Sin regatear un gramo al crédito amasado desde agosto, salta a la vista que al equipo algo le pasa. Lo más fácil sería aludir al calendario, cuya densidad en las últimas semanas ofrece una explicación sencilla, utilizable como justificación o atenuante. Lo de jugar partidos entre semana, además de un deseo supone un engorro porque eleva la exigencia de los profesionales y agudiza el escrutinio de un entorno que enseguida se acostumbra a lo bueno, a colarse de nuevo en las semifinales de Copa, por ejemplo, y quiere más.

La cuestión ahora es comprobar cuál es el impacto del bajón que experimenta el equipo. Que es un episodio pasajero, pues estupendo, nada que no le ocurra al resto. De todas formas, esto se sabrá enseguida, de aquí a un mes escaso habrá datos suficientes para realizar un diagnóstico más preciso. Lo de ahora simplemente plantea una incertidumbre, una duda. Sería esa incógnita que aflora y enciende el piloto automático de la mente. Y la mente, cuando se pone en marcha, resulta imparable. El pensamiento empieza a viajar, como un planeador escrutando desde las alturas un territorio de orografía retorcida, llena de pliegues, curvas, pendientes y depresiones. Léase, la historia escrita a lo largo de los años anteriores. Obviar ese recuerdo sería mucho pedir al personal porque está tan reciente que basta con detener la moviola doce meses atrás.

La primera persona que saludé en la mañana de ayer, según salí de casa camino del quiosco, apenas balbuceó un “Epa,… contra diez”. Y, como un resorte, me salió sola la brillante reflexión que acabado el partido pronunció Valverde: “Porque nosotros somos así”. Imposible expresar con mayor acierto y en tan pocas palabras el origen del fiasco de Almería. Uno no tenía ganas de extenderse más. Seguramente, lo mismo le sucedería al entrenador, pero a él le tocaba comparecer ante la prensa y tuvo que responder a más preguntas. Salió del trance como buenamente pudo.

Se le notaba más afectado que abatido. Ni el punto sumado le sirvió de consuelo: una minucia ante la dimensión que alcanzó el desbarajuste de sus futbolistas, impotentes para soltarse a correr, dar un pase en condiciones al compañero más próximo, acelerar o percutir con un mínimo de sentido. Los clásicos ingredientes de los días torcidos.

Nadie quedó a salvo de ser señalado, ni el propio Valverde, al que le falló todo. Desde el once diseñado para el comienzo hasta las sustituciones. Lo primero se alejó poco de lo esperado, pues faltaban unos cuantos de los más habituales y, por otra parte, las alternativas le han estado cundiendo. La alineación era una mezcla muy normalita, en absoluto estridente. El capítulo de los cambios puede ser más debatible. A toro pasado decirlo suena ventajista, pero no es casualidad que durante la temporada en curso determinados hombres luzcan un rol muy secundario, pese a su dilatada trayectoria profesional. Vale, ya se ha apuntado que había ausencias forzosas.

A raíz de la expulsión el asunto adquirió tintes dramáticos, se asistió a una oda a la impericia. Pero no merece la pena remover el chocolate. La competición no se detiene y únicamente se ha roto algún plato, pero hay vajilla de sobra para engalanar la mesa y continuar alimentándose sano, con fundamento que se decía antes. Uno, dos o tres tropiezos a domicilio, aunque se hayan producido en un breve margen de tiempo, no deberían opacar las diecinueve victorias obtenidas y cuanto estas significan en las aspiraciones que han arraigado en el vestuario y en la calle.

Ese crédito aludido al comienzo aconseja no precipitarse, menos aún ceder al pesimismo. Para activar las alarmas es necesario otro panorama, el actual se enmarcaría en el vaivén rutinario de una campaña de nueve meses de duración. El equipo es quinto y se halla a un paso de ser finalista.