UN hijo que llega o se va de casa, una variación en la situación laboral, un traslado a otra residencia… A lo largo de la vida se producen muchas situaciones así, que determinan diferentes necesidades, entre ellas de movilidad. Por eso, las compañías de automóviles plantean servicios complementarios o alternativos a la compra tradicional. SEAT, por ejemplo, propone ahora la fórmula Flex, concebida precisamente para adaptarse a las posibles alteraciones del panorama vital de su clientela. Permite disfrutar de un vehículo concreto por el tiempo y los kilómetros que se decidan, a cambio de comedidas cuotas mensuales, con la posibilidad de cambiarlo por otro distinto si así se decide.

Una duda habitual entre quienes sopesan adquirir un coche es si el modelo seleccionado, además de encajar en sus gustos y sus posibilidades financieras, es el adecuado a sus necesidades. Y ya sabemos que estas pueden variar sustancial y repentinamente. Además, el comprador padece hoy una incertidumbre añadida respecto al tipo de tecnología a abrazar.

Un bombardeo de mensajes políticamente correctos pone de manifiesto lo inaplazable de la transición energética, predicando abiertamente las ventajas de la electrificación (raramente sus múltiples carencias). Esa presión insta a cualquier comprador potencial a decantarse por este tipo de motorizaciones. Sin embargo, en muchos casos, dicha posibilidad despierta lógicas reticencias.

Por más predisposición que un ciudadano tenga a adquirir un modelo eléctrico o híbrido enchufable, siempre se va a preguntar qué le va a aportar éste a su vida. En otras palabras, qué posibilidades reales tendrá para reabastecer asiduamente la batería, y cuál va a ser la rentabilidad de su hipotética adquisición. La compra flexible ayuda a disipar esa incertidumbre, ofreciendo la posibilidad de subsanar cualquier error de elección y la de adecuarse a circunstancias personales sobrevenidas.

Imaginemos un caso de manual: una pareja joven que comienza a convivir. Con el tiempo deciden tener hijos, lo que complica su logística de transporte: precisan un coche mayor que su Ibiza, a lo mejor un Ateca con mucha más capacidad. El siguiente paso del retrato robot familiar suele llevar a pensar en un piso más amplio. Cuando este llegue, quizá se abra la posibilidad de contar con un garaje provisto de instalación eléctrica adecuada para enchufar un coche híbrido. Los años pasan, y los hijos terminan por volar, provocando lo que la jerga del marketing denomina ‘síndrome del nido vacío’: la vivienda se vuelve grande y el Tarraco familiar también. Es buen momento para cambiar a un León.