- Me da un poco de vergüenza confesarles que en mis lejanos tiempos de la EGB tenía un lío morrocotudo entre la ganadería intensiva y la extensiva. Y me pasaba lo mismo con la agricultura. Necesitaba pararme a pensar un par de segundos antes de tener claro cuál era cuál. Compruebo que, con todos sus másteres de las más prestigiosas universidades, hoy es el día en que Pablo Casado está inmerso en la misma confusión. Con él, sus asesores, que lo mandaron el otro día a hacerse unas fotos con unas vacas para mostrar su apoyo a la ganadería intensiva que había puesto en solfa el requetezarandeado ministro de Consumo, Alberto Garzón. Cualquiera que haya visto las instantáneas, habrá podido apreciar que la explotación usada para el acto propagandístico no tiene nada que ver con las magrogranjas puestas en el punto de mira. Al contrario, esas vacas abulenses de Las Navas del Marqués (donde Casado tiene un casoplón que quita el hipo) pastan en total libertad, de acuerdo con el modelo que defendió Garzón.

- Sí, a diferencia de las reses constreñidas en un cubículo infecto, las que usó el líder del PP como atrezzo, que apenas son 70, gozan de una amplia pradera para moverse y alimentarse. No necesitan en absoluto que les pongan unas balas de paja en el morro, como hicieron los productores del vídeo de marras. Y, como ha contado en Twitter el veterinario que las atiende, frente a la mendruguez que sostuvo Casado, sus propietarios no tienen que levantarse a las cuatro de la mañana para atenderlas, más que nada, porque a esa hora no se ve y no serían capaces de encontrarlas por el monte. Ni falta que hace, por otra parte, pues los animales se las apañan perfectamente.

- La moraleja del cuento de hadas es que este es el minuto en que siguen sin desmentirse las palabras de Garzón. Ni las que dicen que pronunció ni las que pronunció realmente. Empezando por Casado, todos los que se han lanzado a la demagogia baratera del “ataque al sector fundamental para la economía” no han tenido los bemoles de hacerse un selfi en una verdadera macrogranja. Y el motivo es bastante sencillo. No hay forma de defender en serio el infame modelo de producción industrial de carne de esas espantosas instalaciones. Una simple imagen de montoneras de cerdos, vacas, ovejas, conejos o gallinas opera como prueba de cargo de unos métodos intolerables, insostenibles e indefendibles. Y no hay mejor demostración que el bucólico reportaje del líder del PP en una explotación ganadera que nada tiene que ver con la denuncia del ministro de Consumo.