Bilbao. La Iglesia ortodoxa rusa llora la desaparición de Leonida Gueorguievna, fallecida en Madrid el pasado lunes a los 95 años de edad. "La Gran Duquesa Leonida Gueorguievna, que tuvo una vida larga, complicada y dramática, nunca olvidó Rusia", ha recordado Vsevolod Chaplin, encargado de las relaciones del Patriarcado de Moscú con la sociedad. SU tristeza quizá sea más emotiva, porque se trata del símbolo real de los sentimientos que han permanecido rotos durante más de siete décadas de comunismo.
La Gran Duquesa Leonida Gueorguievna era la última representante de la casa imperial de los Romanov nacida antes de la Revolución Rusa. Su padre, Gueorgi Alexandrovich, era miembro de la Casa de los Mujrani, una rama colateral de la antigua dinastía georgiana de los Bagratión. Su familia gobernó las antiguas Georgia y Armenia desde la temprana Edad Media hasta entrado el siglo XVI.
Nacida en 1914 en Tiflis, cuando estalló la Revolución vivió brevemente en Alemania, aunque luego regresó a Georgia, entonces una de las repúblicas que formaban la URSS. Bajo la protección del escritor Maxim Gorky, la familia real georgiana abandonó la Unión Soviética en 1931 y se instaló en Francia. En 1934 Leonida Gueorguievna se casó con el magnate estadounidense Sumner Moore Kirby, con quien tuvo una hija, Helen. El matrimonio sólo duraría tres años.
Exilio en el estado La Segunda Guerra Mundial empujó a la princesa georgiana a España, donde en 1948 se casó con otro exiliado, el Gran Duque Vladimir Kirilovich, quien desde 1938 hasta su muerte proclamó ser el legítimo zar de Rusia. Era bisnieto del antepenúltimo zar, Alejandro II. El Gran Duque reconoció a la primera hija de Leonida, Helen, a quien dio el título de condesa Dvinskaya. La hija del matrimonio, la Gran Duquesa María Vladimirovna, es la actual jefa de la Casa de los Romanov.
Se tiene previsto que Leonida Gueorguievna sea enterrada en la Fortaleza de Pedro y Pablo de San Petersburgo, donde están enterrados los zares de Rusia, desde Pedro I el Grande a Nicolás II y su familia, entre ellos el Gran Duque Vladimir Kirilovich.
La dinastía de los Romanov fue depuesta por la Revolución Rusa de 1917 y muchos de sus miembros fueron ejecutados por los bolcheviques. El último zar, Nicolás II, su esposa Alejandra y sus cinco hijos fueron ejecutados en el sótano de la casa del comerciante Ipatiev, en Yekaterimburgo, el 17 de julio de 1918. La Iglesia ortodoxa rusa los canonizó en el año 2000 y el Tribunal Supremo de Rusia rehabilitó a Nicolás II en el año 2008, declarando que la ejecución de la familia real fue ilegal.