EL día en que el viejo San Mamés, aquejado de achaques, se engalanó para su despedida él se vistió de negro, no de luto sino por costumbre. Saltó al césped con ritmo pausado, se acercó a la portería y, con el 1 a la espalda, alzó la mano para tocar el larguero, como solía. Aquel fue el último gran rugido de San Mamés. No en vano, el protagonista de la escena, ya lo habrán adivinado, era José Ángel Iribar, el futbolista que más pasiones ha desatado a lo largo de la historia del Athletic.

Le hemos visto estos días de grandeza asomándose a los balcones con lágrimas en los ojos; le hemos escuchado palabras de amor para sus sucesores –hoy, Unai Simón y Julen Agirrezabala...–; le hemos visto emocionarse con la penúltima copa del Athletic – la última jamás, como bien saben los santos bebedores...– y hemos sentido escalofríos al cruzarnos con él, conscientes de que el viejo fútbol es inmortal.

A esa misma estirpe del ayer pertenece Raúl García, un futbolista que parece moldeado con la misma arcilla de los tiempos del Txopo, cuando el fútbol no sabía de redes sociales ni de big datas; cuando no había representantes profesionales y cuando el pueblo... ¡Ah, el pueblo! era como el de hoy. Ha visto Raúl cómo se las gasta este pueblo cuando celebra: con desmesura, dirán unos, como Dios manda, dirán otros. Se habrá emocionado, por mucho que él haya transmitido la imagen de hombre de hierro sobre el césped. Quién sabe si no con disimulo haya piantado un lagrimón, sí, piantado, como diría un argentino. ¿Acaso el navarro Raúl no ha sido un futbolista de tintes gauchos, con tanto hablar a los árbitros, con tanto chocarse con los rivales, con tanta fortaleza para no rendirse jamás...?

Iribar habrá conocido a más de un jugador así a lo largo del tiempo. Y tengo para mí que no es uno de los modelos que le disgustan. Cuando era rival, porque te lo ponía difícil; cuando era el compañero, porque sacaba tajada. Un compañero, uno de esos que no deja a los suyos caídos. Que se los sube al hombro y los sacas del campo de batalla.

Iribar, el Iribar de hoy, de ayer y de siempre, es el Athletic. Por eso la imagen que ilustra estas palabras recuerda a una de esas postales que reflejan lo mejor de un pueblo de costa, la más estilizada catedral de una ciudad. Iribar abrazándose con Raúl García. La imagen es inmortal, ahora que Raúl ha decidido retirarse. Y digo retirarse y no marcharse porque de ese Athletic que se siente, aunque uno cambie de equipo, nadie se va. Y si lo hace es que no lo sintió. Iribar no cambió de equipo en toda su vida y ahí sigue, con el corazón palpitándole con emoción. Raúl llegó en el otoño de su carrera y alcanzó el invierno entregado a la causa. Se retira y no sé donde irá. Acuérdate de Iribar si te vas lejos, Raúl. De su abrazo.