ERA él mismo quien lo contaba. En 1933, con apenas 13 años, el niño Gabriel Ortiz, tiempo después el célebre Rompecascos, se fugó a Barcelona en un camión de pescado, sin permiso de sus padres, a ver una final de Copa del Athletic contra el Real Madrid. El mismo día y en el mismo campo (25 de junio de 1933, Montjuïc) jugaba el Erandio la final de la Copa de Aficionados contra el Sevilla. Ganaron el Erandio y el Athletic. Era el Athletic de Míster Pentland, aquel que ganó 2-1 la final con una delantera que se recitaba casi con el son de los cien cañones por banda de Gustavo Adolfo Becquer: Lafuente, Iraragorri, Unamuno, Bata y Gorostiza. Gabriel regresó a Bilbao en el autobús del Erandio. En casa le esperaban para armarle una buena.

Hoy no creo que se repitiese un caso como ese aunque la pasión, más de noventa años después, es la misma: un buen número de aficionados del Athletic darían lo que fuese por una entrada. Y no hay quien alquile los colchones, como en aquella época, porque ya no hay quien pague por ellos. Se parecen tanto las cosas que incluso un autobús cruzará la península hasta Sevilla, si no lo está haciendo ya, con el rostro serigrafiado del propio Mister Pentland. El viaje será, lo es ya, todo un éxodo y la acampada lleva camino de lo mismo. Me cuentan, incluso, que una cuadrilla ha reservado hotel para el domingo, 7 de abril, a bajo precio. Pretenden hacer una gaupasa hasta las doce de la mañana, hora en que se admiten a los primeros inquilinos, y tirarse medio domingo durmiendo. “¿Y si no gana el Athletic?”, pregunta el más despistado. Dicen que la mirada que le lanzaron deshacía en hielo. Ese, el viaje de ida, es el que tiene la alegría asegurada. Nadie baja a Sevilla con la triste sensación de que no se ganará el partido. Es aquella excursión de la infancia.