El borrador del discurso de Vox para una moción de censura de un excomunista lo desvela un diario afín al Gobierno de izquierdas. Un millonario y un ejecutivo de una multinacional cobran mensualmente en Madrid el bono térmico por sus engañosos apuros para llegar a final de mes. Dos partidos de izquierda hacen valer la ley mordaza del PP apelando a la retirada de unas pelotas de goma que nadie ve en el texto de la norma. Podemos es capaz de exigir primarias a Yolanda Díaz después de que su ideólogo Pablo Iglesias la nombrara a dedo como sucesora. El mundo al revés. O pura esquizofrenia comprensible en medio de una permanente escalada del disparate.

Conténgase la risa que llega el show Tamames. El esperpento hecho carne en pleno Congreso. La utilización personal y partidista más descarada en la historia reciente del Parlamento a partir de Hernández Mancha. Un docto catedrático, luchador encarcelado por la libertad, pero embebido de insaciable vanidad y sin temor remoto al ridículo en su decrepitud, se presta ufano a protagonizar solo y en compañía de otros parapetados tras el telón una patética bufonada de la extrema derecha. Dos días propicios para el delirio político plagado de soflamas, alborotos y vacuidades que comprometerán la sensatez con la única contrapartida positiva de consolidar la pétrea solidez de la democracia que todo lo aguanta.

Abascal, promotor de tan descerebrada iniciativa surgida bajo los efluvios de una mesa y mantel, esconde el desconcierto entre su desaforada testosterona mientras se acerca el estreno del vodevil. Teme un descalabro. Que le salga el tiro por la culata. Sabe que Tamames le ningunea porque es anciano pero lúcido aún para ver que no hay nada que rascar debajo de las cuatro bravatas de la unidad de España, del gobierno ilegítimo, Sánchez váyase por mentiroso y convoque elecciones cuanto antes. Por eso recela de que el petulante candidato perdedor se empodere a medida que avance la contienda, esgrimiendo su propio relato. Mucho más inquieto desde que han sido desveladas con aviesa intención las estructuras del discurso que pretende don Ramón.

Ese magma entregado cada vez con más entusiasmo y respaldo a la causa de la defenestración de la izquierda gobernante se siente horrorizado por el tamaño desatino de Abascal. Cunde la frustración. Hasta Jiménez Losantos, oremus de la derecha más extrema posible, apela enervado a contener este desvarío. Les corroe el desenlace antes de producirse. Otra vez Sánchez riéndose por su aplastante triunfo ante una derecha deshilvanada y carcomida por sus recelos insuperables. Otra vez Feijóo sumido en la picota sin motivo alguno, desvirtuado como alternativa real en puertas de unas elecciones locales concebidas por el PP como aldabonazo para el cambio. La debacle queda asegurada para sus irresponsables promotores. Quizá tampoco acarree consecuencias internas en un partido refractario a la crítica interna y de ventanas cerradas a la reflexión.

Tampoco la izquierda se libra del tiro por la culata. Había mordido hambrienta por la supina desfachatez del vicepresidente de Díaz Ayuso cobrando el bono térmico tratándose de un adinerado contribuyente cuando va la errejonista Marta García y levanta la mano avergonzada de que en su casa también lo hacen a pesar de los elevados ingresos que aporta su marido. Una trifulca a degüello, propia de las que se estilan a puro navajeo en la Asamblea de Madrid y que lleva su reguero de pólvora hasta el propio gobierno de coalición. La norma ministerial de los bonos de ayudas energéticas sencillamente es un coladero. Se adivina un masivo goteo de injustos beneficiarios.

En el caso de la derogación de la ley mordaza del PP, triste retrato de la mayoría parlamentaria y en especial del desmarque de la izquierda soberanista. Un tiro por la culata para avanzar en mayores cotas de libertad y protección ciudadana. Demasiada algarabía por el fallido intento. Por eso, en medio de tantos reproches, nada mejor que ampararse en el argumento de Enrique Santiago, diputado de IU y en absoluto sospechoso de connivencia con la Guardia Civil y la represión policial para entender el dilema de que las pelotas de goma nunca estuvieron en el debate de las discrepancias. No era su lugar. “Es como hablar de subir el salario mínimo en la Ley de Seguridad Ciudadana”, dijo a modo de dardo envenenado contra Pablo Iglesias, que ya se había vuelto a encaramar rápidamente en las críticas contra el PSOE, a quien vigila obstinado como pieza de caza mayor.