Bilbao. Hijo de una familia de orígenes alemanes y hombre de mirada casi oriental, con ojos entornados que parecían siempre otear el horizonte, Federico Lipperheide Wicke (también conocido por Frtiz en los círculos más cercanos...), falleció el pasado sábado, a los 81 años de edad. Con su muerte, la oligarquía vasca pierde uno de los pioneros en el esplendor empresarial de mediados de siglo XX y un hombre que aunó la vida dura de sus comienzos en las minas de hierro de León (en el Coto Minero Vivaldi para más señas...) con la dolce vita de la presidencia de la Academia Vasca de Gastronomía, cargo que ocupó hasta su muerte.
Ahormado en la tradición dandy -el eterno terno azul y la corbata inmaculada...- que distingue a los hijos de Neguri, la imagen de Federico en los últimos años estaba recortada por la luz de su esposa, la ganadera de Berango, Dolores Aguirre, quien hace treinta años se hizo con la ganadería andaluza de Teresa Osborne, en parte gracias a la insistencia del empresario, aficionado constante en los ruedos. Juntos criaron toros de raza, muy al estilo del Bilbao más serio: toros campanudos que parecían transmitir en el albero, por váyase a saber que transmisión genética, el carácter recio del pueblo vasco. En el mundo del toro no era todo un Lipperheide sino el marido de la ganadera. Si le importó (cosa que dudo...), supo llevarlo con dignidad de puertas afuera.
El negro fue, hay que decirlo, el color de su bandera. No en vano, los libros de historia del pasado siglo que aún están por escribir, recordarán a Federico Lipperheide como amo y señor de la industria petroquímica vasca. El oro negro y las reses enlutadas del hierro de su familia en Constantina, con sangre de Atanasio Fernández, fueron los ejes de su vida, empecinada en la creación de empresas que gobernaba, dicen, con mano de hierro. A la hora de su muerte, Federico aún era presidente de Minersa y de Derivados del Flúor y aún se recuerda su paso por la vicepresidencia del Banco de Vizcaya y el consejo de Administración del BBV.
Rara es la ocasión en que un hombre de semejante huella centre sus inquietudes en un único camino. Ya está dicho que Federico vivía apegado al mundo del toro. Cuentan que cierta tarde de los años setenta, Federico Lipperheide hizo el paseíllo en la Corrida Goyesca de Ronda que organizaba Antonio Ordóñez, diestro amigo del empresario de Neguri. Es una de las miles de anécdotas que a partir de ahora -es la carga de los muertos...- pasarán a empolvarse.
Inicios La saga Lipperheide aterriza en Bilbao alrededor de 1921, cuando el patriarca, Friedrich Lipperheide, se estableció en Bilbao, junto con los hermanos Francisco, Enrique y José, quien años después sería secuestrado por ETA en 1981, con la polémica en torno a la central nuclear de Lemoiz en plena efervescencia. Llegaron a Bizkaia con la intención de explotar minas a través de la sociedad Somimet, siglas de Sociedad Bilbaina de Minerales y Metales. Años después, tras la II Guerra Mundial, la reconstrucción de Alemania necesitada de minerales y metales, contribuyó a que las redes de la familia Lipperheide se expandiesen por toda Europa. Federico, para entonces, era un adolescente, pero allí comenzó una aventura que se perpetuó en los hijos, aún con menor intensidad. De entre ellos, Federico fue quien mantuvo el pulso con mayor tesón, aún a expensar de ver cómo en las últimas décadas la internacionalización de las empresas y cierto desgaste hacía que el Neguri Power fuese desgastándose. Buena prueba de ello fue cómo se deshizo la histórica relación de la familia con el BBV: se ensombreció tras el descubrimiento de las cuentas ocultas de Jersey. Federico Lipperheide, entonces consejero, tuvo que dimitir e incluso fue citado a declarar ante el juez Baltasar Garzón.
Yendo y viendo entre empresas e instituciones, Lipperheide se abrió paso. Fue vicepresidente de la Cámara de Comercio de Bilbao, con Enrique Guzmán como presidente. Su inquietud le llevó a crear la Academia Vasca de Gastronomía, institución de la que ocupó su presidencia y a través de la cual estrechó lazos con otras agrupaciones semejantes en toda Europa. Federico llegó a convertirse en un gourmet reconocido y era habitual articulista en la publicación de la Academia, Apuntes de Gastronomía, donde puso el acento en la defensa de la cocina tradicional por encima de las corrientes de vanguardia que contemplaba con más curiosidad que pasión, a decir de quienes compartieron con él esta afición por la cocina vasca.
Lipperheide, ya está dicho, siempre estuvo ligado con el sector petroquímico. Su nombre se asocia con especial insistencia a la firma Unquinesa, empresa que después derivó hacia la multinacional Chemical Dow. Pero no será ese el recuerdo que quede. En los últimos años, su presencia social se hizo más evidente en los campos de la gastronomía y los toros. Son esos dos mundos, donde volcó sus últimas pasiones, los que hoy más le lloran.