A principios de un mes de enero como este llegó por primera vez a Bizkaia George Steer. Era 1937. El Ejército español se había rebelado contra las autoridades legítimas el verano anterior y se sufría una espantosa guerra civil. Steer llegaba como corresponsal del periódico The Times tras haber sido expulsado de la zona rebelde por su clara antipatía hacia los fascistas; demostrada, por si pudieran caber dudas, con la publicación de su libro César en Abisinia, con el que denunciaba las atrocidades cometidas por los italianos al invadir Etiopía. Aquel incómodo corresponsal británico había sido expulsado sucesivamente por fascistas italianos y españoles. Y ahora iniciaba un nuevo viaje, internándose en la zona de la España roja bajo control de un Gobierno autónomo vasco, rodeada por tierra casi completamente por el enemigo y bloqueada por el mar.
Llegó en un destructor con pabellón de la Royal Navy que se detuvo a cinco millas de nuestra costa y allí descendió a una lancha rápida de la Marina de guerra vasca. "La bandera vasca -cruz blanca y verde manzana sobre fondo rojo- desplegada y tirante, ondeaba a nuestra proa mientras surcábamos las olas en dirección a la costa, a través de las minas, a velocidad excitante". Una insólita manera de llegar a nuestro País en un momento crucial para su Historia.
simpatizó con la causa vasca Acostumbrado a complicados, rigurosos y rígidos protocolos de acreditación establecidos por las autoridades italianas y los militares rebeldes españoles para asegurarse el control de la información que pudiera salir al extranjero, Steer se vio sorprendido por el trato que le dispensaron en Bilbao. "(…) la progresista y bien organizada ciudad del hierro y del acero, el fútbol, la pelota y los barcos, transformada en el centro neurálgico de la resistencia republicana en el Norte y en la única fortaleza de España donde existía una clase media democrática".
Por eso definió al jefe de prensa del Gobierno vasco que le recibió, Bruno Mendiguren, diciendo que "era como un enviado de Dios para un periodista. Ardiente nacionalista vasco con un torrente de francés político, en el cual encabezaba sus referencias a la dignidad vasca, que citaba en una frase de cada tres. Mendiguren concebía la Oficina de Prensa como un medio para permitir a los periodistas extranjeros ver y oír todo lo que quisieran, y no para indicarles lo que tenían que decir en su crónica diaria y expulsarlos después por lo que habían añadido por su cuenta".
Eso era con lo que Steer había soñado tras meses de continuas recriminaciones y obstáculos, engaños y mentiras, castigos y amenazas recibidas por los fascistas que en aquellos años treinta ambicionaban dominar el mundo. Si su ideología podía hacerle sentirse cercano a los vascos que luchaban en defensa de la libertad y de la democracia, esta forma de tratarle acabó ganándose definitivamente a aquel corresponsal extranjero para su causa. Un Steer definido por un colega suyo, Peter Kemp, diciendo que "era un hombre aventurero, de gran iniciativa y encanto, pero rebelde sin remedio, y el total desprecio por la autoridad y la pompa que siempre le acompañaba estaba llamado a crearle problemas", encontraba ahora en el País Vasco, en plena situación de guerra, un lugar donde le dejarían ejercer libremente su profesión.
Animado por la actitud de Mendiguren, Steer empezó solicitando acceso a cosas que consideraba inofensivas, como escuelas y hospitales, para seguirlo pidiendo para visitar prisiones y cuarteles en el frente y, finalmente, "sus defensas, sus aeródromos, sus aviones, sus ingenios motorizados y sus industrias de guerra". Lamentando que había terminado excediéndose en sus peticiones, Steer razonaba para sí: "Mi último grito frente al paredón sería: "Usted mismo me invitó a hacerle preguntas: decía que todos ustedes eran demócratas". Para su sorpresa, la respuesta fue: "Perfecto, lo arreglaremos para que pueda verlo todo". E inmediatamente se le condujo para entrevistarse con José Antonio Aguirre.
Gracias a aquel encuentro conservamos un muy notable retrato del lehendakari dibujado por el periodista: "Su cara estaba bien trazada y sus ojos eran vivos y un tanto irónicos. Sus largas cejas, rectas y negras, tenían en el centro las enigmáticas líneas que tiene todo hombre que transige para poder alcanzar un ideal. (…) Era un joven político asceta quien al final tendría que practicar su fe en el desierto. Su nariz fina y delgada, su boca recta con el labio superior extrañamente apretado de tanto practicar el autocontrol, y su cara atlética bastante delgada, eran los rasgos característicos de un hombre que trataba más de hallar el camino recto que de imponerlo".
