HE aquí los soldados del norte en vísperas de la batalla, distrayéndose algunos en guerras ajenas (las de las naciones, nada que ver con las de los pueblos...) o curándose otros las heridas. Nadie quiere la paz del campamento que azuza los nervios. A su alrededor todo son cánticos. La gente pide a voz en grito una entrada para ser testigo. Y quien ya la tiene, planea el viaje a Sevilla. Saben, los soldados y sus partidarios, que por el camino habrán de cruzar el peligroso río del Bernabéu. Será un buen campo de entrenamiento para afilar las garras, para prepararse para la gran batalla. Si vencen, ya lo intuyen, la vieja Europa aparecerá ante ellos como un gran botín. En caso de derrota, el objetivo seguirá bien cerca así que no hay que temer las consecuencias. Saldrá el sol más allá del 6 de abril, Athletic. No te quedarás frío.

Cada quien se prepara como puede o como quiere. El Athletic anuncia que abrirá las puertas de San Mamés para que se reproduzca la magia de una final a kilómetros de distancia. Las voces de miles de aficionados protestan. “Cómo es posible que no se elija un campo con mayor capacidad”, murmuran los que han quedado fuera. “Y con mejor visión”, replican los que viajarán hasta Sevilla para ver la batalla desde lo alto, como acostumbraban a hacerlo reyes o generales.

Estas son las sensaciones previas. Los nervios a la hora de subir las escaleras cuando arriba espera, ya lo sabe uno, la gran recompensa, el objetivo que todo lo justifica. Nervios que destemplan al más pintado, es verdad. Y ese cosquilleo que va in crescendo a medida que el tiempo galopa por el calendario. ¡Qué despacio va al reloj!