- Llámenme (otra vez) equidistante, pero tiendo a pensar que la virtud suele estar unos palmos más allá o más acá del medio. También en lo fiscal, donde los extremos demagógicos se tocan. En uno, pongamos el derecho, se reclama no pagar ni un céntimo en tributos “porque la economía funciona sola con el dinero en el bolsillo de la gente”. En el otro, para mí mal identificado como el izquierdo, se postulan hachazos de más de la mitad de los ingresos de unos seres casi mitológicos nombrados con desdén como “los más ricos”. Ya sé que me expongo a la lapidación y al salivazo, pero algunos de ellos son también los mayores generadores de empleo (no siempre precario) y de riqueza. Si es tan fácil hacer lo mismo que Amancio Ortega o Juan Roig pero siendo distributivamente requetejustos, yo no sé a qué esperan. Pero a la que iba: que ni las doctrinas megamaxiliberales del copón ni las confiscatorias nos llevan a ningún sitio. Con las primeras no se ingresa un duro y con las segundas, los creadores de riqueza salen en estampida.

-¿Y entonces, cuál es la solución? Me repito: el término medio. Y tenemos muy cerca los ejemplos. Tanto, que los pisamos. Los sistemas fiscales de los tres territorios de la demarcación autonómica y el de la foral se aproximan bastante a lo deseable. ¿Que todavía se pueden mejorar? Seguro, pero son una estupenda base porque no caen en ninguno de los vicios que describía arriba. Ni dejan libres de contribución a quienes ganan pasta a espuertas ni ponen una bota en la garganta de quienes legítimamente aspiran a ver crecer su cuenta de resultados. Todo ello, además, con una peculiaridad que es la sustancial: nuestras cuatro Haciendas asumen el riesgo de pillarse los dedos en momentos de vacas flacas.

- A eso es a lo que tradicional y facilonamente se ha venido llamando como “privilegio” por parte (entre otros) de quienes no tienen que romperse la cabeza para que les cuadren las cuentas, porque lo que les falta cuando gastan de más lo aporta papá Estado central. ¿Que diga un nombre? La Comunidad de Madrid, que siempre ha estado a la vanguardia del insulto, cuando, como ha denunciado poniendo el dedo en la purulenta llaga Iñigo Urkullu, el territorio que disfruta de las ventajas sin fin de la capitalidad practica un dumping fiscal del copón y pico sobre el resto. El enfado bobalicón e indocumentado de la presidenta Díaz Ayuso (“¡Es que nos tienen envidia!”) es la prueba del nueve de que la acusación del lehendakari ha dado en la línea de flotación del verdadero paraíso fiscal de la piel de toro.