No hay duda de que Steer acabó haciendo suya la causa vasca, como hizo suya la causa etíope, y la finesa, y la de todos los pequeños pueblos que podían resistir a enemigos muy superiores en defensa de su dignidad y libertad, teniendo casi como única fuerza la fe en su ideal de justicia. Su profesionalidad y su compromiso con la verdad hicieron que su voz fuera la más rotunda en la denuncia de las masacres cometidas, con su enorme superioridad de medios, por los militares rebeldes contra la población civil.
testigo del bombardeo Steer llegó a Gernika al anochecer de aquel día terrible en que fue completamente destruida por aviones italianos y alemanes. Y su testimonio sirvió para que se supiera internacionalmente que habían sido los bombarderos fascistas los que la habían arrasado, y no los propios vascos, como cínicamente sostuvieron los medios de prensa franquistas. Otro escritor y periodista que hubo de convertirse en gudari, Esteban de Urkiaga, Lauaxeta, pagó muy caro el acompañar a los periodistas extranjeros a visitar Gernika tras el bombardeo y su inminente ocupación por los fascistas, ya que fue apresado por sus avanzadillas y acabaría siendo fusilado, poco después, en Vitoria. La lucha por que se pudiera conocer la verdad se cobró un trágico precio con la vida de aquel joven poeta.
Al final, la guerra terminó en Euskadi con la ocupación de todo su territorio por los sublevados a finales de junio de 1937. George Steer volvió a su país y terminó escribiendo el libro titulado El Árbol de Gernika, seguramente la mejor crónica del acontecimiento histórico más trágico que se ha vivido en nuestro país. Steer concluyó la introducción de este libro diciendo que "está lleno del más bajo criticismo del muy objetable estilo de Oxford. Cuando los vascos regresen a Bilbao, quizás prohíban su circulación. Pero no creo que lleguen a eso. Siempre encararon las críticas sinceras y se hicieron eco de las burlas de que fueron objeto. Por eso les quise y por eso lamento su inoportuno eclipse. Por eso espero la resurrección de la más vieja y honesta democracia europea".
La guerra acabó llegando también al país de Steer y en sus cielos retumbaron los mismos motores fascistas y las mismas bombas cayeron sobre sus casas. Para defender su tierra, este periodista también tuvo que convertirse en soldado. Trabajó en los servicios de inteligencia británicos en Sudán en apoyo de la resistencia etíope a los italianos y del regreso de su emperador Haile Selassie, al que asistió personalmente.
Tras la liberación de Etiopía continuó su trabajo en Libia, Egipto, Madagascar y, finalmente, participando en la lucha británica contra Japón, en Birmania. Allí perdió la vida, en un accidente, el día de Navidad de 1944. Hacía un mes que había cumplido 35 años. Llevaba, en el momento de fallecer, el reloj de oro de artillero que le había regalado el lehendakari Aguirre con la inscripción: "A Steer, de la República vasca".
Acertó Steer al suponer que los vascos no prohibiríamos su libro. No cabe más que agradecimiento por su defensa de la libertad y su intervención, como profesional honesto, cuando más necesitábamos periodistas independientes que dijeran la verdad al mundo de lo que estaba ocurriendo en aquella terrible guerra.
una calle en bilbao Para que nada en la biografía de este hombre dejara de ser excepcional, hace escasos meses el Ayuntamiento de Bilbao ("la progresista y bien organizada") le dedicó una calle. Su hijo, George Barton Steer, que asistió al acto, explicó que gracias a la recuperación de la memoria de los acontecimientos que vivió aquí, sabe más sobre la figura de su padre, al que no llegó a conocer. Una magnífica manera de devolver, en parte, la gran deuda de gratitud habida por los vascos con George L. Steer.
Desde este pequeño rincón de la tierra que tanto llegara a querer, como él dedicara su libro Judgment on German Africa, a su amigo fallecido Everett Colson, ojalá podamos siempre decirle: "Look from the clouds. We have never retreated, our spirit is unbroken and tireless, we will keep all our promises". ("Obsérvanos desde el cielo. Nunca hemos abandonado, nuestro espíritu se conserva intacto e incansable, mantendremos todas nuestras promesas").