A estas alturas del calendario, con 49 puntos en el bolsillo, al acecho de candidatos al título como son Atlético Madrid (51) y Barcelona (54), la fiabilidad que transmite el Athletic es incuestionable. Los profesionales tienden a rebajar expectativas en situaciones tan favorables como la presente; se abonan a la prudencia, aunque en su fuero interno anide el convencimiento de que, al amparo de la inercia, el objetivo perseguido es factible.

A este respecto, recordar que en temporadas anteriores esos mismos profesionales insistían en que Europa era posible, repetían cada semana que por ellos no iba a quedar, pues iban a echar el resto para llegar a la meta. De modo, que ahora, por mucho que prefieran ser discretos en sus manifestaciones, ante la evidencia de que el nivel competitivo del equipo se encuentra dos o tres escalones por encima de lo que acostumbraba, resulta legítimo y razonable afirmar que esta vez, sí que sí, tendrán premio, el año próximo viajarán por el continente.

El Athletic acaba de añadir una muesca más a su balance. Y no ha sido un logro cualquiera. Más allá de la significación que encierra derrotar al segundo de la tabla, a la gran revelación de la liga, o de que el cómputo global de sus cruces directos refleje la suma de cuatro puntos cuando un año atrás los seis fueron para el Girona, el aspecto fundamental a considerar sería la imagen ofrecida. El modo en que los jugadores se expresaron en el verde para opositar al triunfo y saciar las ansias de la afición.

En una batalla donde el factor táctico era crucial por el estilo que ha impuesto Míchel en el conjunto catalán, el Athletic no se limitó a replicar y neutralizar un repertorio que se ha revelado indescifrable para la mayoría de los equipos de la categoría. Si el Girona ha ido acumulando éxitos sin reparar en la identidad de los contrarios, en buena medida se debe a las dificultades que plantea la forma en que sus integrantes se mueven por todas las zonas del campo en torno al balón.

En San Mamés, sencillamente, esa reconocible y alabada propuesta no cuajó. Durante la mayor parte del tiempo, el Athletic supo ajustar posiciones, no perdió el equilibrio y llevó la voz cantante, pese a los porcentajes de posesión que por momentos amasó el cuadro visitante, tan abultados como estériles.

Pero al orden que observaron sus piezas, el equipo de Ernesto Valverde le agregó el ingrediente que hoy por hoy le distingue del resto. Especialmente, en casa, delante de su gente. ¿Cómo definirlo? Entusiasmo, fogosidad, ardor, vehemencia, generosidad. Pasión es el término idóneo para describir el fútbol que practica. Juega con pasión, lo que le convierte en un grupo apasionante, excitante, que emociona, y no únicamente a quienes sienten sus colores.

Su aplicación y agresividad se han convertido en un serio obstáculo para los adversarios. Coloca el listón de la exigencia tan arriba que la mayoría acaba sucumbiendo. Por descontado que el gasto de energía también se deja sentir en las filas propias, pero en las ajenas tiene consecuencias fatales. Los marcadores no mienten.

En este sentido, no cabe obviar el hecho de que, en las últimas semanas, desde diciembre más o menos, el número de hombres que ha pasado por la enfermería corrobora el efecto del esfuerzo que se invierte para aspirar a la victoria. Lo cual, coincidiendo con una fase más densa de encuentros, ha deparado varios partidos sin la eficacia ni la soltura desplegadas desde agosto. Los típicos altibajos de los que nadie se libra al cabo de nueve meses de trabajo, pero que pueden encender la duda, incluso el temor.

Balance positivo

Una reacción acaso inevitable, alentada por los antecedentes, que sin embargo no respondería a un desplome en el capítulo de resultados. En enero, el mes más cargado, el Athletic ganó cinco partidos, empató uno (en Cádiz) y perdió otro (en Mestalla). Se impuso a Sevilla (0-2), Eibar (0-3), Real Sociedad (2-1), Alavés (2-0) y Barcelona (4-2). Y en febrero, no se ha desviado en exceso de la tónica descrita: victorias a costa de Mallorca (4-0), Atlético de Madrid (0-1) y Girona (3-2). Completa el listado el empate sin goles en Almería.

Los totales son elocuentes: ocho ganados, dos empatados y uno perdido. ¿Dónde hay que firmar? La constancia del Athletic merece ser resaltada dado que la regularidad constituía su asignatura pendiente. Hoy, apenas falla. No parece que exista problema alguno, un motivo de peso para preocuparse. Quizá, el origen de esos brotes de desconfianza sean el precio que los equipos que alcanzan un rendimiento sostenido suelen pagar ante la aparición del mínimo atisbo de flaqueza. Este sería el lado oscuro de la pasión, un clásico en el fútbol.