ven como a modernas encarnaciones de Robin Hood pero con la acampada libre en la plaza del pueblo también corrían el riesgo de acabar como un hapenning dominical donde la gente acudía el fin de semana a observar el espectáculo de los jóvenes que vivían en tiendas de campaña en el centro de la ciudad.

Lo tienen crudo estos indignados. Caen bien mientras no son violentos y saben que -sin algo de violencia- es muy difícil obtener algún rendimiento en esta sociedad de primeros del siglo veintiuno. Si ellos no la ejercen, les dejan acampar en la Puerta del Sol pero no les hacen mucho caso y pasan a ser casi un reclamo turístico y fotográfico del centro de la ciudad y cuando la ponen en práctica les cae encima la otra violencia -la legal- en forma de Policía nacional, Mossos de Escuadra o lo que se tercie. Los jóvenes airados del mayo francés del 68 consiguieron la caída de un gobierno a base de violencia callejera, los hippies californianos de la misma época se lo pasaron en grande con el "paz y amor" con el eterno canuto colgante de los labios pero no cambiaron absolutamente nada y se les recuerda más por la música que produjeron que por los cambios sociales o políticos alcanzados. Entre estos dos extremos deberían de estar nuestros indignados. El tiempo nos dirá qué ocurre y si lo del helicóptero para acceder a las Cortes se generaliza como transporte de diputados en peligro. Ay, si el caballo del general Pavía levantara la cabeza...