Comparto la tesis de que el liderazgo político es radicalmente diferente al tecnocrático. Pero discrepo de quienes sostienen que la formación técnica lastra la capacidad de las personas para adoptar con acierto las grandes decisiones políticas que requiere la cambiante, incierta y volátil sociedad de nuestros días.

Es cierto que, sin convicciones ideológicas ni intuición política, resulta poco menos que imposible afrontar con éxito, desde lo público, los grandes desafíos que nos presenta el futuro. Las principales apuestas que es preciso hacer para encarar desde las instituciones, situaciones y escenarios que nadie sabe a ciencia cierta cuándo, cuánto y cómo van a evolucionar en los próximos años, demandan cualidades que tradicionalmente se han asociado más al liderazgo político que al conocimiento experto.

Pero la solidez técnica no constituye, por definición, un obstáculo insalvable para activar esas cualidades. Por el contrario, creo que puede ser una ayuda para utilizarlas con mayor solvencia, en la medida en que palía el riesgo de que las decisiones políticas se acaben convirtiendo en una sucesión de saltos al vacío, sin más contraste ni modulación que la que eventualmente pueda derivarse del asesoramiento externo. Creo, por tanto, que es positivo que la persona que lidera una institución pública pueda ponderar por sí misma y sobre la base de su propio conocimiento y experiencia, los riesgos e implicaciones que entrañan sus apuestas políticas. Obviamente, ello no excluye la posibilidad del contraste externo, que nunca está de sobra. Pero sí supone que éste será filtrado por el tamiz personal de quien ostenta la responsabilidad ultima de suscribir las decisiones.

Ciertamente, puede haber personas incapaces de transcender el nivel técnico a la hora de afrontar decisiones políticas que van mucho más allá de las implicaciones técnicas que encierran. Conozco más de una que podría encajar en esa descripción. Pero no es, en absoluto, el caso de Elixabete Etxanobe, la candidata a diputada general de Bizkaia con la que EAJ-PNV ha concurrido a las elecciones forales del 28 de mayo.

Se ha hablado mucho sobre la solvencia técnica de Elixabete. La tiene, sin duda. Nadie puede ponerla en cuestión. Conoce el sector público vasco, no sólo porque lo ha estudiado concienzudamente, como a ella le gusta estudiar las cosas, sino porque ha trabajado en su seno, a diferentes niveles y con distintas responsabilidades.

Pero hace ya mucho tiempo que, impulsada por sus convicciones e ideales políticos, tan intensos como patentes, Eli descubrió que el propósito último de la acción institucional no radica en el dedo técnico que señala, sino en el cielo hacia el que éste apunta. Y, en consecuencia, lleva años haciendo uso de bagaje experto, no como algo que se agota en sí mismo, sino como un mero instrumento para profundizar más y calibrar mejor, el fin último que persiguen las decisiones políticas en las que ha participado que, siempre e indefectiblemente, trascienden el umbral estrictamente técnico.

En la primera legislatura del lehendakari Urkullu, Elixabete trabajó en el Departamento de Administración Pública y Justicia que tuve el honor de dirigir y participó activamente en la elaboración de una de las leyes de mayor calado político que ha aprobado el Parlamento durante los últimos 40 años: la Ley de Instituciones Locales de Euskadi. Una ley que, hasta entonces, había logrado sustraerse a los repetidos esfuerzos que diferentes equipos gubernamentales habían hecho por alumbrarla y que, en buena parte gracias a ella, conseguimos aprobar y poner en marcha.

Su redacción requirió, obviamente, dialogar, contrastar y negociar el texto original con instituciones locales, forales, partidos políticos y grupos parlamentarios. Todo ello le proporcionó la perspectiva necesaria como para considerar que estaba trabajando en algo más que un simple vademécum jurídico para los profesionales de la Administración Pública. Prueba de ello es el hecho de que, tras su aprobación, la norma haya sido referencia y modelo para otras Comunidades Autónomas que han visto en ella un modelo claro de apuesta por la autonomía local. La calidad técnica de la ley era importante, sin duda, pero su designio político mucho más.

Durante los años siguientes la he visto crecer como persona, como profesional y vocacional del servicio público, hasta que se le propuso acceder a la Diputación Foral de Bizkaia, a ocupar el puesto que tanto Unai Rementeria como, en su día, José Luis Bilbao, habían desempeñado en la institución, hasta el momento de su respectiva elección como diputados generales de Bizkaia.

En ese momento, empezó a verse con claridad que su figura eclosionaba y le llegaba el momento de emprender el vuelo hacia las más altas responsabilidades institucionales del país. Me alegré mucho, por ella y por Euskadi.

El autor es Josu Erkoreka, consejero de Seguridad