EN las últimas dos semanas he asistido con una ceja enarcada y media sonrisa pánfila al enésimo magreamiento libidinoso de los extremos. Llenos de orgullo y satisfacción, a lo campechano, el ultramonte diestro y su contraparte siniestra bailaban la conga de Jalisco ante la "evidente (y hasta irreversible, decían) pérdida de influencia del PNV en Madrid". Las versiones más calenturientas del cuento de la lechera anticipaban para mañana un inminente tripartito de izquierdas" (ajum, ejem) que iba a mandar a los jeltzales a la cuneta de todas las instituciones. Para ser honestos, ese asustaviejas lo han agitado con indisimulado gustirrinín destacadas figuras del puño y la rosa, desde el secretario general local, Eneko Andueza, al verso suelto profesional, Odón Elorza, pasando por el enredador siempre con cargo Denis Itxaso.

Vamos a ver. Tampoco nos engañemos. Cuando uno se juega los cuartos con seres de natural desleal y principios de quita y pon, siempre está expuesto a la puñalada trapera. Si en Sabin Etxea no se han quedado sin pilas las calculadoras, ya tienen que tener presupuestado que más tarde o más temprano habrán de enfrentarse a una versión cambiada de acera de lo que pasó en 2009. Pero no parece que sea hoy. Y la prueba está en el rejonazo que le acaban de pegar al funambulista de Moncloa. La entrega al Gobierno vasco de la gestión de la llegada del TAV a Gasteiz y Bilbao es un gol por toda la escuadra de los presuntamente amortizados negociadores nacionalistas. Al peso, el logro vale mil quinientas veces la suma de lo obtenido no ya por EH Bildu sino también por ERC. Es mejor no vender las pieles de osos no cazados.