Bilbao. Si alguna preocupación tuvo Francisco Elguezabal Orbe, más conocido como Aita Patxi, quien fuera superior del Monasterio de Zenarruza durante quince años, fue "que todo el mundo se sintiera bien acogido: ricos, pobres, de una forma política de pensar y de otra... Ese era un poco su carisma. Era un hombre muy acogedor", rubricaba Isaac Totorika, abad del monasterio de la Oliva, horas después de conocerse su fallecimiento, en la madrugada de ayer, a los 86 años de edad.
Tal era su afán por recibir a los visitantes con los brazos abiertos que incluso en los últimos tiempos "bendecía con la mano desde la ventana a los peregrinos que llegaban", atestigua Totorika, quien oficiará el funeral a las cinco de esta tarde en Zenarruza. La muerte de Aita Patxi, aquejado de Alzheimer, sorprendió a los monjes de La Oliva, donde residía desde el pasado mes de febrero. "Nos ha pillado de sorpresa. Ayer a la tarde -por el jueves- fue a vísperas, a cenar, al capítulo, que es la reunión de la comunidad, y luego al último oficio de completas con la Salve", explica Totorika, para dejar constancia de su actividad.
Aita Patxi, que respondía lo mismo "al nombre de Francisco que al de Patxi, Paco o Curro", no era un mero anfitrión. Se esforzaba por que cualquiera que tocara a su puerta se sintiera como en casa "porque San Benito dice que hay que recibir a los huéspedes como al mismo Cristo". Y así lo ponía en práctica. "Era un hombre de mucha fe y en su vida, lo mismo para irse a misiones, como después en el monasterio, se fiaba de Dios", constata el abad de La Oliva.
Nacido en Meñaka el 17 de agosto de 1923, Francisco Elguezabal apenas era un niño cuando dio sus primeros pasos por la senda religiosa. Entró en el seminario de Castillo Elejabeitia, continuó su caminar en el seminario mayor de Gasteiz y se ordenó sacerdote con 24 años. Tan sólo un año después se fue de misionero a Los Ríos (Ecuador) y permaneció allí más de veinte años. A su regreso a Bilbao, ejerció de sacerdote diocesano dos años en la parroquia de Ibarrekolanda y, posteriormente, recién cumplidos los 50, se estableció en el monasterio de la Oliva hasta 1988, fecha en la que fue trasladado a Ziortza, donde fue superior hasta el año 2003.
Promotor de Zenarruza Totorika, que entró en el monasterio de la mano de Aita Patxi, recuerda con cariño lo optimista que era. "Cuando llegué a Zenarruza, empezó con que teníamos que hacer una hospedería, pero no tenía ni una peseta. Uno de los monjes se burlaba de él y le decía que era un ingenuo, que cómo iba a hacerlo. Y Patxi siempre decía: Si es cosa de Dios, se hará. ¿Cómo? No sé. Ahora, claro, él tampoco se estaba quieto", comienza a relatar el abad de La Oliva. Tras pedir ayuda a los religiosos de Gipuzkoa y Bizkaia, recolectaron el dinero suficiente para hacer los planos de la hospedería. Y Aita Patxi no se daba por rendido. "Siempre decía: El Señor ya ayudará. No había dinero y tira de aquí y de allá, la hospedería se terminó y gracias a Dios está ya pagada. Y no tenía ni una peseta, ni una", subraya Totorika, para enfatizar la fe que tenía.
También el alcalde de Ziortza-Bolibar, José Aspiazu, tiene presente el esfuerzo que Aita Patxi realizó para recuperar la colegiata de Zenarruza. "Se habló con distintas congregaciones, finalmente la cogieron los monjes cistercienses, vino él y trabajó de manera muy activa. Fue uno de los grandes promotores de su rehabilitación, de la puesta en marcha del hospedaje, de la realización de los aparcamientos? Era tenaz en sus contactos con las instituciones cuando había que lograr ayudas. Su estancia en Zior-tza-Bolibar ha sido muy positiva para el pueblo", reconoce el máximo edil.
"Una misión con calderilla" Tampoco cuando se fue a las misiones, de las que "no paraba de hablar a diestro y siniestro", Aita Patxi disponía de mucho presupuesto para llevar a cabo su cometido. "Contaba que cuando llegó allí le mandaron a un pueblo a crear una nueva parroquia con un bote de tomate lleno con la calderilla que habían echado los feligreses ese domingo. Y allí se fue. Empezó con una escuela primaria, luego hizo una escuela de formación profesional para chicos y chicas, luego hubo un incendio en el pueblo, se quemaron todas las chabolas y les construyó casas en propiedad... Contaba cómo había hecho el sorteo de las casas, que un matón le perseguía... No terminaba el hombre de contarnos las aventuras de las misiones. Se entregaba", afirma Totorika.
Ajeno a su enfermedad, Aita Patxi pasó el tramo final de su vida bajo los cuidados de los monjes. "Aunque con la enfermedad hay quien se vuelve agresivo, él era muy pacífico y estaba constantemente agradeciendo lo bien que se le cuidaba", señala uno de los compañeros que tuvo en Zenarruza, al tiempo que destaca su fe y su tesón. "Los sacerdotes le llamaban el divino impaciente. Tenía que hacer las cosas ¡ya! Era un hombre de acción y no se arredraba por nada hasta conseguir lo que quería. Era un hombre muy piadoso", le describe.
Sin apenas tiempo para digerir la pérdida, Totorika termina de hablar de Aita Patxi con una sonrisa. "Él aquí, en el monasterio, tenía que saludar a todos los monjes. Según entraba en el coro, les decía: Venga, que llegas tarde... Era un hombre alegre y simpático. Un hombre optimista y que creaba optimismo".